La realidad, no se requiere de mayor esfuerzo para rechazar la propuesta del dirigente del PRI de cambiar las leyes a efecto de que la población acceda a armas de alto calibre para defenderse de los criminales. Basta señalar que los países más permisivos al respecto son los que tienen más homicidios. Suficiente comparar qué sucede en Estados Unidos y en Europa para concluir que una sociedad armada es la peor manera para enfrentar al crimen. Las recurrentes masacres en EU y el flujo de armas a México no se presentarían si hubiera mayor control de este criminal comercio. La solución apunta en sentido contrario: el monopolio legítimo de la violencia a cargo de las autoridades, como no está sucediendo en México.
Alito resultó ser un buen alumno de lo malo de AMLO en su inclinación para desviar la atención a manera de responder a su crisis. Desaplicado aprendiz, ya que su trampa es evidente. Ha sido cuestionado por los exdirigentes de su partido; cada vez son más los que reclaman su salida, como hicieran los exgobernadores de Chihuahua. Una de las voces más dignas, más relevantes del PRI, Enrique de la Madrid, de manera comedida le ha pedido que reflexione sobre lo que sería mejor para la organización que preside.
El dirigente del PRI engañó a los expresidentes y al coordinador de los senadores. No cumplió su palabra de reunirse con ellos porque desconoce la probidad. La gobernadora de Campeche documenta semana con semana la estulticia y la inmoralidad de su antecesor; pero en él no existe un mínimo sentido de decencia. Por ello, es ocioso apelar a su responsabilidad para retirarse de la dirigencia y facilitar un proceso de renovación profunda del PRI, fundamental para su sobrevivencia y para aportar algo positivo a la alianza opositora.
Otra mala copia de lo malo de AMLO es recurrir a la expresión de traidor para estigmatizar y descalificar a quienes se le oponen. Para el presidente, los diputados que no se le someten pasan al casillero de traidores a la patria, con el agregado de que el dirigente de Morena, Mario Delgado, formaliza la denuncia ante la Fiscalía General de la República. El líder dice prohibido prohibir, y en los hechos, el presidente de la Cámara, su amanuense, denuncia penalmente a consejeros del INE, y su partido a los diputados que votaron en contra de su iniciativa de contrarreforma eléctrica.
Alejandro Moreno amenaza con expulsar del partido a quienes le piden que se retire de la dirección. No se anda por las ramas; igual que Rubén Moreira, apuntan al senador Miguel Ángel Osorio Chong, coordinador de los senadores tricolores y pretenden intimidarlo con la idea de expulsarlo del PRI. Quienes han sido comparsas del presidente López Obrador, acusan a sus opositores de lo mismo. Recuérdese los votos de Rubén Moreira a favor de López Obrador en la contrarreforma educativa y en la revocación del mandato.
La crisis del PRI no se debe a Alito, aunque sí mucho ha contribuido para que el tricolor pierda credibilidad. Su remoción no resolverá su deteriorada imagen, pero es un paso que deberá darse. La asociación del tricolor con corrupción se debe a la venalidad que imperó en las presidencias de Carlos Salinas y Enrique Peña Nieto. No hay de otra, un reconocimiento de culpa deberá pasar por la expulsión de ambos del Revolucionario Institucional. Debe hacerse con apego a la ley, no se requiere documentar la corrupción que caracterizó a sus presidencias. El primero traicionó al partido al hacer contracampaña contra Luis Donaldo Colosio, que culminó en lamentable y dolorosa tragedia. Enrique Peña Nieto utilizó a las instituciones del Estado para intentar sacar de la contienda a un adversario -Ricardo Anaya-, que ahora se ha vuelto práctica generalizada, parte del paisaje.
El PAN y la alianza opositora deben entender que no podrán transitar al futuro acompañados del PRI corrupto, hoy personalizado con Alejandro Moreno y Rubén Moreira. Apostar a la desmemoria es una pésima opción, más cuando el éxito del adversario se sustenta justamente en no ser, aunque lo sea, igual a los del pasado.