Felipe
León López
Estamos
en una fase de alto interés para el país, porque el bloque en el poder está
inmerso en muchas disputas abiertas y, cuando éstas se hayan concluido, el
perfil del gobierno de Andrés Manuel López Obrador tendrá otro rostro y quizá
otra forma de procesar los desafíos actuales y por venir.
Parecería
una obviedad, pero no, los retos que enfrenta el país para salir de la crisis
multifactorial desatada por la pandemia requieren respuestas urgentes y
razonables de un gobierno que tenga unidad y rumbo. Lo que ha pasado en estos
dos años es una curva de aprendizaje lenta, poco efectiva y con muchos heridos
en el camino, internos y externos. Las decisiones tomadas, razonadas o no, han
creado un ambiente de incertidumbre en casi toda la administración pública, que
cotidianamente se queja de falta de recursos, de personal poco calificado y el
temor a dejar el cargo sin ser acusado de traidor.
El
gabinete presidencial está confrontado en al menos tres bandos desde el primer
día: los primeros son “radicales” y “lopezobradoristas puros” quienes
consideran necesaria la ruptura abrupta con el status quo, sin
contemplaciones ni misericordias como si se tratara de que adquirieron el poder
por medio de una revuelta social y no por una elección democrática; los
segundos son “moderados” que son adherentes y no precisamente morenistas,
pragmáticos y con visión política y económica más tradicional, quienes apuestan
por aterrizar los cambios paulatinamente y negociar nuevas reglas con los
factores de poder económico; y los terceros, que en este momento son sólo
piezas coyunturales, los encargados de operar electoralmente los programas
gubernamentales, por eso no importan sus credenciales académicas o
profesionales, tampoco sus demasiadas improvisaciones, sino solamente estar sujetos
a la voluntad unipersonal del titular del Ejecutivo para ganar las próximas
elecciones.
Por
supuesto, el pleito ha devenido en diez renuncias ruidosas en poco tiempo,
porque no hay afinidad en los equipos de trabajo ni en la visión y operación
del aparato de gobierno. “Sí escuchamos (a los funcionarios), pero tiene razón
(Jaime Cárdenas), pedimos lealtad a ciegas al proyecto de transformación,
porque el pueblo nos eligió para eso, para llevar a cabo un proyecto de
transformación, para acabar con la corrupción, para acabar con los abusos, para
llevar a cabo un gobierno austero”, respondió el presidente en su conferencia
matutina al último funcionario que renunció.
En
el partido oficial, MORENA, las condiciones no son distintas y en la elección
del dirigente también se juega el destino del gobierno, pues la alianza Marcelo
Ebrard – Ricardo Monreal por Mario Delgado es el control del instituto político
y de la ruta que lleve la agenda legislativa y cómo le gusta al presidente. Mientras,
del otro bando, cierran filas los duros con Claudia Sheinbaum y el peso
político de Porfirio Muñoz Ledo para buscar controlar esos hilos fundamentales
para el régimen actual.
Un
panorama nada fácil. Por un lado, hay quienes ven a Marcelo Ebrard como
"el vicepresidente" debido a su papel como bombero político del
gobierno de AMLO, lo mismo para la compleja relación con países del sur que con
EUA. Le han salido bien los temas candentes como darle continuidad al T-MEC,
despresurizar a los maduristas y sus simpatizantes que pedían a México
alineamiento, el asilo a Evo Morales y su fugaz salida, la atención al caso de
la familia LeBarón, la gestión para la vacuna anticovid-19, la visita
presidencial a Donald Trump, entre otros.
Sin
duda, la imagen de Ebrard ha crecido y consolidado, pero no para el gusto de
todos en MORENA, pues ya Porfirio Muñoz Ledo lo acusa de detentar el poder
presidencial y hasta advertirle que lo expulsaría del partido; la revista
PROCESO le dedica un reportaje duro sobre sus “negocios” en Honduras, de donde
es originaria su esposa Rosalinda Bueso.
La
ofensiva contra Ebrard no guarda distancias ni formas. Actores vinculados a Claudia
Sheinbaum no tienen miramientos en bombardearlo para evitar que tome el control
de MORENA, incluso, al grado de decir que tampoco es del agrado del presidente
que él tuviera las riendas del partido, justo cuando deben también comenzar a
elegirse a candidatos a gobernadores, alcaldes y legisladores.
Luis
Rubio citado por MILENIO SEMANAL, apunta una anécdota significativa: “Cuando
López Obrador era jefe de Gobierno de la Ciudad de México, le hablaba de
usted. Los demás funcionarios eran apenas unos instrumentos, Ebrard era su
colaborador”.
“Le
dio una secretaría que no es muy importante porque, como decía Lyndon Johnson,
es mejor tener a los enemigos dentro de la tienda, orinando hacia fuera y no
para dentro, pero resultó que Ebrard se convirtió en el gran operador dentro
del gobierno”, remata Rubio.
Del
otro lado, Sheinbaum tiene los complejos problemas de la ciudad y una
indefinición de qué hacer con su papel como jefa de Gobierno frente al poder
presidencial. El manejo de la pandemia distanciado de los dictados del
subsecretario Hugo López Gatell le resultaron y fueron bien capitalizados por
su equipo. Asimismo, tiene una virtud de peso: los afectos del presidente por
encima de todos los demás políticos enrutados en la autollamada “cuarta
transformación”.
Sin
embrago, Claudia tiene limitante como no tener aliados de peso al interior del
primer equipo presidencial; todos los días quiere resolver problemas que dejan
la incompetencia de los alcaldes de la capital del país y dejar de pensar en el
2024. La adhesión de los duros a la candidatura de Muñoz Ledo y con el respaldo
de Claudia dieron un salto en las encuestas internas y eso habla de efectividad
y capacidad de aglutinar a las demás corrientes y bloques. Esto es una ventaja
pero también un problema, pues detrás hay lastres que no la dejarán correr con
libertad cuando decida hacerlo.
El
7 de septiembre arrancó el proceso electoral federal 2020-2021 para elecciones
de gobernadores, legisladores locales y diputaciones federales. Para esto, por
ética política, los aspirantes a puestos de elección popular ya debieron
renunciar a sus cargos públicos (legislativos, municipales, estatales o
federales) y comenzar a trabajar por sus candidaturas. De ahí que haya mucha expectativa de lo que
pase en el gobierno de la República, pues habrá ajustes por estas salidas y un
cambio en la correlación de fuerzas al interior del gabinete, y ahí, todo pasa
por la renovación de la dirigencia.
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