El
tapadismo priista está de regreso y lo está de la mano de quienes más reniegan
del viejo régimen. Y llegó como el principal efecto producto de las elecciones
del pasado 6 de junio; un acelerado futurismo, en el cual medios, periodistas y
políticos están hablando: la sucesión presidencial del 2024 y el manejo
discrecional que tendrá Andrés Manuel López Obrador para elegir a quien podría
sucederlo.
Más
aún, quien le dio mayor impulso a este adelantado debate fue el propio
presidente de la República, quien acusó a la oposición de querer poner a pelear
entre ellos a Marcelo Ebrard y a Claudia Sheinbaum, los que más suenan como
presidenciales a los que sumó a la secretaria de Economía Tatiana Clouthier, al
embajador de México en Estados Unidos, Esteban Moctezuma, y a Juan Ramón de la
Fuente, actualmente representante del país ante la ONU.
Y nadie
más por el momento entraría en el juego de Andrés Manuel y su administración exclusiva
de trabajar en la construcción de su relevo en el poder. Fuera están legisladores,
gobernadores, alcaldes y cualquier otro suspirante de la autollamada “cuarta
transformación”, porque queda claro que para AMLO es más importante la lealtad
que cualquier riesgo de ruptura.
Más
allá de lo anecdótico, el adelantar la carrera presidencial tiene varios
riesgos que no convienen a ningún presidente, mucho más a alguien como Andrés
Manuel López Obrador, quien busca fortalecer su liderazgo para este segundo
periodo de gobierno y no conviene que un “tapado” o “tapada” le reste fuerza a sus
decisiones. Por eso, quizá, ha decidido él tomar las riendas y la dirección del
debate sin que nadie quiera pasarse de democrático e irse por la libre.
Esta
semana con la salida poco decorosa de Irma Eréndira Sandoval de la Secretaría
de la Función Pública, no faltaron comentarios ácidos de que es parte de la
purga política para que se perfilen mejor los potenciales tapados del 2024 y
ninguna quiera caminar sin que él les dé la autorización. El mensaje político
de esta decisión fue directo por más que algunos quisieron vestirlo de
dignidad.
El
presidente de la República concentra el poder político de la 4T, él es origen y
destino de las decisiones políticas fundamentales; sus funciones y atribuciones
rebasan con mucho las de cualquier otra instancia del partido e incluso del
Estado mexicano, como quedó demostrado con su práctica política para controlar
los daños de la crisis de la Línea 12, haciendo a un lado a la jefa de Gobierno
Claudia Sheinbaum de las negociaciones con Carlos Slim, enviando a Marcelo
Ebrard de gira a Europa para despresurizar la presión que tienen encima y a
poner un impasse al intercambio de mensajes y golpes que se lanzan a
través de sus mensajeros.
Para la
autollamada “cuarta transformación” en su conjunto estas decisiones son una
pequeña demostración de fuerza y estabilidad en su liderazgo al frente de
MORENA. Por supuesto, el enojo mostrado en estos últimos días dista mucho del
entusiasmo con que elogió los resultados del 6 de junio.
Daniel
Cosío Villegas en uno de sus célebres ensayos, El estilo personal de
gobernar (1974) hacía un lapidario diagnóstico sobre las decisiones que
tomaba el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez, de quien decía que la
psique del presidente determinaba en buena parte vida pública del país. Y en
otro libro más, el célebre intelectual al que más cita AMLO en su tesis de
licenciatura, La sucesión presidencial (1976) diseminó y analizó el juego
del tapadismo antes del echeverrismo que impedía conocer a los colaboradores
cercanos del presidente de México, de modo que cuando se destapaba “el Tapado”,
el público poco o nada sabe sobre sus méritos y habilidades. Con Echeverría pasaba lo contrario, y todos
los hombres del presidente estaban en una vitrina que, decía José López
Portillo, los ponía prácticamente en calzones.
Con
Andrés Manuel López Obrador la tradición del tapadismo parece estar de regreso,
y los analistas comienzan a tratar de entender los mensajes entrelíneas del
discurso presidencial que suponen está dibujando a quién podría ser su sucesor,
como si la elección del candidato del partido en el poder significara que no
habría competencia democrática.
Por
supuesto, ni a él ni a sus correligionarios les conviene que se recicle esta
tradición netamente del viejo PRI, porque suele suceder lo que hemos estado
leyendo y observando en estas últimas semanas: puntapiés bajo la mesa, mensajes
encriptados en columnas y hasta estrategias de contrainformación que buscan
perjudicarse entre ellos. En pocas palabras: tribalismo y canibalismo político
como en el viejo régimen.
El
último juego del tapadismo del régimen priista, fuerte e imbatible, ocurrió en
1994 cuando Carlos Salinas de Gortari jugó con las aspiraciones presidenciales
de sus entonces leales Pedro Aspe Armella, Manuel Camacho Solís y Luis Donaldo
Colosio, con las lamentables consecuencias que ello trajo con el asesinado de
este último y el paso al ostracismo político de su principal contendiente
interno, además de las leyendas negras que siguen pesando alrededor del ex
presidente.
En días
pasados hemos sido testigos de cómo, so pretexto de los dictámenes sobre el
trágico colapso de la Línea 12, los intercambios de mensajes entre los afines a
la jefa de Gobierno y al canciller subieron de tono, hasta que prácticamente la
verdad técnica sobre este hecho que enlutó a 27 familias y tiene hospitalizadas
a 79 personas, ahora está contaminado por la sucesión presidencial del 2024 y
el tapadismo de AMLO.
“En
cualquier sistema político los mecanismos de transmisión del poder político son
fundamentales para garantizar su permanencia y estabilidad, en aquellos cuya
institución principal encarna en un solo individuo lo son con mayor razón. Tal
es el caso de México, donde el ejercicio del poder se ha organizado por el
presidencialismo”, apuntó Elisa Servín en su ensayo sobre cómo funcionaba la
sucesión presidencial en México en una época que creíamos ya superada.
El
camino al 2024 es todavía un poco largo y podría estar cargado de sorpresas, por
lo que la calentura sucesoria debería hacer una pausa y evitar que haya
desgastes y distracciones en un gobierno que requiere mucha concentración y
mucha conciliación social para salir de la crisis multifactorial derivada de la
peor pandemia que nos haya tocado sufrir. En caso contrario, pues este sexenio
ya estaría prácticamente acabado y los ojos del país buscarían el diálogo con
quienes les dé más garantías y certidumbre.
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