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Alimentos afrodisiacos ¿existen?

por Redacción
27-09-2021

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Sin poner en cuestión que determinados alimentos puedan tener efecto energizante y que puedan generar bienestar, no basta con esto para que una persona tenga deseo sexual. Para que una persona, ya sea mujer, hombre o persona no binaria tenga ganas de tener sexo, tiene que “poder” tener ganas de sexo. Y esto ¿qué significa? Pues que para tener deseo sexual, es crucial haber disfrutado antes con el sexo, haber construido una idea de sexo asociada a cierta satisfacción… Para quien nunca ha vivido las relaciones sexuales con placer, o incluso para quien las ha vivido con malestar o displacer, se hace difícil pensar que algún producto mágico vaya a hacerle desear. No es tan sencillo.

El cuerpo y el estado físico influyen en la libido, pero no de forma tan simple. El deseo tiene mucho más que ver con el aprendizaje, las vivencias, las emociones, la intimidad y las relaciones de pareja, entre otros elementos. Por eso, de poco le serviría tomar ostras, chocolate o canela (por poner un ejemplo) a una persona que no tiene deseo sexual porque nunca ha disfrutado del sexo, no ha tenido orgasmos, no le atrae su pareja o sufre una crisis vital o una depresión.

El poder del efecto placebo


En ocasiones, las sustancias supuestamente afrodisíacas podrían tener un efecto motivador impulsado por el efecto placebo. Si alguien toma un alimento con la convicción de que va a influir en su apetito sexual, podría darse una influencia positiva si esto supone que la persona, convencida de este efecto, comienza a pensar en sexo, movilizar fantasías eróticas, imaginarse la situación, prepararse para la ocasión, ponerse sexy, anticipar el placer…es decir, que tal vez genere un cierto deseo no tanto por la sustancia en sí como porque la persona se predispone para ello mentalmente.


 No existen soluciones mágicas


La tendencia a creer que hay sustancias o alimentos afrodisiacos, tiene mucho que ver con el “deseo” de tener deseo de forma rápida. Muchas personas buscan soluciones mágicas, rápidas y que no incluyan trabajo personal, justo lo contrario de lo que se requiere para mejorar el bajo deseo o el deseo hipoactivo. En este sentido, la terapia sexual supone un trabajo más largo, pero más efectivo, porque implica realizar aprendizajes.