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Informe sin debate

por Raúl Contreras
05-09-2020

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 Raúl Contreras Bustamante

 

El pasado 1º de septiembre tuvo verificativo en el Palacio Nacional una ceremonia relativa al Segundo Informe de Gobierno del Presidente de la República. Fue un evento que tuvo como único acto el pronunciamiento de un discurso breve por parte del mandatario ante invitados especiales —escasos hoy más que nunca por las circunstancias de la pandemia— y medios de comunicación.

 

El artículo 69 de nuestra Constitución dispone que, en la apertura de sesiones ordinarias del primer periodo de cada año de ejercicio del Congreso, el Presidente de la República deba presentar un informe por escrito en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del país.

 

Sin embargo, dentro de los rituales del sistema político de antaño, se creó una larga tradición en el calendario cívico de los mexicanos que convirtió por antonomasia la presentación del informe presidencial en una fecha de culto a la figura del titular del Poder Ejecutivo.

 

Fue en el último informe de Miguel de la Madrid donde la oposición comenzó a interpelar a los presidentes en turno y a convertir el recinto de la Cámara de Diputados en un escenario de manifestaciones de protesta y escándalos que daban la vuelta al mundo.

 

A partir de una reforma constitucional en el año 2008, se determinó que el Presidente dejaba de estar obligado a acudir al inicio del primer periodo ordinario de sesiones del Congreso de la Unión para  presentar el informe y la obligación consistió solamente en  entregarlo.

 

En los últimos años se ha acostumbrado que el Presidente en turno haga un evento en Palacio Nacional ante invitados selectos para no correr riesgo político ni tener eventos vergonzosos.

 

El informe presidencial ha dejado de ser un ejercicio republicano y democrático, para transformarse en un acto de democracia directa, que, en esencia, sigue siendo un ritual para ensalzar al Presidente.

 

La glosa y el análisis que el Congreso hace del informe que rinde el titular del Poder Ejecutivo ya no implican un ejercicio de interés ciudadano y no existe registro de que llegue a tener consecuencia política alguna.

 

De esta manera, el informe presidencial ha perdido la esencia  democrática de la rendición de cuentas y equilibrio entre los Poderes de la Unión para el cual fue concebido.

 

Se ha disipado la oportunidad de poder establecer un diálogo directo y público entre los órganos de poder del Estado Mexicano y también entre el Presidente y las diversas fuerzas políticas representadas en el Congreso.

 

Las circunstancias y los equilibrios políticos que hoy imperan en la conformación del Congreso General, ofrecerían una clara posibilidad para que el Presidente hubiera podido reconstruir y retomar la práctica republicana de asistir ante la representación popular parlamentaria, lo que habría implicado una fiesta para la democracia de nuestro país.

 

Es lamentable que se haya perdido esta oportunidad ideal, porque se cuenta con una mayoría dentro del Congreso de la Unión que favorece al partido del Presidente, lo cual hubiese garantizado la viabilidad necesaria para que se diera una reforma constitucional que lo volviera a establecer.

 

En un Estado democrático de Derecho se debe privilegiar el intercambio de ideas y las propuestas, siempre sobre una base de respeto y colaboración entre sus diferentes actores.

 

El diálogo y los consensos son el único camino para la construcción de una mejor vida republicana y democrática.

 

Como Corolario las palabras del ensayista francés Joseph Joubert: “Es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla”.