Federico Berrueto
Es propio del momento y del encargo
presidencial no desalentarse por el adverso resultado de la intermedia. El
hecho fundamental es que el partido del Presidente no tiene mayoría en la
Cámara de Diputados. Sus aliados tienen agenda propia, tan es así que el PT ha
marcado distancia de la postura presidencial de llevar a la Guardia Nacional a
la militarización total, así como la de eliminar a los diputados de
representación proporcional.
Con habilidad y maña, el Presidente
ha distraído con la idea de sumar a diputados del PRI para lograr la mayoría
constitucional, cuando no cuenta ni con sus aliados. Lo cierto es que la única
reforma que parece mostrar alguna posibilidad, remota, es la de regresar al
esquema monopólico estatista del sector eléctrico. Lo demás seguramente quedará
en el tintero.
El Presidente no atiende a una de
las evidencias constatables de las elecciones pasadas: la confiabilidad del
INE. A contrapelo de ello, insiste en cambiar a los consejeros bajo la
discutible intención de otorgar auténtica independencia al órgano electoral. En
lo de bajar el costo el Presidente oculta que una proporción importante del
gasto electoral concierne al padrón y la credencial de votar, por cierto, el
instrumento más confiable de identificación de los mexicanos y producto de la
desconfianza de que sea el gobierno quien se responsabilice de dicho documento
ciudadano.
El país requiere de reformas, no de
contrarreformas como ha sido en muchos casos el talante de la 4T en el cambio
legislativo. El Presidente no es confiable como para emprender reformas de gran
calado, no lo es para la oposición ni para una buena parte de la sociedad. En
los términos de su estilo de gobernar, la colaboración es sometimiento, el
acuerdo renuncia a lo propio. Las iniciativas recientes aprobadas por el
Congreso no solo son discutibles en sus beneficios, sino que la mayoría de las
Cámaras ha actuado en condiciones de vergonzosa subordinación, sin dejar de
considerar la evidente inconstitucionalidad de varias iniciativas
presidenciales aprobadas.
Como todos los presidentes, López
Obrador asume su tránsito en el poder en proporciones épicas y a veces míticas.
La elección le quitó el blindaje político del que gozaba y le impone un freno a
su proyecto. La pretensión histórica a medio camino no le es exclusiva. Allí
están Luis Echeverría, López Portillo o Carlos Salinas, presidencias que
terminaron entre lo ridículo y lo trágico. Hacia allá se perfila el Presidente
de hoy día, a pesar del importante respaldo popular a su persona, que no a su
gobierno.
En perspectiva, al
gobernante se le juzga por los resultados. En forma alguna no es algo de lo que
pueda presumir, sino justo lo contrario. Más allá de los buenos deseos
presidenciales y de quienes le acompañan, al término de su mandato la realidad
muestra que el país estará más pobre, más desigual, menos soberano, con más
violencia y con más impunidad, quizá, tan corrupto como siempre y, ciertamente,
con un Estado más condicionado por el crimen organizado.