Por Felipe León López
Desde antes de su victoria, Andrés Manuel López Obrador, su imagen
pública y su discurso político están basados en simbolismos pseudorreligiosos e
íconos que pretenden marcar diferencias entre su perfil y el de otros líderes
en la historia nacional: Hidalgo, Morelos, Juárez, Madero y Cárdenas. El
movimiento bajo el liderazgo, reitera una y otra vez, impulsa la “Cuarta Transformación”
de la República y, por supuesto, ayer al cumplirse dos años de su gestión
remarca que están sentadas las bases.
Quiere anticiparse al juicio de la historia y ser él mismo un
ícono, un simbolismo histórico a la altura de las grandes figuras que han
cambiado al país (independencia, reforma y revolución). Arriesgado frente a la
realidad, se auto elogia con el supuesto cumplimiento de 97 de los cien
compromisos que prometió hace dos años y hoy, observadores políticos y
ciudadanos le han desmentido lo insostenible de su afirmación.
Así fueron sus primeros años en la política desde el viejo PRI,
cargando el simbolismo del nacionalismo revolucionario y de que Tabasco era el
laboratorio de la Revolución Mexicana y que los presidentes Echeverría y López
Portillo cumplían con los pueblos chontales. Curiosamente, ahora como
presidente de México, ha regresado a ese discurso, auto promoviéndose como el
siguiente brinco del movimiento iniciado en 1910.
En su paso a la oposición desde el PRD tabasqueño (formado
básicamente por ex priistas y ex talamanistas), sus simbolismo e íconos fueron
dos: uno, Tomás Garrido Canabal, cacique del sureste y emblema de la imposición
del desarrollismo en Tabasco a costa de la destrucción de la selva y del
pensamiento “socialista” a partir de la prohibición de la religión, la
destrucción de templos y de símbolos católicos.
“Tomas Garrido Canabal impulsó la educación racionalista, escuelas
mixtas, el voto de la mujer, las actividades agrícolas y ganaderas; acabó con
el alcoholismo y de paso también con los católicos (68 de los 85 templos que
había en Tabasco fueron convertidos en escuelas). Al final Garrido fue
liberador y autoritario; amado y odiado; respetado y temido. En lo único que no
se parecen es en la religión: Dios fue a Garrido lo que ‘la mafia del poder’ es
a López Obrador”, refiere José Ignacio de Alba en “El largo camino a la
presidencia”.
El otro ícono tabasqueño es Carlos Madrazo Becerra, el que quiso
reformar al PRI y que enfrentó al viejo régimen. En su libro Entre la historia y la Esperanza (1995),
López Obrador se refiere a éste como el disidente que desafió al sistema con
valor y, concluye que por ello fue asesinado: “Era prácticamente imposible que
después de la intensa experiencia vivida en Tabasco y en el PRI, Carlos Madrazo
pudiera pensar en retirarse de la política Se fue a su casa, es cierto, pero a
los seis meses regresó a la palestra Y este hecho, en sí mismo, constituye una
nueva toma de posición. Tengamos presente que en ese tiempo no se permitía
hacer política al margen del sistema, y menos en épocas interelectorales.
Madrazo sabía que romper esta regla no escrita era todo un desafío Y, sin
embargo, lo asumió con decisión y valor”.
Los biógrafos oficiales y no oficiales poco han hecho para
explicar por qué durante años fueron sus paisanos fueron las referencias casi
únicas de AMLO para afianzar el liderazgo en su estado natal. Al llegar a la
Ciudad de México y asentarse ya en forma permanente, en 1996, atrás quedaron estos
dos referentes, pues los dos son los principales arquitectos de su actual
estilo personal de gobernar.
Claro que las comparaciones no son exactas ni tampoco anticipan
que serán iguales, pero los estilos personales de cada actor político –en su
tiempo y coyuntura- parecen desplegarse de manera similar o que tengan las mismas
consecuencias (positivas o negativas o ninguna, según se le vea).
Andrés Manuel, lector e intérprete de la historia a su
personalísima manera, considera en su crítica al neoliberalismo que el modelo
falló dado que la desigualdad es mayúscula, la justicia social derivó en la
violencia e inseguridad; es decir, que el régimen de Miguel de la Madrid a
Enrique Peña Nieto, desvirtuó los objetivos de la revolución mexicana (pero
omitiendo citarla tal cual). Refraseando a Daniel Cosío Villegas en La Crisis (1947) atizó al modelo
económico de libre mercado como el responsable de todos los males nacionales (Está
de más aclarar que Cosío hizo esa primera crítica precisamente a los regímenes
que llegaron después de Lázaro Cárdenas y que, años después, en los años 70,
calificaría a esos gobiernos como la descomposición total).
El malestar social derivado de la corrupción gubernamental, del
uso faccioso de las instituciones y la violencia de los grupos delincuenciales,
a Andrés Manuel le están dando la razón y la aprobación para que cualquier
acción que emprenda será recibida favorablemente, como hasta el momento ocurre
y se observa en sus niveles de popularidad. Pero, en contrasentido, y sin que
existe una estrategia para contener sus efectos, lo mismo en las calles que en
las redes sociales se fomenta el resentimiento, el odio y la sed de venganza
contra quienes piensan distinto o que formaron parte del pasado “prianista”.
Así el garridismo, con sus “camisas rojas” que destruyeron templos,
persiguiendo a todo aquel que siguiera la fe católica o se atreviera a bautizar
a sus hijos con nombres cristianos. Paradójicamente, Garrido era una mezcla de
autoritarismo y moralismo al que, a excepción de los generales Calles y
Cárdenas, ningún otro le podía cuestionar sus decisiones.
Hay que reconocer como un acierto que pugne por recuperar la
rectoría del Estado y que la política está por encima de la economía, y hay que
cuestionarle que hace mal en regresar al viejo totalitarismo presidencialista
en un momento de cambio en la globalización impuesto por los vaivenes de los
neopopulismos y por la discusión del efecto socioeconómico de la pandemia. El
reto para Andrés Manuel López Obrador y sus aliados es enorme; de caer en un
gobierno unipersonal para tomar decisiones (garridismo) o tener agilidad
colectiva para que se puedan administrar los desafíos, los retos y las demandas
de ciudadanos que, al menos en México (democráticos), suelen ser volátiles de
elección en elección.
RADIO EDUCACIÓN
El 30 de noviembre Radio Educación cumplió 96 años. En 2024 se
cumplirán Cien Años de la principal emisora cultural y educativa del país. Quien esto escribe ha colaborado en tres
libros fundamentales de su historia: Una Historia Hecha de Sonidos (2004),
Historia Reciente (2008) y Días de Radio (2017), todos de la mano de su actual
director, Gabriel Sosa Plata, sin duda, el más sólido investigador de medios
del país y quien mejor podría conducir a la radiodifusora. Rumbo a los cien
años, Radio Educación requiere su fortalecimiento y su transformación de órgano
desconcentrado a descentralizado, con todo lo que ello implica, así como un
ejercicio de autocrítica sobre lo hecho y lo que falta por realizar en esta
institución tan generosa con sus antiguos y creativos trabajadores, tan
necesario para adaptar la estación a los nuevos desafíos y formatos y,
especialmente, nuevas y amplias audiencias. Felicidades a todos y todas que
hacen día con día esta radiodifusora que fue mi segunda escuela.
Contacto: feleon_2000@yahoo.com