Felipe León López
“Si no nos movemos a donde
están el dolor y la indignación, a
donde está la protesta, no estamos vivos,
estamos muertos”
José Saramago
Parafraseando a Malcom Lowry: sin
indignación, nada grande y significativo ocurriría en la historia de nuestro
país en la época reciente. Los indignados han sido los protagonistas para
cambiar al régimen, la simulación y el olvido.
Quien esto escribe pertenece a una
generación que heredó la indignación del movimiento estudiantil de 1968; de la
“guerra sucia”, represión y persecución durante el foco guerrillero; de las
devaluaciones que quebraron a miles de familias, de las crisis recurrentes que
golpeaban a los más pobres y provocaron que mexicanos abandonaran el país para
ser indocumentados en los Estados Unidos. Una generación que conoció al partido
cuasi único y sus fraudes y elecciones simuladas; el partido-gobierno de la
corrupción institucionalizada, de los abusos policiales, la mofa y frivolidad
desde cualquier espacio del poder público.
En la época reciente, los indignados
mexicanos nos levantamos contra la autoridad cuando ésta fue rebasada luego de
los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985. Los indignados fueron de
Guadalajara cuando explotaron 8 kilómetros de drenaje, o cuando azotó “Paulina”
en Acapulco, dejando a las autoridades rebasadas. Fuimos los estudiantes de la
UNAM, los deudores, los recortados del presupuesto federal, los movilizados
contra políticas económicas de la naciente era neoliberal. Los indignados forzamos
la apertura democrática, las reformas políticas y la ciudadanización de ciertas
políticas públicas. Así fue que hubo una reforma política de 1977 y una
irrupción cívica en las elecciones de 1988, que para bien o para mal, fue el
antecedente para la alternancia en el poder presidencial en los siguientes
años: 2000, 2012 y 2018.
Fuimos miles los indignados con la razón
de fondo del EZLN, de las masacres de Acteal y Aguas Blancas, como de las de
Allende, San Fernando, de la Guardería ABC, de los niños del Centro Histórico,
de los Le Barón y de los miles de desaparecidos por el crimen o por
autoridades. Hemos sido testigos del coraje por la desaparición de los 43
normalistas de Ayotzinapa y de las complicidades abiertas de políticos y
delincuentes.
Sin embargo, muchos preguntan: ¿qué está
pasándonos que no han salido a indignarse por las muertes por covid-19, por la
falta de vacunas, por la crisis en que está cayendo la educación pública, por
las candidaturas de impresentables personajes… y por el crimen por negligencia
de la Línea 12?
Somos, en mucho, una sociedad producto
de la indignación contenida y apenas salvada por válvulas de escape que
acostumbraba el viejo régimen. De alguna manera, el que AMLO haya obtenido la
presidencia de la República, luego de haber aglutinado la indignación nacional
contra los abusos del pasado, él es su propia válvula de escape ante los
errores y abusos que se están cometiendo en gobierno.
Han dicho que hoy vivimos en democracia,
en el cual el Estado es ahora de bienestar de nuestra maravillosa autollamada
“cuarta transformación”. En esta era ya no hay “prian”, “no hay corrupción”, “no
hay chayotes”; vivimos en el mundo feliz. Pero ¿de verdad estamos en la dulce democracia
por la que votaron millones? ¿De verdad no hay errores que marcarle ni
criticarle y que sus decisiones (y omisiones) que provocan muertes y lesiones
de por vida a los pobres del país no deben ser sancionadas ni por un grito en
la calle?
A más de una semana del peor desastre en
la CDMX, en la zona más olvidada y castigada por todos los gobiernos y donde
habitan la mayoría de las bases ciudadanas de Morena (el suroriente), hemos
observado pocas manifestaciones de indignación y más allá de la encuesta de El
Financiero registrando caída en su aceptación, no hay más protestas; hay
resignación individualista a pesar del dolor. Nos sentimos como personajes de
José Saramago en El Ensayo de la Ceguera, indignados, enojados y
compasivos de nosotros mismos.
La indignación social está contenida en
México. Es una olla de presión que ha ido acumulando temperatura y la única
válvula de escape que tenía ahora es autoridad. Cuidado. Los escenarios de
riesgo son altos conforme pasan los días, pues una serie de factores se han ido
acumulando, entre otros, la polarización (ahora sí), la inflación, la crisis
del empleo, la lenta recuperación económica, la deserción escolar y la ausencia
de una política anticrimen que haga frente a las abiertas acciones de grupos
delincuenciales. Si la civilidad de los indignados de 2018 fue tersa; cuidado
porque ahora podría violentarse en una nueva expresión, donde todos saldríamos
perdiendo.
Si desde la federación y el gobierno de
la CDMX no hay inteligencia preventiva para que la Línea 12 no sea su
Ayotzinapa, esa olla de presión seguirá calentándose por malas decisiones, y en
el mejor de los casos, la indignación será muy clara en las urnas de las
próximas elecciones.
Contacto: feleon_2000@yahoo.com