La estrategia político electoral utilizada por el candidato ganador Gabriel Boric, representante del Partido Comunista y del Frente Amplio, de correrse al centro, en las recientes elecciones de Chile, puede ser un verdadero ejemplo del regreso a una democracia y el establecimiento de un gobierno plural a favor de toda una nación.
Podría considerarse como la respuesta democrática en contra del resurgimiento de movimientos, líderes y gobernantes que desplazan las corrientes de pensamiento de izquierda y derecha, que han atentado contra la democracia y contra el andamiaje institucional que soporta las democracias para imponer gobiernos populistas.
Populismo
En su libro “Democracia y dramatización del conflicto en la Argentina kirchnerista(2003-2011)”, Osvaldo Lazzeta, Dr. en Ciencias Sociales por Flaccso, describe el resurgimiento del populismo y explica con claridad cómo se instaura el populismo a través de la ocupación de espacios con marchas, mítines políticos y asambleas junto con discursos maniqueos a favor del pueblo, constituido como la encarnación de las virtudes y los valores auténticos de la nación y en contra de la oligarquía corrupta y vendepatria.
El populismo es un discurso que divide a la sociedad en dos campos antagónicos: el pueblo contra la oligarquía. El pueblo, que, debido a sus privaciones, es el depositario de lo auténtico, lo bueno, lo justo y lo moral, se enfrenta al “antipueblo” o a la oligarquía, que representa lo inauténtico o extranjero, lo malo, lo injusto y lo inmoral. La política se transforma en lo moral y aun en lo religioso. No hay posibilidades de compromisos ni de diálogos y todos los conflictos políticos son dramatizados como enfrentamientos entre ambos campos.
El Neopopulismo
Hay en todo el mundo ejemplos de estos gobiernos neopopulistas, sea con fachada de izquierda o derecha. En Latinoamérica están Bolivia, Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Argentina, Perú, Brasil y México entre otros, pero también países que se jactan de tener las democracias más avanzadas, como Estados Unidos, no quedaron exentos de sufrir un gobierno populista con Donald Trump, que puso en riesgo su democracia.
En Europa aparecieron populistas que ganaron o disputaron con grandes posibilidades el llegar a gobernar, como en Francia con Jean Marie Le Pen, Jörg Haider en Austria, Umberto Bossi en Italia, Vladimir Zirinovsky y Vladimir Putin en Rusia, Mahmoud Ahmadinejad en Irán; Viktor Orbán en Hungría y Narendra Modi en India.
Todos ellos tienen puntos en común, según Elena Block, profesora de comunicación política de la Universidad de Queensland, Australia: “El populismo es un estilo de comunicación política que puede ser aplicado a líderes de izquierda y de derecha. Hay que pensar en Hugo Chávez o en Donald Trump. A pesar de las diferencias obvias entre ellos en términos culturales, sociales, económicos, ideológicos, políticos y de contexto, el populismo sirve para caracterizar a ambos”.
Otro rasgo en común es que todos alcanzaron las mieles del poder por la vía democrática e institucional y, ya instalados en el gobierno, se dedicaron a destruir las instituciones democráticas de sus países, desde partidos políticos y Congresos hasta organismos de la sociedad civil y todo, en la búsqueda de imponer un criterio unipersonal y caudillesco que los eternice en el poder.
Una esperanza para la democracia
Es por lo que el triunfo de Gabriel Boric cobra especial importancia para la democracia.
En la primera vuelta de las elecciones presidenciales celebrada el 21 de noviembre y caracterizada por la polarización de dos corrientes extremistas, se impuso el candidato populista de ultraderecha José Antonio Kast, con una ventaja de un 2,08% de los votos, en la segunda, Gabriel Boric obtuvo una victoria mucho más clara de lo esperado: un 55,86% de las preferencias, que representó más del 11% de diferencia respecto a su rival.
Para la segunda vuelta ambos candidatos trataron de conquistar al electorado más moderado y abandonaron algunas de sus promesas más polémicas. Los chilenos, que ya han sufrido los extremos con Salvador Allende y con Augusto Pinochet, con resultados brutalmente penosos para la sociedad y por las experiencias de otros países de la región, buscaron al candidato que menos miedo les dio ya que consideraron capaz de conducirse por la vía institucional.
Kast, en su campaña mostró simpatías con el régimen militar de Augusto Pinochet y fue descrito en los medios como ultraderechista y Boric, que saltó a la arena política como líder de movilizaciones estudiantiles y se convirtió en el candidato de consenso de una heterogénea amalgama de fuerzas de izquierda, terminó moderando sus mensajes, estrategia que al final le dio el triunfo.
En un principio el ultraderechista Kast impulsó una agenda demasiado polémica (cualquier parecido con México es mera coincidencia); es un escéptico del cambio climático; homofóbico y que combatiría la “dictadura gay”, en contra del aborto y a favor de ofrecer subsidios solo a las mujeres casadas.
Por su parte Boric impulsaba una lucha social y buscaba realizar una reforma tributaria que impactara de manera directa en el tema de las afores.
Al final, quien logró conquistar el centro y proponer una agenda plural y más incluyente, quien convenció a los votantes de caminar por el sendero de las instituciones que fortalecen la democracia, fue quien ganó la elección.
Incluso el Partido Comunista que tuvo un papel importante en la llegada de Michelle Bachelet y formó parte de los partidos de la coalición oficialista “Nueva Mayoría”, se corrió al centro en favor de la democracia.
La enseñanza de las elecciones de Chile debe ser considerada por aquellos populistas que consideran que correrse al centro para gobernar para todos es “la pérdida de la autenticidad. Entonces nos dibujamos”.
Solo resta esperar que Boric, que ya hizo la hazaña, no se deje seducir por las mieles del populismo, el egocentrismo y el narcisismo, característico de todo gobernante populista, y no polarice a la nación que va a gobernar.