El pasado 20 de enero, los científicos Boletín de Científicos Atómicos (BAS, por sus siglas en inglés), responsables del Reloj del Juicio Final, publicaron por sus conclusiones anuales sobre lo cerca que estamos de la "medianoche".
Cada año, el anuncio destaca la compleja red de riesgos catastróficos que enfrenta la humanidad, incluidas las armas de destrucción masiva, el deterioro del medio ambiente y las tecnologías disruptivas.
2020 fue un año difícil.
En ese año, Rachel Bronson, presidente del BAS anunció que las manecillas del reloj se habían movido lo más cerca que habían estado de la medianoche o del apocalipsis. a apenas 100 segundos. El número se mantuvo para este año.
Pero para entender lo que eso realmente significa, se necesita comprender la historia del reloj, cuál fue su origen, cómo leerlo y qué nos dice sobre el predicamento existencial de la humanidad.
La velocidad y la violencia con la que la tecnología nuclear evolucionó fue asombrosa, incluso para aquellos que estuvieron involucrados en su desarrollo.
En 1939, el famoso físico Albert Einstein y Leo Szilard le escribieron al presidente de EE.UU., Franklin D. Roosevelt, sobre una increíble tecnología nuclear que era tan poderosa que podría tener efectos inimaginados en el campo de batalla.
Tanto que una sola bomba de estas "si era transportada por un bote y detonada en un puerto, podría destruir el puerto entero".
Era una posibilidad muy grande para ser ignorada.
Esta carta condujo al establecimiento de una enorme colaboración científica, militar e industrial, el Proyecto Manhattan, que en apenas seis años produjo una bomba mucho más poderosa que la imaginada por Einstein y Szilard, capaz de destruir una ciudad entera y acabar con su población.
Solo unos años después de eso, nos enteramos de que los arsenales nucleares eran capaces de destruir la civilización como la conocíamos.
La primera preocupación científica que las armas nucleares podrían tener el potencial de acabar con la humanidad vino precisamente de los científicos involucrados en las primeras pruebas nucleares.
Les preocupaba que sus nuevas armas pudieran quemar la atmósfera por accidente, pero pronto esas inquietudes fueron rechazadas y para la tranquilidad de todos, resultaron ser falsas.
A pesar de ello, muchos de los que trabajaban en el Proyecto Manhattan continuaron teniendo serias reservas sobre el poder de las armas que ayudaron a crear.
Después del primer intento exitoso de dividir el átomo en la Universidad de Chicago en 1942, confirmando su potencial para liberar energía, el equipo de científicos que trabajaba en el Proyecto Manhattan se dispersó. Muchos se mudaron al complejo de Los Álamos y a otros laboratorios del gobierno para desarrollar armas nucleares.
Algunos de los ciéntificos se quedaron en Chicago, continuando con sus propias investigaciones. La mayoría de ellos eran inmigrantes en EE.UU. y eran conscientes de la profunda interrelación entre la política y la ciencia.
Este grupo se comenzó a organizar de forma activa en un intento por mantener la tecnología nuclear a salvo.
Uno de esos intentos fue producir el reporte Franck, en junio de 1945, que preveía una carrera armamentista nuclear como peligrosa y costosa, y argumentaba en contra de un ataque nuclear sorpresa contra Japón.
Como deja constancia la historia, por supuesto sus recomendaciones nunca fueron tenidas en cuenta.
Entonces fue este grupo el que creó el Boletín de los Científicos Atómicos de Chicago (hoy el BAS), cuya primera publicación salió cuatro meses después de que se lanzaran las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Con el apoyo del rector de la Universidad de Chicago y con colegas expertos en derecho internacional, ciencias políticas y otros campos de estudio, lograron crear un movimiento internacional de ciudadanos y científicos capaz de afectar el orden nuclear global.
Por ejemplo, fue tremendamente exitoso al establecer un "tabú nuclear".
En conversaciones privadas el secretario de Estado de EE.UU. se quejaba que el "estigma de inmoralidad" era lo que evitaba que el país usara armas nucleares.
El grupo escogió permanecer y tener como sede la ciudad de Chicago. Con esa decisión los fundadores del grupo dieron a entender su intención de enfocarse en participar con otros miembros de la comunidad científica y la sociedad civil en las discusiones sobre los desafíos que traía la tecnología nuclear, más que en enfocarse en los líderes militares y políticos que habían desechado sus recomendaciones.
En varias ocasiones anotaron que la presión de la opinión pública fue fundamental en la creación de una responsabilidad política y que la educación era la mejor vía para preservar esa mentalidad.