logo
header-add

El proceso a Lozoya o una pésima puesta en escena de El gesticulador

por Luis Acevedo Pesquera
19-08-2020

Comparte en



Luis Acevedo Pesquera



Es innegable que la difusión del video en el que se ve a personajes de la política mexicana manipular fajos de billetes en una maleta o la supuesta denuncia de hechos de corrupción presentada por el exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, a la Fiscalía General de la República (FGR) para lograr el criterio de oportunidad y librar la prisión o atenuar su pena, no exhibe nada que no sepamos.

Hasta que se finquen responsabilidades judiciales en todos los órdenes de la vida pública nacional, se establezca la transparencia y la rendición de cuentas en la gestión actual, no hay más que una nueva versión del viejo discurso del Poder para tratar de construir un ambiente de cambio radical con el pasado, capaz de generar la percepción de que ahora sí la legalidad por fin llegó a nuestro país.

El uso político presidencial del proceso que se sigue al ex director de Pemex durante la mañanera, trajo a la memoria el argumento de “El gesticulador” de Rodolfo Usigli, en donde se retrata al poder político mexicano apoyado en el culto a la personalidad de un líder que hace valer entre “el pueblo” la fuerza de su investidura para seducirlo, en el caso actual con la idea de la lucha contra la corrupción, a fin de imponer un modelo de gobierno distinto al que eligió la mayoría de la sociedad.

Pero también recuerda pasajes imborrables del libro “El poder corrompe”, de Gabriel Zaid, en el que advierte que “la dificultad (de este problema) no está en la naturaleza humana, sino en los ciudadanos que abdican de su libertad y prefieren la sumisión ante el poder dador”.

El escritor recuerda que la crisis de la corrupción en México estalló cuando los corruptos abusaron de la apropiación privada de los bienes públicos, lo reflejaron en sus riquezas ostentosas exhibidas y excluyeron a niveles intermedios y bajos, lo que se convirtió además en una temática indispensable, por ofensiva, en una sociedad marcada por la pobreza.

La corrupción se convirtió en tema de campaña política y en el gobierno en discurso para golpear a un pasado que elude otros videos en los que no se dejan ni las ligas con las que un conocido “operador político” ata los fajos de billetes. La revelación se buscó encubrir como parte de un “compló”.

O más recientemente cuando la diputada de Morena, Eva Cadena Sandoval, pide una bolsita para llevarse el dinero que entregaría a la campaña del candidato López Obrador, que luego la defendería en un mitin.

No hay duda de que los políticos, salvo algunas excepciones, carecen de honorabilidad y por eso México está ubicado en el nivel 130 entre los 180 países más corruptos en la clasificación de Transparencia Internacional, en donde los números más altos expresan el grado de deterioro.

Es justo reconocer que lo largo del tiempo también se han llevado a cabo procesos judiciales, pero sin llegar a los autores intelectuales, que también lo son materiales. La corrupción, dice Zaid en su inteligente y oportuno libro, encontró una aliada excepcional en la impunidad del poder político, empresarial o social.

Describe el escritor que una vez que la corrupción fue incluida en los procesos productivos de México, los políticos fijaron su medida de la corrupción y, entonces, a uno de ellos le preguntaron si era honesto, y su respuesta dejó mudos a muchos: “bueno, honesto-honesto, lo que se dice honesto, no; pero honestón sí”.

En el marco de la Cuarta Transformación, las condiciones no han variado ni un milímetro y, de eso, sobran evidencias en la prensa, pero no en investigaciones de la actual Secretaría de la Función Pública ni en la FGR.

Sin resultados efectivos y transparentes en materia de justicia, no se podrá hablar de transformación; al contrario.

Con los videos publicitados desde Palacio Nacional, la denuncia presuntamente presentada por “Emilio L”, el prófugo de la justicia a quien le dieron privilegios a cambio de armar un juicio mediático en medio de la crisis nacional refleja, como en “El gesticulador”, los peores y más gastados elementos discursivos de un poder político que, por incapacidad, insiste en apoyarse en la simulación y las imposturas.

@lusacevedop