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El 2020, año de la peste… política

por Felipe León López
17-12-2020

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Felipe León López

 

Quizás ocurrió hace más de 20 mil años cuando los primitivos ancestros enfrentaron las primeras pandemias. Entonces, como ahora, buscaron una explicación y una forma de enfrentar esas enfermedades que llegaban de algún otro lado, casi invisibles, para matarlos. Quizá desde entonces se ha manipulado la información y el remedio, se ha abusado del miedo a contagiarse y, tal vez, desde entonces se haya antepuesto la política sobre la sanación bien sea ésta mágica, hechicera o científica.

 

Walter Ledermann D. en el texto El hombre y sus epidemias a través de la historia (The Man and his epidemics through the History) cuenta que existen antiguas referencias de Tucídides, Hipócrates y de Cipriano (siglo III d.C.) de que “la primera gran pandemia se registró en el mundo antiguo en tiempos del emperador Justiniano, en el siglo VI d.C.; duró sesenta años y terminó mezclada con viruela”.

 

“Luego tenemos la celebérrima muerte negra, que asoló toda Europa entre 1347 y 1382, habiéndose iniciado, de acuerdo a la mayoría de las descripciones, en Catay (China). Desde allí pasó a Europa, donde sólo respetó a Islandia, no así a la ya descubierta Groenlandia, para extenderse luego a Arabia y Egipto”.

 

Ledermann refiere que el médico historiador Laín Entralgo, al analizar la peste negra, concluyó que hubo tres consecuencias importantes, además de las políticas, pues terminó con la Guerra de Cien Años:

 

“a) Una gran recesión en Europa, no sólo demográfica, sino económica.

“b) Una exaltación de ciertas prácticas religiosas viciosas, como las procesiones de flagelantes, con un claro contenido social: la muerte nivela a ricos y a pobres. Los flagelantes hicieron correr la voz de que eran los judíos los causantes de la peste, con el consiguiente asesinato de miles de ellos. El Papa, que era inteligente y veía cómo en Avignon la peste estaba lejos de respetar a los judíos, emitió una tardía e inútil bula declarando su inocencia.

“c) Como contrapartida, otros vivieron una exaltación de los placeres mundanos, ante la fugacidad de la vida (carpe diem). En la primera jornada del Decamerón, Pampinea solicita a sus jóvenes amigos que nadie traiga noticias que no sean alegres”.

 

Ferdinand von Schwarzenberg, el príncipe de la peste, en el siglo XVII, es el primer caso documentado de cómo las razones políticas fueron antepuestas a razones de salud pública.

 

En 1678, el médico Paul de Sorbeit, “advirtió los primeros casos de peste, importados de Turquía. Informó al gobierno, pero como se celebraba el cumpleaños del príncipe heredero y todos los preparativos estaban hechos, las autoridades informaron los casos sólo como fiebre alta. La fiesta se celebró y los distintos embajadores se llevaron la peste a sus respectivas naciones. El Rey Leopoldo, aterrado por lo que había hecho, viajó en peregrinación al santuario de Maringel, a 85 Km de Viena y la peste viajó con él, de manera que Sorbeit la denominó pestis ambulans”.

 

“El príncipe heredero Ferdinand, por su parte, se caracterizó por su denodada lucha contra la enfermedad, siendo célebre la anécdota de haber recogido un cadáver que transportaba el carretero de la muerte, y que éste no quería echar de nuevo al carro. El príncipe castigó severamente al Magíster del hospital, por ampliar las cifras de los enfermos y de sus días de estadía, a fin de cobrar mayor subsidio estatal, así como por apropiarse de algunos legados. En cambio, honró a Sorbeit y a otros 28 médicos fallecidos en plena labor”, refiere Ledermann.

 

Desde entonces hemos padecido mismos métodos y actitudes, como culpar a los demás de las desgracias. Gobernantes y gobernados, cada quien, en su propia lógica, buscando explicaciones como si fuera una novedad, cuando llevamos siglos padeciendo las pandemias.

 

La larga historia de la humanidad va acompañada de la historia de las pandemias, unas más letales que otras. Las consecuencias y el manoseo que se hace de las mismas no varían: hay intereses económicos y políticos por encima de los intereses de la salud pública, de las vidas humanas que día con día siguen perdiéndose.

 

Hace unos días un amigo cercano, el escritor Luis Francisco Trujillo, me recordó la película de Felipe Cazals, El año de la peste (México, 1979), una adaptación libre del Diario de la Peste de Daniel Defoe, escrita por Gabriel García Márquez y José Agustín. Revivir los diálogos de ese filme y cómo esa Ciudad de México con 15 millones de personas se envolvía en el terror por una pandemia que las autoridades ignoraron, minimizaron y terminaron por encubrir para evitar una crisis política, nos trasladó a la actual circunstancia por la que atravesamos no sólo los capitalinos sino el país entero.

 

"Ante la evidencia, el gobierno decide controlar la información para evitar el pánico, organiza brigadas represivas disfrazadas de fumigadores y prolonga las vacaciones escolares. Los habitantes, por otro lado, fingen no darse cuenta y tratan de divertirse, mientras la ciudad se llena de cadáveres", retoma una de las reseñas de la cinta de Cazals.

 

El 2020 es el año de la peste política, como lo fueron las pestes anteriores, la cual es más mortífera y más despiadada que la propia enfermedad. 

 

Y aquí estamos, una vez más, fincando las esperanzas en una vacuna, en el hechicero, el mago, el médico y el científico, al que se le carga la presión de toda la humanidad para hallar la salvación; esa salvación al castigo divino/maligno por ser tan malos.

 

Contacto: feleon_2000@yahoo.com