Las partículas eliminadas en la combustión de los motores diésel y por las calefacciones en las ciudades crean un ambiente hostil a las plantas que para defenderse producen proteínas de estrés que hacen más agresivos a los pólenes, ocasionado una mayor capacidad para producir alergia.
Además, los altos niveles de contaminación urbana impulsan el fenómeno de inversión térmica que impide a los pólenes abandonar la atmósfera sobre las ciudades y, así, aumentan el tiempo de su exposición sobre las zonas urbanas. Esto explicaría porque en las zonas rurales hay un menor número de alérgicos a pesar de que haya mayor cantidad de plantas que en las ciudades.