Por Manuel
Díaz
La escalada de violencia en Medio Oriente por el conflicto
entre Israel y Palestina empieza a ser un tema de la mayor preocupación para la
estabilidad del mundo entero.
Todo indica que la guerra Israel-Palestina se encuentra
entre los saldos más negros de la administración Trump. El expresidente
estadounidense siempre respaldó a gobiernos y mandatarios autoritarios y
dictatoriales a quienes comprometió sin importar las consecuencias para la estabilidad
internacional. En el caso de Israel, brindó respaldo a las ideas bélicas del
actual primer ministro Benjamín Netanyahu, de la misma forma que lo hizo en
América Latina con gobiernos populistas como los de Brasil, Argentina y México
y con mandatarios de otras regiones, pero del mismo corte, como el turco
Erdogan.
En el caso que nos ocupa, es bien sabido que, durante la
presidencia de Barak Obama, la relación entre Israel y Estados Unidos estuvo
marcada por los desencuentros.
A principios de 2016 Benjamín Netanyahu canceló una gira de
trabajo a Estados Unidos en la que iba a asistir a la reunión del AIPAC, el
principal grupo de presión proisraelí en Washington.
La Casa Blanca mostró su sorpresa al enterarse por la prensa
de la cancelación de la visita.
En septiembre de ese mismo año, Netanyahu programó un viaje
a Nueva York para participar en la Asamblea general de la ONU, pero antes de su
llegada publicó un video en el que definió la exigencia de evacuación de
colonias en Cisjordania, si se crea un Estado palestino, como “limpieza
étnica”, situación que hizo enfadar a la administración Obama.
En una plática entre Obama y su homólogo francés Nicolás
Sarkozy, el mandatario francés, comentó que ya no puede ver a Netanyahu porque
“es un mentiroso”, a lo que Obama respondió, “tú estás harto, pero yo tengo que
lidiar con él todos los días”.
Trump
Las cosas cambiaron con la llegada de Trump. Para empezar
uno de sus primeros actos de fue trasladar la embajada estadounidense de Tel
Aviv a Jerusalén, reconociendo la soberanía israelí sobre la ciudad santa que
los palestinos también consideran su capital. Luego castigó económicamente a la
Autoridad Nacional Palestina, cortándole las ayudas y cerrando su “embajada” en
Washington.
Todo esto hizo que Netanyahu comenzara a presumir su
estrecha relación con Trump y el respaldo electoral que le daba para su
reelección, además de otras decisiones que el mandatario estadounidense tomara
con un extraordinario sentido de la oportunidad electoral, sin importar poner en
vilo la estabilidad en Medio Oriente. (Algo así como lo que sucedió en México
con AMLO).
Desde principios de 2019, Netanyahu convocó tres elecciones
generales. En las primeras su partido contrató dos enormes vallas publicitarias
en Tel Aviv y Jerusalén con su imagen estrechando la mano de Trump. Un mes
antes de la votación, la fiscalía anunció su intención de procesar al primer
ministro por varios delitos de corrupción, pero su amigo, el presidente Trump
le envió un regalo inesperado:reconoció la soberanía israelí sobre los Altos
del Golán, un territorio que el ejército hebreo arrebató a Siria en 1967 y cuya
ocupación jamás había sido aceptada internacionalmente.
Finalmente, para que Netanyahu pudiera formar un gobierno,
Trump lo invitó a la Casa Blanca para anunciar un Plan de Paz que los
palestinos ya habían rechazado y que de entrada concedía a Israel casi todo lo
que buscaba. Posteriormente Trump solicitó la ayuda del primer ministro israelí
para las elecciones de 2020.
La derecha Cristiana
La nueva escalada de violencia en el conflicto entre
palestinos e israelitas vuelve a poner al mundo contra las cuerdas y a la
administración Biden en un dilema tremendo que pone a su diplomacia en
entredicho y a la ONU y al Consejo de Seguridad, como los invitados de palo.
El problema que enfrenta Biden es que el apoyo a Israel no
proviene de los judíos estadunidenses sino más bien de la derecha cristiana,
donde algunos ven justificaciones bíblicas para defender al Estado judío.
Aunque el senador republicano Todd Young se sumó a los
pedidos de alto al fuego, una buena parte del partido acusa a Biden no dar
suficiente apoyo a Israel y acusa a la izquierda demócrata de alinearse con
Hamás, grupo al que se designa como terrorista.
Contrario a esto, Bernie Sanders escribió en el NYT que
Netanyahu ha “cultivado un tipo de nacionalismo racista cada vez más intolerante
y autoritario” y terminó con la frase: “Palestinian lives matter” (Las vidas de
los palestinos importan)”.
Políticamente hablando, en Estados Unidos las posiciones
entre Demócratas y Republicanos están fuertemente divididas, mientras que,
entre la población, de acuerdo con un sondeo del Instituto Pew, más de la mitad
de los judíos estadunidenses calificaron negativamente a Netanyahu y casi dos
tercios expresaron optimismo sobre la coexistencia con un Estado palestino.
La bomba de tiempo que sembraron Trump y Netanyahu está a
punto de estallarle a Joe Biden, quien, sin descifrar las minas que le pueden
explotar no ha pedido explícitamente solicitar un alto al fuego y ya en tres
ocasiones tuvo que bloquear una declaración en el Consejo de Seguridad de la
ONU.
Entre lo poco en que nuestro país ha tenido una actuación
relevante, es en que, al fijar posición ante el Consejo de Seguridad, el
representante de México ante la ONU condenó el ejercicio de la violencia
presentado entre palestinos e israelíes y urgió al Consejo para que se
pronuncie y establezca un mecanismo que promueva la paz en la región. También
defendió las libertades de culto y de asociación y movimiento, de conformidad
con las resoluciones respectivas de la Asamblea General, además condenó los
ataques realizados en iglesias, sinagogas, mezquitas u otros lugares donde se
profese una religión.