Seguir una dieta mediterránea se basa en cumplir una serie de premisas básicas.
En primer lugar, consiste en aumentar el consumo de verduras, hortalizas y frutas por ser ricas en agua, fibra y antioxidantes. Además, utilizar aceite de oliva, preferiblemente en crudo, como principal fuente de grasas.
Por contra, se debe reducir el consumo de grasas saturadas, muy
presentes en lácteos enteros, carnes grasas y embutidos.
En caso de beber alcohol, también hay que moderar su consumo y
limitarlo a un máximo de dos vasos de vino tinto al día. Por otro lado, es
interesante tener en cuenta que el vino es rico en polifenoles por lo que
presenta un efecto “cardio-protector”.
Otra recomendación es potenciar el consumo de pescado tanto
blanco como azul por encima de la ingesta de carne ya que es rico en grasas
insaturadas.
Un alimento que suele olvidarse son las legumbres. La dieta mediterránea contempla tomar legumbres, al menos, un par de veces por semana y la importancia de consumir otros farináceos como la papa, la pasta, el arroz y el pan.
En el caso de alimentos
como la pasta, el arroz y el pan es preferible que se consuman en su alternativa
integral por ser más nutritiva.