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Industrias tradicionales frente a la digitalización e Inteligencia Artificial.

por Redacción
18-03-2024

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Rodrigo Lanuza Acosta

Fundador de Arena Fan Tv. 


Las grandes invenciones son ejes de cambios en nuestra forma de vivir para facilitar o mejorar la condición estándar en la que nos encontramos y frecuentemente lo único que hace falta es usar lo que ya tenemos con un enfoque disruptivo. 

Los inventos que son considerados “hitos” impactan en múltiples renglones o esferas de nuestras vidas, no solo de forma vertical dejando un precedente generacional, sino también de manera horizontal ya que en diferentes estratos sociales la invención puede generar, modificar, dejar atrás, impulsar, sofisticar, restringir o hacer surgir una industria, una economía, la forma de distribución de productos,  la producción de nuevos materiales, su forma de empacarlos, la estrategia comercial para comunicarlos, su forma de consumirlos y en definitiva un aspecto trascendental que a todos nos ocupa que es la generación de oportunidades y beneficios por encima de los impactos negativos que suelen considerarse como amenazas.  

Nuestra sociedad, que vive más que nunca cambios tecnológicos vertiginosos, adquiere la responsabilidad de verificar y exigir que el sistema legal evolucione de la misma manera que lo hace el avance de la tecnología, siempre con el deseo de encontrar un sano equilibrio entre los derechos del inventor o artista y los beneficios brindados a la sociedad, cuidando sobre todo los derechos fundamentales de libertad en todas sus expresiones y el fomento de las capacidades del ser humano

Existen dos posturas muy claras al respecto, por un lado, quienes consideran la necesidad de un sistema muy protector, basado en derechos excluyentes para fomentar el surgimiento de los inventores y sus inversionistas y por el contrario, otros que creen que la apertura y libertad en el uso y explotación de las artes e invenciones inspirará y multiplicará la innovación en beneficio de la sociedad. 

La batalla legal e ideológica se remonta al momento del nacimiento de uno de los inventos más revolucionarios para la difusión masiva del pensamiento, la imprenta, que en 1454 permite imprimir libros en serie, teniendo su primera producción en el libro de la Biblia. 

Este hito permitió que la expresión del pensamiento, la difusión de la cultura y las ideas ya no fuera un privilegio de un grupo elitista. La libertad de expresión y la fácil propagación de textos se convirtió en una herramienta de los movimientos liberales y revolucionarios de la época.  

Por ello, hoy en día es inconcebible una legislación que por proteger a ciertos grupos reprima, limite, condicione, coarte o censure la expresión libre de ideas o el acceso a más información. 

Pero no podemos dejar de mencionar que también es cierto que los autores de novelas sufrieron en aquel momento sus primeros plagios, y surgió entonces una de las primeras expresiones legales para regular este naciente fenómeno en 1469 con una orden de privilegios que no beneficiaban al autor precisamente, sino a quien permitía que el libro fuera impreso, éste es un fenómeno económico que sigue presente hasta nuestros días, donde podemos observar que es el inversionista como productor o editor quien más quejas presenta sobre la violación a los derechos autorales.

Surge la gran pregunta: ¿Qué interesa más a un autor: proteger las copias no autorizadas de sus obras o que sus ideas alcancen y toquen la conciencia de tantas personas como sea posible?  Los datos muestran que el escritor, el músico o el pintor en su mayoría prefieren ser conocidos y admirados antes que pensar en restringir el acceso a su obra.

Para ciertas industrias existe una complicidad económica, porque si no fuera gracias a la inversión de riesgo que hace posible que un texto desconocido o un disco en formato vinil o casete fuera materializado en cientos o miles de ocasiones el autor no lograría su objetivo. 

Fue así que los primeros privilegios legales, se justifica, hayan sido otorgados a los dueños de las estaciones de impresión encargados de lograr reproducir un cierto número de libros en serie o los derechos de los productores de fonogramas, videogramas así como para las estaciones de radio o televisión. 

Hoy en día la justificación de dicho derecho es relativamente compartido, cada día nos podemos cuestionar más que gracias a la digitalización de las industrias que soportan o fijan alguna obra deban restringir su acceso, ya que el autor de una obra muy pocas veces requiere de su materialización en un soporte fijo    y gracias a la digitalización y al uso de inteligencia artificial puede su creación ser comunicada a millones de personas encontrando nuevas formas de monetizar su reproducción sin que sea bajo el viajo vehículo del soporte material. 

La digitalización nos impulsó e hizo evolucionar dejando muchos negocios basados en la distribución clásica y tradicional de su contenido para dar lugar a nuevas empresas como: Netflix, Audiolibros, ebooks, Spotyfy, Booking, Airbnb, FitPass para Gimnasios, Google, Amazon, Mercado Libre y un sinfín de alternativas como la educación y trabajo remoto o a distancia. 

Estas empresas superaron todo sueño sobre la libre y dinámica expresión de ideas, resultando ser muy económica y masiva su forma de comunicación, permitiendo que las ideas, pensamientos y obras estén al alcance de miles y millones de personas en poco tiempo. 

¿Siguen siendo el libro, el casete, CD, señal de radio o televisión, el mapa o la tienda considerados indispensables para lograr que la obra, el pensamiento, la música, el entretenimiento y el deporte sea conocida, leída, vista o escuchada? Yo creo que no. 

Nuestra sociedad está obligada a reflexionar y actuar en pro de una nueva generación demandante de acceso libre, económico, comunitario, democrático, inmediato y sin censura sobre el conocimiento, la cultura, la ciencia y el entretenimiento.