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Más allá de la estridencia declarativa del presidente estadounidense, que tiene la
agenda setting mundial totalmente copada desde hace más de tres semanas, y de
las expresiones pronazis y profascistas de sus aliados en todo el mundo
occidental, incluyendo sus lacayos “autorracistas” latinoamericanos, un
sentimiento colectivo de rechazo a los Estados Unidos está renaciendo,
calentándose y, hasta ahora, nadie puede anticipar en qué derivará el renovado
“Yanki go Home”, que lo mismo crece en México, Argentina, Brasil, España,
Francia, Alemania o Italia.
Ahí está de nuevo, porque el repudio al invasivo estadounidense que parecía
haber sido enterrado hace décadas, no quedó aniquilado y el sentimiento de
repudio a los desplantes imperialistas e impositivos persiste. Por décadas, unas
ocho para ser exactos, la otrora nación más poderosa tejió fino la promoción de su
modelo de democracia liberal como la mejor ante los riesgos del comunismo
totalitario y de economías cerradas, impulsó el capitalismo de libre mercado y
sumó varios acuerdos comerciales y, por si fuera poco, utilizó toda su industria
cultural (cine, televisión, radio, la blogósfera, el streaming, música, moda, opinión
pública, entre otras) para que el american way of life fuera el ideal de toda persona
de occidente.
México este impacto fue más fuerte. Hacia inicios de la década de 1990 en el
marco de una tendencia global a los grandes acuerdos comerciales, pilar
fundamental del neoliberalismo, nuestra clase gobernante se alineó a América del
Norte en lo económico, lo político, lo jurídico y en su seguridad hemisférica,
derivando en una sociedad del TLCAN o T-MEC en todo lo sociocultural que ello
implica, engendrando generaciones completas de mexicanos que han sido
alineados al modo de vida estadounidense, como diría Carlos Monsiváis:
“gringuitos nacidos en México”.
Así como en Europa occidental de la postguerra, tanto México como Canadá, la
vinculación a los Estados Unidos nos obligó a ser aliados en ocho de cada diez
resoluciones a conflictos internacionales, por ello, en este momento, los gobiernos
europeos (de derecha, ultraderecha y socialdemócratas) se sienten
desconcertados y desorientados por el giro que ha dado la geopolítica de Donald
Trump al darles la espalda, exigirles pagos y acotarlos en colaboraciones que han
sido históricas desde la Segunda Guerra Mundial.
La politóloga del diario El País, Máriam Martínez Bascuñán, escribió el pasado
domingo con mucha precisión: “La orientación -citando a la filósofa Sara Ahmed-
está ligada a la familiaridad, a sentirnos en casa en un mundo con un orden
reconocible, nos permite tener metas y aspiraciones. La desorientación es lo
contrario, y así estamos: desorientados. Nuestras estructuras, otrora familiares,
han cambiado abruptamente. Nuestro aliado histórico se comporta como un
adversario, se nos induce a dudar sobre si un saludo nazi es un saludo nazi
(spoiler: lo es) y los principios democráticos fundamentales se usan como
munición antidemocrática para generar confusión”.
En 1958, una novela de William J. Lederer y Eugene Burdick, de nombre bastante
ilustrativo y muy citado en tiempos como los actuales, El americano feo, los
autores describen y critican la ineficacia de la diplomacia estadounidense y la falta
de comprensión cultural de los funcionarios y militares estadounidenses en el
extranjero, especialmente en aquellos donde sus gobiernos intervienen. Aunque el
libro examina los errores y la arrogancia de los estadounidenses en el extranjero,
particularmente en el contexto del sudeste asiático durante la Guerra Fría, la
situación aplica para cualquier momento en que Estados Unidos buscan
reposicionarse como la Grandeza Americana.
En la conclusión del texto los autores consideraban que el “americano feo”
fracasaba al intentar imponer su ideología y costumbres mientras crecían las
simpatías al poder soviético en países subdesarrollados. Hoy, las circunstancias
han llevado al gobierno de Donald Trump a darle respaldo y reconocimiento al
ruso Vladimir Putin en un movimiento geoestratégico y de alto impacto en la
política energética estadounidense.
Otra curiosa sorpresa es que ahora, a larga lista del intervencionismo, operaciones
psicológicas, campañas culturales y contraculturales, así como de construcción de
ambientes sociopolíticos para la americanización del modo de vida en todo
occidente, ahora digan adiós a la USAID, la Agencia de los Estados Unidos para
el Desarrollo Internacional, que había sido su mejor arma, por ejemplo, para la
promoción de la ciudadanización de la democracia (nuestros finados órganos
autónomos, por ejemplo), las reformas de los sistema judiciales (así los juicios
orales, así la elección de ministros) y hasta de afianzar la democracia liberal (bi o
pluripartista) como único modelo político a defender a través de industrias
culturales y equipamientos mediáticos que siguen activos y más profusos con las
plataformas digitales.
En lo político, el ex secretario de Estado de EUA, Robert Lasing, afirmaba en una
carta multicitada de 1924 que "México es un país extraordinariamente fácil de
dominar porque basta con controlar a un solo hombre: el presidente". Y a la luz de
la historia, así ocurrió por varios sexenios no sólo con nuestro país, sino
prácticamente con casi toda América Latina: se sustituyeron los golpes de Estado
inducidos para imponerse por la vía democrática a gobiernos afines al
imperialismo estadounidense, a excepción, claro, de la ola rosa del progresismo.
Pero las condiciones están cambiando radicalmente, porque una vez más han
comenzado a surgir movimientos antiestadounidenses, desde protestas y
movimientos sociales callejeros, hasta decisiones diplomáticas que podrían derivar
en mayores crisis.
El antiamericanismo o el repudio al régimen estadounidense recorre el mundo
nuevamente, a sus políticas, a su cultura y al gobierno que encabeza Donald Trump, que
prácticamente le da la espalda a los aliados -que no amigos- al ponerlos contra la pared,
imponiéndoles aranceles por cualquier situación (como es el caso de la nueva “certificación
antidrogas”) o regañándolos por abandonar sus valores morales (llámense aborto, uniones
de personas del mismo sexo, repudio a las minorías étnicas, migración ilegal).
Retomando lo que dice Rafael Fernández de Castro: Europa le dice adiós a la Pax
Americana que derivó en la creación de las Naciones Unidas y organismos financieros
como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, así como la Organización del
Tratado del Atlántico Norte, a América Latina, a cuenta gotas, vienen los arancelazos para
evitar que caigamos en los brazos de China.
La gran duda, este nuevo renacimiento del sentimiento antiestadounidense cómo se
acomodará ante la irrupción de la nueva gobernanza mundial que impulsa junto a líderes
mundiales de rasgos totalitarios y aliados de la llamada nueva oligarquía tecnopolítica
encabezada por Elon Musk, porque a diferencia de la época de la Guerra Fría, los dos
polos opuestos (EUA- URSS) ya no existen y al menos en América Latina han una
orfandad de liderazgos alternativos para contrapuntear los desplantes del supremacista
régimen de Trump. A menos, claro está, que después de los golpes sobre la mesa vengan
nuevos esquemas de diálogo y acuerdos para conciliar de nuevo bajo otras reglas con sus
aliados.
CONTACTO: feleon_2000@yahoo.com