Luis Acevedo Pesquera
Es innegable que
la difusión del video en el que se ve a personajes de la política mexicana
manipular fajos de billetes en una maleta o la supuesta denuncia de hechos de
corrupción presentada por el exdirector de Pemex, Emilio Lozoya, a la Fiscalía
General de la República (FGR) para lograr el criterio de oportunidad y librar
la prisión o atenuar su pena, no exhibe nada que no sepamos.
Hasta que se
finquen responsabilidades judiciales en todos los órdenes de la vida pública
nacional, se establezca la transparencia y la rendición de cuentas en la
gestión actual, no hay más que una nueva versión del viejo discurso del Poder
para tratar de construir un ambiente de cambio radical con el pasado, capaz de generar
la percepción de que ahora sí la legalidad por fin llegó a nuestro país.
El uso político
presidencial del proceso que se sigue al ex director de Pemex durante la
mañanera, trajo a la memoria el argumento de “El gesticulador” de Rodolfo
Usigli, en donde se retrata al poder político mexicano apoyado en el culto a la
personalidad de un líder que hace valer entre “el pueblo” la fuerza de su
investidura para seducirlo, en el caso actual con la idea de la lucha contra la
corrupción, a fin de imponer un modelo de gobierno distinto al que eligió la
mayoría de la sociedad.
Pero también
recuerda pasajes imborrables del libro “El poder corrompe”, de Gabriel Zaid, en
el que advierte que “la dificultad (de este problema) no está en la naturaleza
humana, sino en los ciudadanos que abdican de su libertad y prefieren la sumisión
ante el poder dador”.
El escritor
recuerda que la crisis de la corrupción en México estalló cuando los corruptos
abusaron de la apropiación privada de los bienes públicos, lo reflejaron en sus
riquezas ostentosas exhibidas y excluyeron a niveles intermedios y bajos, lo
que se convirtió además en una temática indispensable, por ofensiva, en una
sociedad marcada por la pobreza.
La corrupción se
convirtió en tema de campaña política y en el gobierno en discurso para golpear
a un pasado que elude otros videos en los que no se dejan ni las ligas con las
que un conocido “operador político” ata los fajos de billetes. La revelación se
buscó encubrir como parte de un “compló”.
O más
recientemente cuando la diputada de Morena, Eva Cadena Sandoval, pide una
bolsita para llevarse el dinero que entregaría a la campaña del candidato López
Obrador, que luego la defendería en un mitin.
No hay duda de
que los políticos, salvo algunas excepciones, carecen de honorabilidad y por
eso México está ubicado en el nivel 130 entre los 180 países más corruptos en
la clasificación de Transparencia Internacional, en donde los números más altos
expresan el grado de deterioro.
Es justo
reconocer que lo largo del tiempo también se han llevado a cabo procesos
judiciales, pero sin llegar a los autores intelectuales, que también lo son
materiales. La corrupción, dice Zaid en su inteligente y oportuno libro,
encontró una aliada excepcional en la impunidad del poder político, empresarial
o social.
Describe el
escritor que una vez que la corrupción fue incluida en los procesos productivos
de México, los políticos fijaron su medida de la corrupción y, entonces, a uno
de ellos le preguntaron si era honesto, y su respuesta dejó mudos a muchos:
“bueno, honesto-honesto, lo que se dice honesto, no; pero honestón sí”.
En el marco de
la Cuarta Transformación, las condiciones no han variado ni un milímetro y, de
eso, sobran evidencias en la prensa, pero no en investigaciones de la actual Secretaría
de la Función Pública ni en la FGR.
Sin resultados
efectivos y transparentes en materia de justicia, no se podrá hablar de
transformación; al contrario.
Con los videos
publicitados desde Palacio Nacional, la denuncia presuntamente presentada por
“Emilio L”, el prófugo de la justicia a quien le dieron privilegios a cambio de
armar un juicio mediático en medio de la crisis nacional refleja, como en “El
gesticulador”, los peores y más gastados elementos discursivos de un poder
político que, por incapacidad, insiste en apoyarse en la simulación y las
imposturas.
@lusacevedop