Luis Acevedo
Pesquera
No es para
considerarlo como una broma ni como otra ocurrencia.
Cuando el Poder
Ejecutivo no solamente critica a las instituciones que han sido creadas por la
ciudadanía para asegurar el funcionamiento de la administración pública,
promover desarrollo nacional y hacer valer a la democracia, sino que abiertamente
se manifiesta en contra de una de sus contrapartes en materia judicial y que
emprenda una campaña para descalificarla, hay que preocuparse.
La irritación
del presidente Andrés Manuel López Obrador por la decisión de varios juzgadores
especializados que encontraron diversas ilegalidades, incluso de carácter
constitucional, en la reforma que él ordenó para modificar a su antojo el marco
jurídico de la industria eléctrica que prevalecía hasta hace unos días y que
ordenaron suspender, lo aleja de la cordura y del equilibrio que debería
distinguir a un mandatario.
Aunque esa ira también
expuso despotismo sobre la administración del gobierno: “Apenas se está
publicando la reforma y ahí va el amparo, el primero. Pues nosotros vamos a
acudir a la Suprema Corte y queremos que la Judicatura del Poder Judicial haga
una revisión del proceder de estos jueces, porque sería el colmo que el Poder
Judicial del país estuviese al servicio de particulares”.
No quedó ahí, acusó
que “estos jueces surgieron cuando se llevó a cabo la reforma de Peña Nieto,
con el fin de proteger a las empresas particulares y no el interés nacional”.
Al invalidar sin pruebas y sin argumentos la imparcialidad de los juzgadores,
echó por tierra tratados internacionales y lanzó una peligrosa señal de
indefensión para la población mexicana cuyo destino podría quedar a expensas de
la voluntad del poder público.
Entre las
sociedades modernas y democráticas el Estado de derecho no es un tema del
interés exclusivo de los abogados, de los jueces o de los miembros del Poder
Judicial, sino que interesa a toda la sociedad, especialmente cuando el
gobierno ha sido incapaz de resolver el tema de la inseguridad.
Hace una
semanas, desde el púlpito de las mañaneras el Ejecutivo Federal usó como
pretexto la inconformidad de un poderoso grupo de agroindustriales que buscan
frenar su decreto con el que se elimina el uso del glifosato en los cultivos
porque, dicen, restringe la rentabilidad del campo. Con ese pretexto anticipó
que en el caso de la contrarreforma eléctrica que se preparaba vendrían amparos
y, entonces, se lanzó en contra de los abogados a los que acusó de “traición a
la patria” porque ejercerían la defensa de quienes son afectados en sus
derechos constitucionales.
Ya antes, pero
ahora también, el presidente ha buscado desacreditar a instituciones
desarrolladas por la democracia para evitar decisiones autoritarias desde el
gobierno. Hoy son los jueces, lo que significa que el nivel subió de tono y de
jerarquía, para llegar hasta el Poder Judicial, una sus contrapesos previstos
por la Constitución.
Vale recordar
que el Estado de derecho se basa en cuatro principios universales: primero, la
rendición de cuentas, donde el gobierno y los particulares somos responsables
ante la ley; segundo, una estructura de leyes justas, claras, públicas,
estables, que se aplican por igual y que protegen los derechos básicos; tercero,
un gobierno abierto, en donde los procesos por los que se promulgan, se
administran y se aplican las leyes, son accesibles, justas, equitativas y eficientes;
y cuarto, la garantía de que las resoluciones a cualquier conflicto serán accesibles,
oportunas, éticas, neutras, independientes e imparciales.
Pero las
evidencias muestran exactamente lo contrario y que el objetivo principal pareciera
advertir el encarcelamiento de quienes no comulgan con el gobierno, incluidos
los expertos en la procuración de la justicia, y exonerar a su feligresía.
Rocío Nahle, la
secretaria de Energía, que salió a la defensa de la ley eléctrica que se
promulgó sin cambiar “ni una coma” ni aceptar las consideraciones de los
productores privados, le dijo a Carmen Aristegui en entrevista radial: “¿Imagínate,
qué estudios tiene (el juez que concedió el amparo), si es de Competencia
Económica, cómo en qué se basó, qué estudios técnicos, cuánto cuesta cada
kilovatio, cuántas horas, cuánta capacidad, todo el tema técnico? No tiene ni
idea… Es la palabra, no tiene ni idea el señor”.
No es posible
pensar en una Cuarta Transformación cuando no se entiende que el derecho forma
parte de la cultura y que una de las características de un Estado de derecho
es, por una parte, la eliminación de la arbitrariedad de cualquiera de las
formas del poder, especialmente del poder público y, por la otra, que el ejercicio
del derecho es lo que legitima al poder que le fue conferido -aquí
sí- por
el pueblo.
Si para la máxima
autoridad los abogados son visualizados como “traidores a la patria” y los
jueces, inclusive los especializados “no tienen ni idea” de lo que hacen, entonces
¿quién podrá defendernos?
@lusacevedop