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Mezquindad

por Federico Berrueto
28-09-2020

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Federico Berrueto

 

Si algo se puede decir del presidente López Obrador de la manera en cómo tomó la renuncia del doctor Jaime Cárdenas al Instituto Nacional para Devolver al Pueblo lo Robado, es ingratitud y mezquindad. El Presidente no se equivocó en designarlo titular de una dependencia fundamental para el proyecto político en curso. Un hombre probo, preparado y auténticamente comprometido como pocos en la propuesta transformadora en curso.

 

El Presidente no entiende las consecuencias de la renuncia. Que la haya hecho pública el doctor Cárdenas acompañada de sus razones muestra valor y un sentido de lealtad a la causa que sería deseable que muchos de los colaboradores del actual gobierno tuvieran presente. La lealtad no es hacia la persona, sino al proyecto y sus principios. Pero también es hacia la ley, tema incomprensible para López Obrador como queda claro.

 

No solo la renuncia, sino los hechos a los que alude son un llamado de atención para que se enmiende camino. Contrario a lo que dice, predica y hace el Presidente, no se puede prescindir de la ley para actuar. Invocar que la justicia debe prevalecer sobre la legalidad es una tesis inaceptable en una democracia. Si así fuera, habría que empezar por cambiar los términos del juramento presidencial para prescindir de la observancia de la Constitución y de sus leyes. También queda claro que el Presidente invoca la legalidad a conveniencia, no como una fórmula de invariable aplicación. La justicia es un terreno cómodo para el gobernante, porque su definición es la que él mismo hace. No así con la ley.

 

Lo que acontece es un golpe severo en la línea de flotación del proyecto. La honestidad valiente deriva en simulación, hipocresía y arbitrariedad. Quien señala en esta ocasión no puede ser calificado por el Presidente como conservador, Cárdenas es un hombre de valor y con un preciado sentido de integridad, uno de esos casos extraños: un jurisconsulto de izquierda. El Presidente no puede eludir la realidad: la corrupción está presente incluso en las instituciones emblemáticas del nuevo gobierno.

 

Es difícil que López Obrador lo entienda. Su cruzada está más próxima a lo religioso que a lo político. Por eso exige a los suyos lealtad ciega y a los demás, sometimiento. Invoca la justicia como criterio y camino porque es el espacio que él define y determina. Para él la ley es muy incómoda y complicada, mejor la coartada justiciera. Hay que estudiar la ponencia del ministro Luis María Aguilar respecto a la consulta para enjuiciar a los ex presidentes para entender lo lejos que está el Presidente del sentido de legalidad.

 

La mezquindad con la que actúa el Presidente habla de sus insuficiencias personales y posiblemente sea una manera de proyectar el desencanto por el rumbo que lleva su gobierno. Su honestidad queda en entredicho, por más que su refugio sea la austeridad. La lucha contra la corrupción es justo lo que hace a quien ahora él denuesta y descalifica: actuar con la ley en la mano, denunciar a los corruptos y tener el valor para hacerlo público.