A Daniel Brühl (Barcelona, 1978) le conocimos la mayoría con el éxito de Good Bye Lenin en 2003.
Encarnaba a un joven de la recién extinguida Alemania Oriental, que para evitar disgustos a su madre despertada de un coma, se inventó una burbuja socialista donde el país seguía dividido por el muro de Berlín.
La cinta fue un auténtico éxito en Alemania, catapultó a Brühl a la fama y desde entonces el actor ha cambiado continuamente de rostro.
Interpretó a un soldado nazi bajo la dirección de Quentin Tarantino en Malditos Bastardos, revivió al piloto de Fórmula 1 Niki Lauda en Rush, y hasta ha sido enemigo del Capitán América en el universo Marvel.
A ese currículum le faltaba dirigir y en 2021 estrenó su primera película: La puerta de al lado, una comedia negra que arremete contra todo y todos, incluido una parodia de sí mismo, a través de un diálogo con su brutal vecino.
Brühl, de padre alemán y madre española, es uno de los invitados a participar en el festival Hay Cartagena de Literatura, que se celebrará entre el 27 y 30 de enero en la ciudad colombiana.
BBC Mundo conversó con él sobre su primera experiencia dirigiendo, la coexistencia del cine comercial y de autor y la tolerancia del actor hacia la crítica constante.
La verdad es que tenía muchísimas ganas de coger toda la responsabilidad y ser el capitán del barco.
Tarde o temprano a la mayoría de actores les apetece contar su propia historia. Soñaba con dirigir, sobre todo porque de vez en cuando, durante mi carrera, me disgustaba no poder formar parte de todo el proceso cinematográfico y ser excluido de tantos aspectos.
Hacer cine es como montar un concierto y grandes misterios pasan durante el viaje.
En el rodaje, hay momentos piensas que son mágicos, pero quizás esa magia luego no se materializa y no funciona en la partitura.
Aprendí mucho sobre cómo puede cambiar una narración con cambios muy sutiles. Por ejemplo, la importancia del sonido al final de la producción. Una secuencia cambia mucho si de repente oyes a un camión por detrás o unas campanas sonar. Es una riqueza en todo el proceso que me llenó e inspiró muchísimo.
¿En qué momento decidiste a dar el salto?
Era una idea que llevaba circulando en mi mente desde hacía diez años, pero no fue hasta hace poco que me sentí capaz, con el apoyo de un estructura para poder levantar el proyecto.
Cuando se me ocurrió estaba en Barcelona en 2010 y tenía como 30 años, pero no salió la película. Yo no sé escribir bien y lo primero que escribí fue horroroso. Además, en España no tenía productora y acabé olvidándome del tema.
Diez años más tarde, ya en Berlín, retomé la idea, que me seguía gustando, con una productora apoyándome detrás.
Seguía teniendo el problema de no saber escribir, así que me atreví a preguntar a mi amigo escritor y guionista, Daniel Kelhmann, con quien ya había trabajado en una película basada en un libro suyo.
Teníamos confianza y sabía que el tema podía gustarle. Recibí su primera versión del guion y entonces supe que era el momento. Tenía una historia buena en la que creía y me sentí finalmente capaz y feliz de hacerla.
Ha sido la experiencia más linda que he tenido a nivel creativo. Ha sido brutal participar escribiendo el guion, ejecutar la película, decidir los planos con el cámara, montarla… me lo he pasado muy bien.
Haciendo esta película entendí por qué los directores no quieren a ninguno de los actores en este proceso, porque se pueden poner muy pesados.
Si los actores pueden ponerse pesados en el montaje, ¿cómo se gestiona que hayas dirigido una película donde tú eres el actor protagonista?
Sabía que actuar en mi propia película podía ser un problema desde el inicio y varios amigos me advirtieron.
Gael García Bernal me dijo que qué buena onda que hiciera mi propia película, pero me recomendó no actuar en ella.
Ahora entiendo por qué. Es suficientemente complejo dirigir algo por primera vez como para tener esa doble función que al final puede resultar un poco rara.
Primero pensé que mi persona, un tipo privilegiado de Alemania Occidental, podía haber sido un arquitecto, músico o político. Pero luego pensé que habría sido difícil, en mi primera película, adentrarme en mundos que no conocía tan bien.
Entonces me pregunté: ¿por qué no elegir a un actor? ¿Por qué no soy yo y así me burlo un poco de mí mismo?
Eso me resultó mucho más fácil para escribir porque basé muchos aspectos en experiencias personales. Solo necesitaba tener a alguien, en este caso al cámara y asistente de dirección, para que hicieran recomendaciones sobre mi actuación.