Según sus cercanos, a Andrés Manuel
López Obrador no le molesta que le digan “el necio”. Su propia esposa confesó
que le dedicó esa canción de Silvio Rodríguez, que a la letra dice así:
Me vienen a convidar a arrepentirme
Me vienen a convidar a que no pierda
Me vienen a convidar a indefinirme
Me vienen a convidar a tanta mierda
Todos los presidentes mexicanos han
tenido apodos con que la gente los califica por su desempeño, su aspecto, su
personalidad o sus defectos. Según algunos autores, Adolfo Ruiz Cortines
(1952-1958) fue quizá el más renombrado: “el faquir”, “la momia”, “embrión de
dandi porteño”, “el tío Coba”, “la sonrisa Colgate”, “el cintura brava”, entre
otros.
Al general Lázaro Cárdenas le llamaban “trompapendécuaro”,
a Gustavo Díaz Ordaz “Tribilín”, “López Paseos” a López Mateos, Echeverría era
“el loco”, otro López fue José López“Porpillo” y “el perro” (por el famoso
discurso en que defendería al peso como tal). Y así vinieron después, “el
snoopy” a Ernesto Zedillo (porque sólo entendía a periodicazos), Vicente “Fax”
(porque así gobernaba, a distancia), el “espurio” o “el usurpador” a Felipe
Calderón, “el copetes” a Enrique Peña, y llegamos con Andrés Manuel López
Obrador, que por años ha sido llamado “el peje”, aunque no le agrada, y por eso
prefiere seguir como “el necio”, porque se dice persistente, constante,
obnubilado, ofuscado, obcecado y terco con sus ideas y decisiones, tal cual
dice la letra de Silvio Rodríguez:
Yo quiero seguir jugando a lo perdido
Yo quiero ser a la zurda más que diestro
Yo quiero hacer un congreso del unido
Yo quiero rezar a fondo un "hijo nuestro"
Dirán que paso de moda la locura
Dirán que la gente es mala y no merece
Mas, yo partiré soñando travesuras
Acaso multiplicar panes y peces
Yo no sé lo que es el destino
Es plausible que el poder político
emanado de la mayor legitimidad democrática en la historia contemporánea se
ejerza esa terca necesidad de justicia para que evasores paguen sus impuestos,
para que los abusos de los poderes fácticos sean doblegados y que se busque la
distribución de la riqueza sea efectiva y justa. Sin embargo, cuando esa
necedad no da los resultados, como jefe de Estado, tendría que la obligación de
corregir las estrategias y las tácticas, de enderezar el rumbo y no perder el
objetivo.
Pero es de necios insistir al infinito
sobre la “verdad” de sus obsesiones y visiones del mundo. Así pasa con la
situación económica del país y de desarrollo social, que tanto el Banco de
México como el Coneval han reiterado que la pandemia ha golpeado y retraído el
crecimiento del país por varias décadas, y no por culpa del actual gobierno,
sino porque la crisis es multifactorial a nivel mundial.
No hay crítica que valga, sea interna o
externa, el necio de Palacio no cambiará nada ni a nadie; y obliga a todos a
marchar a su ritmo y sus caprichos, así se estén yendo vidas de miles de
mexicanos en políticas equivocadas. Disentir es el principio de ser expulsado
de Palacio y, peor aún, ser aniquilado por las “brigadas de ajusticiamiento” de
las redes sociales afines. Si es un llamado desde la sociedad civil, desde las
voces disidentes o desde un foro adverso, mucho menos, el necio cree que hay
una conspiración en su contra de los emisarios del pasado que buscan su fracaso.
“La necedad es la combinación de la
falta de inteligencia, el egocentrismo y la terquedad. Irónicamente, la falta
de inteligencia lleva al necio a pensar que es más listo que los demás. Para
ello, se rodea de una decena de palabras técnicas con las que envolver su
discurso vacío” escribió Toni García Arias sobre Pedro Sánchez y su necedad a
corregir y llevar al PSOE al fracaso y la derrota, como ocurrió.
El tema del uso del cubrebocas es claro
ejemplo de la necedad política, de la propaganda por encima de la
responsabilidad ética de un gobernante en la actual circunstancia del país. No
hay razones científicas detrás de esa decisión, como tampoco las hay técnicas
detrás de Santa Lucía, ni siquiera de lógica económica y desarrollista
sostenerse en una política energética rebasada hace décadas; ahora sabemos que
tampoco la política social es la adecuada, porque los pobres son más y hay más
pobres. Todas las dependencias gubernamentales y sectores artísticos,
culturales, educativos, científicos, mediáticos y sociales, han apretado el
cinturón para alimentar presupuestalmente dichas iniciativas, sacrificándose y
callándose inexplicablemente.
El necio de Palacio sabe que opera en
beneficio propio y quizá le dé algún resultado electoral el 2021. Pero cuidado,
porque detrás de la necedad están pegando al desempleo, la escasez, la angustia
colectiva y la incertidumbre. Un necio es egocéntrico y un gobernante
egocéntrico termina siendo un autócrata, algo que a AMLO no le gustaría ser
recordado como tal por la historia, pues sigue insistiendo que es un demócrata
y que sabe escuchar (aunque nunca dirá que se equivoca o que es capaz de
corregir).
Contacto: feleon_2000@yahoo.com