Felipe León López
Si estás leyendo esto es porque hemos
sobrevivido una catástrofe, donde hay ruinas humanas tiradas por todas partes y
no nos atrevemos aún a levantar más la cabeza para observar de qué tamaño es.
Si me preguntaran cómo creo que pasó
todo diría que, después de leer y releer los sesudos análisis de científicos,
filósofos y escritores, el 2020 fue una tregua para la humanidad que se está
prolongando para un año más, pues al parecer no hemos aprendido la lección.
Así podría resumir el 2020 y así el
arranque del 2021: estamos en una tregua ante nuestra existencia. Contar cómo
nos fue en un año pasado y cómo vendrá el año venidero es una tarea complicada,
cuanto más porque vivimos situaciones inéditas para nuestra generación (aunque
hay ya miles de historias contadas sobre otras pandemias) y, muchísimo más para
los que vienen detrás. Una cosa es la experiencia vivida/sufrida y otra muy
distinta el impacto que tuvo en nuestras vidas.
La compleja humanidad se confundió más
con la pandemia y es difícil aún conocer si hubo algún tipo de aprendizaje.
“El absurdo del sufrimiento, no el
sufrimiento, fue hasta ahora la maldición que se extendía sobre la humanidad. ¡Y
el ideal ascético ofrecía un sentido a la humanidad! Fue hasta ahora el único
sentido; un sentido cualquiera es mejor que ningún sentido en absoluto”,
escribió Nietzsche en La genealogía de la moral. Y así pasaron estos
meses de aislamiento social y de sentirse vulnerables, aunque comunicados
digitalmente con quienes quisiéramos, los que pudimos.
Así es que supimos que la duración de la
vida es tan breve y tan vulnerable si no tenemos nuestra salud física y mental
bien fortalecida, pues hemos descubierto las debilidades de las políticas de
salud y educación públicas, no sólo en México sino en varios países del mundo. Hemos
revalorado el tiempo libre que antes exigíamos y algunos no supieron qué hacer con
él. La auto organización y las auto limitaciones generadas por el
autoconocimiento sobre la prevención de contagios fue más fuerte que las
campañas oficiales y contradictorias: debimos saber adaptarnos y no
conformarnos a lo que nos decían. En el aislamiento nos descubrimos a nosotros
mismos y también a quienes viven con nosotros –para bien y para mal—
permitiendo acercamientos y revaloración por esas personas, aunque también para
distanciarnos para siempre.
En lo económico, el mundo no ha cambiado
tanto, las disputas por los muertos y por la sanación han dejado ya un saldo de
derrotados y vencedores. El papel del Estado en la economía tiene una nueva
oportunidad como rector, promotor y como garante de desarrollo, para que no se
repitan los errores del patrimonialismo (una reforma del Estado social de
derecho) y sí para que cada país sea creativo, inclusivo e incluyente en el
diseño de las políticas fiscales progresivas. De otra forma, estaremos
condenados a repetir el fracaso de las décadas de 1970 y 1980.
En lo individual y familiar, las fuentes
de ingresos, sea en el trabajo o el negocio, ahora sabemos que no son duraderas
y que requieren reinventarse, y readaptarse a las nuevas dinámicas sociales,
así como aprender a usar las tecnologías llamadas “inteligentes” es tarea
obligada; además, claro, de tener siempre un ahorro como algo fundamental para
resistir a los monstruos del poder político o los poderes fácticos.
Juan Antonio Estrada en ese fabuloso
ensayo El sentido y el sinsentido de la vida, comienza advirtiendo que la
pregunta por el sentido de la vida es constitutiva de la humanidad. “Los animales
no se la plantean porque no necesitan un proyecto ni están obligados a
responder creativamente a los retos que plantea la vida. El mecanismo de los
instintos basta para la lucha por la supervivencia.”
Es decir, estamos ahora más que nunca a
replantearnos un nuevo proyecto para dar un sentido a nuestra existencia. Nos
dice Estrada que el problema del sentido de la vida está vinculado a la
pregunta kantiana ¿Qué es “el hombre”? (“hombre” en el sentido de “la
humanidad”) y cobra relevancia en la situación actual el problema de la finitud
y contingencia, del nihilismo y el existencialismo. De ahí que hoy nos urjan
pensadores como Heidegger, Ricoeur, Nietzsche, Adorno, Marcuse o Habermas.
Amable lector, lectora,
El 2021 será tan largo y tan prolongado
como el 2020. La reconstrucción del mundo es la que dicta la forma en que debe
avanzar la historia, parafraseando a Umberto Eco, y a cada uno le corresponderá
hacer su parte si queremos llegar a la siguiente página de nuestras vidas, pues
toda tregua tiene su tiempo y sus alcances.
Contacto: feleon_2000@yahoo.com