Javier Treviño
El profesor de literatura latinoamericana de la Universidad
de Kansas, Stuart A. Day, publicó en 2004 un libro muy interesante: “Staging
Politics in Mexico: The Road to Neoliberalism” (Lewisburg, PA: Bucknell UP,
2004: 179 p.). Podríamos traducirlo como “poniendo en escena a la política de
México: el camino al neoliberalismo”.
El profesor Day, combina el análisis literario con la teoría
y práctica económicas, centrándose en obras de teatro mexicano que relatan el
período 1982-2002, cuando los líderes de México comenzaron a implementar
políticas neoliberales. Entre muchas otras, analiza “Entre Villa y una mujer
desnuda” y “La grieta” de Sabina Berman, “Todos somos Marcos” de Vicente
Leñero, “Muerte deliberada de cuatro neoliberales” de Alejandra Triguero, “Los
ejecutivos” de Víctor Hugo Rascón Banda. Cada obra examina facetas de las
ventajas y desventajas relacionadas con la sustitución de algunas políticas
públicas estatales por prácticas neoliberales.
Day presenta un debate económico, político y estético. No es
sólo el conflicto de izquierda contra derecha o de liberales contra
conservadores. Describe ambos lados del problema. Resume los impactos positivos
y negativos de la privatización, los programas de austeridad y el libre
mercado.
Cuando leí el libro de Stuart A. Day me recordó lo que el
dramaturgo y escritor brasileño Augusto Boal decía: “nosotros pensamos que el
teatro no sólo debe ser popular, sino que también debe serlo todo lo demás:
especialmente el Poder y el Estado, los alimentos, las fábricas, las playas,
las universidades, la vida”. La revolución teatral pedagógica de Boal se basaba
en la destrucción de la barrera entre actores y espectadores. Todos deben
actuar, todos deben protagonizar las transformaciones de la sociedad.
Y les cuento todo esto porque me parece que así son los
“diálogos circulares” del Presidente de México con los periodistas todas las
mañanas y así son las giras de AMLO los fines de semana.
Llevamos dos semanas con conferencias de prensa matutinas a
cargo de la Secretaria de Gobernación. No ha sido lo mismo que cuando está
López Obrador al mando. Queda claro que gobernar, para la 4T, es una puesta en
escena. En el teatro de la política, la puesta en escena lo es todo.
Con AMLO desde su púlpito, en la función diaria del gran
teatro del Salón de Tesorería de Palacio Nacional, se toman las decisiones y se
dan instrucciones. Todo el gobierno debe estar atento, de 7 a 9 de la mañana,
para saber lo que el Presidente responde a los periodistas de algunos medios
que nadie conoce y ordena a los servidores públicos lo que deben hacer.
El Presidente es un gran comunicador. Pero atrás del telón
no hay mucho apoyo que digamos. En su despacho no hay un modelo de
administración centralizado, ni su equipo organiza la información para que tome
decisiones. Tampoco hay un modelo de gabinetes especializados en donde se
discuta abierta y transparentemente los diferentes puntos de vista y
posiciones.
Todo parecería indicar que esta semana regresan las
“mañaneras” originales y los templetes y caminatas en las giras a los Estados.
Se han convertido en el teatro político nacional.
En el teatro, las estrellas son estrellas, al menos en
parte, debido a la forma en que se presentan: con una iluminación más
brillante, en plataformas más altas. Los personajes menores pueden subir al
escenario, pero se mantienen a un lado. Las estrellas hacen su entrada
triunfal, con el resto del elenco mirando hacia arriba. El discurso es
cuidadosamente escenificado con una pantalla y un telón de fondo. Hay adecuada
sincronización de las imágenes que se proyectan.
AMLO es quien se ha apropiado de la puesta en escena
política para comunicar la idea de que se está haciendo historia. Nunca se ve
pequeño. La puesta en escena es importante. Es un espacio público controlado.
Se hace todo para servir el mensaje. Todo es por diseño. Es un espectáculo
llamativo del actor principal para marcar la pauta de lo que está por venir. La
gente se enamora del héroe, le silba al adversario villano. Es un escenario
propio con gran visibilidad y alcance.
La puesta en escena de AMLO siempre contrasta con el resto
de los políticos de la 4T. Ellos quieren participar en la obra de teatro. Pero
no es lo mismo. Ellos nunca van a ser como el personaje principal. Tienen que
ser sus propios editores, productores, directores, asesores dramáticos y
actores. También son responsables de la cámara, el sonido, el peinado, el
maquillaje y la utilería. Francamente no les sale bien.
Ahora que todos los políticos llevan un escenario portátil
en forma de teléfono inteligente, muchos sienten una mayor presión para ser
omnipresentes en las redes sociales relevantes. Sienten la necesidad de tuitear
un comentario o posición sobre cada tema candente, y se esfuerzan por ser los
primeros en aumentar su visibilidad en el flujo constante de contenido.
El exceso de información obliga a los políticos a
simplificar los argumentos y a polarizar. Quieren prevalecer sobre la cacofonía
de las noticias. Pero su ímpetu los lleva a cometer errores en el proceso. Sus
posiciones apresuradas, siempre acompañadas de una buena foto, pueden incluir
información errónea o estar mal pensadas.
Todo lo que percibimos como “comunicación política” se
escenifica de una forma u otra. Los ciudadanos apenas somos conscientes de una
puesta en escena exitosa porque parecería genuina. Pero siempre deja sus
huellas.
Hace algunas semanas me preguntaba en este sitio ¿cómo toma
las decisiones el Presidente Andrés Manuel López Obrador? ¿Tiene un método?
Creo que su ausencia nos dio algo de luz sobre ese modelo de toma de
decisiones.
Lo que hay es una adhocracia. ¿Qué significa esto? El
Presidente decide a quién escucha, genera competencia y rivalidades entre los
silos, escribe personalmente párrafos de las exposiciones de motivos de las
iniciativas que envía al Congreso, como en el caso de la Ley de la Industria
Eléctrica.
La “adhocracia” es útil para un presidente como AMLO porque
comunica la imagen de que él es quien está al mando. Por eso proliferan las
“mesas”, “grupos de trabajo” y “comités” para que se vea la preocupación sobre
un tema y un sentido de acción. Pero no hay acuerdos si no tienen la bendición
del Presidente.
En el gobierno de la 4T hay gran flexibilidad (caos) porque
no hay procedimientos estandarizados ni sistemáticos. Puede responderse, cuando
se quiere, con gran velocidad. O también se puede arrastrar los pies. Hay
confidencialidad pero las consideraciones políticas y económicas se mezclan con
las ideológicas.
También hay debilidades, porque el “designado ad-hoc” tiene
que recabar la mejor información y analizar todos los puntos de vista que pueda
imaginarse. No hay un examen integral del tema, no hay discusión, no hay orden.
El Presidente se convierte en su propio coordinador de asesores y jefe de
oficina porque tiene que asegurarse de que recibe un análisis adecuado.
La paradoja de nuestra “adhocracia” es que un Presidente
fuerte y al mando es apoyado por un sistema fragmentado y dividido. El
Presidente tiene que dedicar más tiempo a cada tema, entender las implicaciones
que tiene una decisión en otras áreas del gobierno. En su cotidiana puesta en
escena, el Presidente tiene que integrar sus políticas por sí mismo, en la
soledad de su despacho.