No son poco los enojados con el método para seleccionar candidato desvelado por el bloque opositor llamado Frente Amplio por México (FAM). En algunos hay frustración y hasta disgusto, lo que resulta revelador porque los más desencantados son malquerientes de López Obrador y de la continuidad. Ciertamente, el método, no ortodoxo, difícilmente dejará satisfechos a los puristas, como quien esto escribe. Sin embargo, dadas las circunstancias, particularmente la partidocracia, lo que se anuncia está lejos de ser una mascarada de las dirigencias de los partidos o una burla a la ciudadanización. Hay razones de reserva, pero las consideraciones positivas y la buena conducción del proceso constituirán un punto de quiebre en la democratización de la selección del candidato(a) presidencial.
Desde hace tiempo el fatalismo se ha vuelto compañero de viaje de la comentocracia opositora. Se dice que la elección de 2024 está cantada a favor del oficialismo a pesar de la evidencia electoral de que el escenario será mucho más competido que el de 2018. Para empezar, en Morena no hay prospecto de candidato o candidata capaz de concitar la adhesión transversal de AMLO. La ausencia del árbitro, la influencia indebida del poder y las previsibles malas prácticas se conjuran con la participación electoral, que ya estuvo presente en 2021 y que, de haber ocurrido en el Estado de México, el resultado hubiera sido más cerrado.
Hay enojo porque la oposición no ha perfilado candidato(a), sin advertir que esto no es producto del voluntarismo, sino de la circunstancia. Así ocurrió con Fox, Peña Nieto y AMLO. Ahora será diferente y no existe razón alguna para suponer que la oposición no tendrá un candidato(a) competitivo y con capacidad de movilizar simpatías y votos.
Los fatalistas debieran leer menos encuestas, pensar más y estudiar las cifras desde 2021 a la fecha. Las elecciones se deciden con votos no con sondeos de opinión y los números indican margen para la competencia y que la incertidumbre sobre el resultado estará presente.
Respecto al método que tanto enoja y a algunos indigna muestra que los partidos sí entendieron la necesidad de “ciudadanizar” el proceso. No es una vuelta de tuerca completa como hubieran querido Sergio Aguayo o Germán Martínez, pero sí es un paso significativo y considerablemente superior a lo que se esperaba. Guadalupe Acosta ha sido un buen comunicador del FAM y si se le escuchara con atención muchas de las reservas o de las objeciones si no se despejan, al menos se entienden en su contexto. El método es el encuentro entre lo deseable y lo posible, entre los intereses propios de las partidocracias y el impulso innovador de la sociedad civil.
No es malo que el FAM tenga sus críticos, sobre todo, aquellos que anhelan la alternancia en la presidencia de la República. Además, hay otras batallas por atender como la construcción de un gobierno de coalición, una propuesta que haga ganar votos, el triunfo de la pluralidad en el Congreso, la democratización del régimen político y el imperio de un sentido de ética que lleve a la autocontención, que aleje el abuso y la simulación como prácticas políticas generalizadas.
Por lo pronto hay dos derrotas ya inscritas en las precampañas: la legalidad y el dinero oscuro. Ambos procesos, más el del oficialismo que el de la oposición, acusa campañas anticipadas. Al menos en el segundo caso se tuvo la visión de rescatar la figura de frente para dar cobertura de legalidad al proceso; sin embargo, en los dos casos se trata de seleccionar candidato(a) presidencial fuera de los tiempos legales. Las campañas se hacen con dinero y nuevamente es más evidente el excesivo gasto en los aspirantes que ya iniciaron proselitismo.
El fatalismo es ingrato, particularmente porque el desafío hacia 2024 es mayúsculo por lo que está de por medio, entre esto la democracia y la libertad de expresión y porque no atiende otros aspectos positivos del proceso en curso. El hecho mismo de que haya coalición PAN, PRI y PRD dice mucho, todavía más cuando es acompañada de una iniciativa ciudadana que está probado sí tuvo impacto relevante en la definición del modelo para definir al candidato.