Las variaciones en el nivel de actividad económica, normalmente medido por el Producto Interno Bruto (PIB), suelen relacionarse con los cambios en la pobreza. A aumentos en el PIB sucederían disminuciones en la pobreza y a caídas seguirían alzas.
Debe notarse que los vínculos entre el PIB y la pobreza relacionan un fenómeno macro social como es el primero, con un fenómeno micro social como la segunda. En efecto, grosso modo el PIB es una medida del valor agregado que genera la actividad productiva realizada dentro de límites geográficos de un país. La pobreza monetaria o pobreza por ingresos, apunta a la incapacidad de los hogares para adquirir una cantidad de bienes y servicios necesarios para su reproducción cotidiana. En México la pobreza multidimensional, construida a partir de una perspectiva de derechos, incluye una medición de pobreza por ingresos (CONEVAL, 2009).
Las conexiones entre las dinámicas de fenómenos sociales que discurren en planos tan distantes de la sociedad como son el comportamiento de la economía y la prevalencia de la pobreza (proporción de pobres), son una primera advertencia para evitar el mecanicismo. Los vínculos entre ambos fenómenos están mediados por un conjunto de procesos que hacen que dicha relación sea mucho más compleja que lo que parece a primera vista.
Por tanto, cualquier intento por bosquejar los vínculos entre crecimiento económico y pobreza requiere adentrarse en los principales procesos y niveles que intervienen entre los resultados de la actividad económica y el ingreso de los hogares, cuya cuantía juega un rol importante en la prevalencia de la pobreza en el país[1].
Los procesos demográficos intervienen en dicha relación. En efecto, si el crecimiento de la población es mayor que el del PIB, entonces, suponiendo que los demás factores que intervienen (que serán tratados más adelante) se mantienen constantes, debería observarse un aumento en la pobreza y no una reducción. El camino que normalmente se emplea para controlar el crecimiento de la población consiste en calcular el PIB por persona o per cápita. Considerando esta modificación podría sostenerse que elevaciones en la tasa de crecimiento del PIB per cápita deberían dar lugar a disminuciones en la pobreza, suponiendo constantes los demás procesos que median entre ambos fenómenos.
También hay que tomar en cuenta la forma como se reparte el producto generado en el país entre los factores de la producción (que se denomina distribución funcional del ingreso), en principio, entre el capital y los salarios o entre el capital y el trabajo [2]. Cuánto del producto va a manos de la fuerza de trabajo se resuelve en comisiones tri partitas conformadas por representantes del gobierno, los empresarios y los trabajadores, quienes suelen acordar los salarios mínimos y las tasas de reajuste salarial. Es claro que el resultado depende de la política salarial que imprime el gobierno y las fuerzas relativas empleadas en la negociación por las organizaciones de los asalariados y de los capitalistas.
Así, aumentos en el PIB per cápita no se traducirán en reducciones de la prevalencia de pobreza en los casos en que la distribución funcional del ingreso castigara abiertamente a los salarios, aún más en esta situación la pobreza podría aumentar, en cuyo caso se observaría que a mayor PIB per cápita mayor pobreza. Esta es la idea en que descansa la tesis del goteo que aplicó la dictadura chilena desde fines de la década de los setenta: permitir que la distribución funcional del ingreso favoreciera a quiénes detentaban la riqueza (lo que no era difícil de conseguir con un movimiento obrero descabezado, reprimido y en la clandestinidad, y las organizaciones sociales fuera de la legalidad) para facilitar la capitalización y por esa vía cosechar, según prometían, en un futuro no lejano, los frutos económicos de los sacrificios presentes.
Adicionalmente hay que tomar en cuenta que los ingresos de que disponen los hogares mexicanos tienen varias fuentes:
(i) Una es la parte del PIB que llega a los hogares como remuneraciones a asalariados.
(ii) Otra vía es la fracción del excedente de explotación que proviene de las utilidades de los pequeños empresarios informales y los trabajadores por cuenta propia o autónomos, no calificados tales como los plomeros, electricistas, vendedores ambulantes, y también los trabajadores calificados como son los profesionistas que atienden sus propios despachos o consultorios.
(iii) Pero el ingreso de los hogares no sólo se nutre de los recursos que se generan en la actividad económica, sino también incluye transferencias del gobierno o de otros hogares que pueden residir en el país o en el extranjero.
Entre los recursos económicos que entrega el gobierno a los hogares destacan las jubilaciones y pensiones y los programas sociales, por ejemplo, en la actualidad los hogares mexicanos reciben dinero de las pensiones de adulto mayor (65 años y más), los jóvenes de los programas dedicados a la inserción laboral denominado Jóvenes Construyendo el Futuro, además de una variedad de becas escolares cuyos montos varían dependiendo del nivel y grado que estén cursando los estudiantes, etc.
Adicionalmente hay hogares que cuentan con remesas recibidas desde exterior. Son apoyos monetarios en favor de los hogares mexicanos provenientes de hogares en el extranjero. En las remesas destacan los flujos originados en Estados Unidos de Norteamérica.
(iv) Además, algunos hogares reciben alquileres por la renta de casas y terrenos, intereses de inversiones a largo plazo, intereses por préstamos a terceros, intereses de cuentas de ahorros, intereses de acciones bonos y cédulas; es decir, ingresos que provienen de distintas formas de propiedad que suelen tener algunas personas en algunos hogares.
La investigación ha mostrado que los hogares son sujetos activos que reaccionan a las condiciones económicas y sociales en que se desenvuelven. Los estudios etnográficos, socio demográficos y sociológicos han mostrado una y otra vez que en situaciones de crisis los hogares aumentan el uso de su fuerza de trabajo secundaria, y de este modo amortiguan las caídas de los recursos disponibles del hogar; también proceden a unir hogares de familiares bajo un mismo techo, abatiendo los costos fijos y aumentando así el número esperado de perceptores de ingreso (M. González de la Rocha 1986; O de Oliveira y B. García 1994; F. Cortés y R. M. Rubalcava; I, 1991. Banegas y F. Cortés, 2019).
En síntesis, efectivamente hay una parte del ingreso de los hogares atada a la actividad productiva (las remuneraciones al trabajo y la renta empresarial proveniente de la explotación de negocios propios, las cooperativas y el trabajo autónomo) y por ese conducto al PIB o al PIB per cápita y por tanto, períodos de crecimiento sostenido tienden estar acompañados por reducciones en la pobreza. Pero, no es el único factor que incide, pues, como se ha señalado, también juega un papel importante la política salarial o de retribución al trabajo, que afecta la distribución funcional del ingreso[3]. Sin embargo, no todos los ingresos que reciben los hogares están atados al proceso de creación de valor agregado, una parte no despreciable proviene de las transferencias y las rentas del capital.
Efectivamente hay un vínculo entre el PIB per cápita y la pobreza, pero la distancia entre el fenómeno macrosocial y el ingreso que perciben los hogares, como se ha visto en este escrito, es larga y en su transcurso tienen lugar una serie de procesos que se han destacado en este escrito.
Sí hay una relación, pero dista de ser mecánica pues está mediada por la distribución funcional del ingreso – en que intervienen factores de poder-, a la que se agregan otras fuentes de ingresos de los hogares, tales como los percibidos de la seguridad social, de la política social, e incluso de hogares desde el exterior, así como de las propiedades y de los activos financieros que posean. A todo esto, hay que agregar que los hogares mismos no son inertes, sino que toman decisiones acerca de quienes deben generar recursos para su sostén, quiénes deben estudiar, trabajar o dedicarse a la reproducción doméstica; decisiones que suelen modificarse dependiendo de las condiciones económicas que enfrentan en cada momento.
Referencias
Banegas I. y F. Cortés (2020), “Reforma estructural y desigualdad en México”, Economía UNAM, Núm. 49, enero- abril.
CONEVAL (2009), Metodología para la medición multidimensional de la pobreza en México. México.
Cortés F. y R. M. Rubalcava (1991), Autoexplotación forzada y equidad por empobrecimiento: La distribución del ingreso familiar en México, 1977-1984. México, El Colegio de México.
García B. y O. de Oliveira (1994), Trabajo femenino y vida familiar en México, México, El Colegio de México.
González de la Rocha, M. (1986), Los recursos de la pobreza. Familias de bajos ingresos de Guadalajara, El Colegio de Jalisco, CIESAS, SPP, Guadalajara.
Samaniego N. (2018), “Distribución funcional del ingreso”, en Cordera R. y E. Provencio (Coords.) de Informe de Desarrollo en México: propuestas estratégicas para el desarrollo 2019-2024, PUED/UNAM.