En las últimas décadas la sexualidad ha oscilado desde una visión de prohibición y negación mediada por una visión moralista y social rígida; a una actitud en el presente de permisividad y liberalismo sexual regulada por los medios de comunicación, la publicidad y la manipulación con fines económicos (Gómez, 2014).
De acuerdo con la (Organización Mundial de la salud, 2006): "la sexualidad es un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de su vida. Abarca al sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual. Se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no todas ellas se vivencian o se expresan siempre. La sexualidad está influenciada por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos, religiosos y espirituales".
Partiendo de un modelo biopsicosocial, entendemos la sexualidad desde la integración entre lo genético, lo adquirido, la naturaleza y la cultura (Terlinde y Chiclana, 2018). No solo reducimos la sexualidad a una conducta sexual en sí misma, sino que, como decía Sigmund Freud “en la sexualidad de las personas está incluido el amor en un sentido amplio”.
¿Para qué nos sirve la educación afectivo sexual?
Según Gómez (2004) la educación sexual va dirigida a ayudar a las personas a encontrar la manera personal (única) de ser y expresarse. Facilita la búsqueda de la propia identidad sexual a partir del cuerpo sexuado, a comprender, descubrir y regular el deseo, ayudar a que puedan expresar sus sentimientos, y adquirir habilidades para satisfacer las necesidades básicas.
A partir de las relaciones que formamos con nuestras figuras de apego (generalmente nuestros cuidadores principales) a lo largo de nuestra infancia, creamos representaciones mentales y modelos internos que regularan las relaciones de proximidad psicológica e intimidad erótica con uno mismo y con los demás a lo largo de nuestra vida. La tendencia a la unión, a la intimidad y al placer se pone de manifiesto en tres grandes necesidades primarias no aprendidas:
Necesidad de sentirnos queridos y tener a quien querer. Esta necesidad nos permite obtener seguridad para crecer y desarrollarnos cómo personas, su falta, nos provocará sentimientos de soledad.
Necesidad de satisfacción erótica. La satisfacción erótica varía de una persona a otra y su falta puede derivar en diferentes grados de frustración sexual.
Necesidad de sentirnos pertenecientes a una red social que nos acoja. Sentirse parte de un grupo, una comunidad, de un pueblo, de un barrio o de un país es considerada una necesidad básica para un completo desarrollo personal (Gómez, 2014).
Estas necesidades son básicas y necesarias en todas las personas y por tanto también en personas con cualquier tipo de discapacidad, aunque éstas las puedan expresar de diferente forma, de tal manera que sus tutores y educadores deben estar alerta para saber detectarlas e interpretarlas. Un metaanálisis publicado en 2018 concluyó que los programas de educación afectivo-sexual se mostraban eficaces en personas con discapacidad intelectual, destacando que estos eran mejores si los grupos de personas estaban formadas por personas del mismo sexo (hombre/mujer) y si la duración de las sesiones eran menores de 45 minutos (Gonzálvez et al., 2018).