
No ha sido fácil ser Claudia Sheinbaum Pardo, ser mujer, académica, científica, militante de la izquierda universitaria, activista de un movimiento social que alcanzó el poder político de toda la nación y desde luego, tener como mentor principal a Andrés Manuel López Obrador, sin duda, el líder político de mayor peso en los últimos 50 años.
Su llegada a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México tuvo que demostrar una capacidad para enfrentar desafíos y tomar decisiones firmes. Sin embargo, mantener la relación institucional y de camaradería con el presidente López Obrador le devino en críticas y cuestionamientos duros, muchos de ellos injustificados, por no marcar distancia o rebelarse como atizaban propios y extraños. Y aun así, sin aspavientos, marcó distancias sobre tres problemáticas del momento: la política de seguridad pública, el manejo de la devastadora enfermedad COVID-19 y la política hacendaria para la CDMX en medio de una crisis multifactorial por los efectos socioeconómicos post pandemia.
La construcción de su propia candidatura presidencial tuvo que hacerla echando mano de sus cercanos y sumando aliados incluso incómodos. No fue fácil abrirse camino cuando el machismo político sigue vivo, en un grupo donde los bloques morenistas y los partidos aliados, el PT, PES y Verde, además de otros aliados, estaban jugando con dos o tres cartas a la vez con el fin de negociar y chantajear posiciones, tal cual lo siguen haciendo ahora.
Los golpeteos que recibió lo mismo de Marcelo que de Adán, Monreal y hasta de Fernández Noroña, no fueron dulces, sino bofetadas directas, sin contar con las campañas de desprestigio alimentadas tanto por el “fuego amigo” como enemigo sobre su pasado sentimental o tratar de inventarle una biografía totalmente descontextualizada.
Ya como presidenta, después de una elección en la que obtuvo una victoria aplastante, superando en número de votos al mismo López Obrador, el mayor desafía ha sido romper la percepción (alimentada desde adentro de su mismo partido) de que su ejercicio dependería de lo que le dejara o no de hacer Andrés Manuel.
En un contexto global marcado por la nueva doctrina injerencista e imperativa de Donald Trump en Estados Unidos, Sheinbaum supo rectificar y no engancharse en los dimes y diretes. Ella mantuvo una sola postura kalimanesca: serenidad y paciencia, y emergió como una figura de resistencia y empoderamiento. Más aún, en la coyuntura de la mayor presión por la incipiente guerra arancelaria la renuncia del secretario de Hacienda no mermó en la incertidumbre o nerviosismos de los mercados, por una sola razón: Claudia ha generado confianza y respaldo de la IP, porque su posición en pro del libre mercado la aleja de todas esas fantasías opositoras.
Y sí, paradójicamente gracias a Trump, el liderazgo de Claudia, que es base fundamental para tener el poder político, está creciendo, fortaleciéndose y con mayor popularidad, aceptación y reconocimiento. Cada golpe y la capacidad de respuesta han sido reconocidos dentro y fuera de México.
Su gobierno está renaciendo teniéndola como, al grado de que la tutela del expresidente y la cantaleta opositora de que habría un Maximato se ha diluido. Y por el contrario, las letras chiquitas de las leyes antinepotismo y no reelección marcan otras líneas de diferencias, que quien las quiera ver, ya la vieron y quienes no, habrán de tener respuestas más directas de Palacio Nacional.
Y es que el poder político es eso; según Norberto Bobbio, una forma de poder social que se caracteriza por su capacidad de imponer decisiones y normas a su concepción. Es decir, el poder político se ejerce dentro del ámbito del Estado y se manifiesta a través de las instituciones, las leyes y la interrelación con los demás actores y factores de poder que deben estar bajo su liderazgo. Es la capacidad de una persona o grupo para influir o controlar el comportamiento de otros, utilizando diferentes medios como la coerción, la persuasión y la legitimidad y más, como es el caso, si es por la vía democrática.
Esto va más allá del control del aparato burocrático, es la capacidad de imponer su autoridad, emitir órdenes y que estas sean obedecidas. Para Bobbio, la autoridad en el ámbito político se deriva de la legitimidad, es decir, del reconocimiento y aceptación por parte de la sociedad de la capacidad de los gobernantes para tomar decisiones en su nombre. La autoridad legítima es fundamental para el mantenimiento del orden y la estabilidad en una comunidad política.
Por ello, el empoderamiento de Claudia tiene que imponer el mismo temple y la firmeza demostrada ante Trump a su partido y a los compañeros de tripulación del llamado segundo piso de la cuarta transformación, pues ha sido constante la falta de congruencia con el proyecto y discurso que trae Sheinbaum.
Las tribus de Morena, con sus múltiples facciones y agendas, han mostrado una tendencia a fragmentarse, tan evidentes en la escena nacional, pero más marcadamente en lo regional, estatal y local. Cada grupo y neocaciquismo busca asegurar su cuota de poder y ejercer influencia sobre las decisiones clave del partido en su municipio o estado.
Esta división interna se refleja en las disputas por posiciones burocráticas, comisiones públicas, candidaturas, la negociación de apoyos y la estrategia política desplegada. Y la escena lamentable del Zócalo, en que la dirigencia y los coordinadores parlamentarios de Morena dan la espalda y olvidan el peso político de la Presidenta, no se leyó como un descuido, una distracción o un pequeño desdén.
El miedo (de temer) es el mensaje, y así fue la reacción de los actores, porque su “descuido” parecía entronar al hijo de AMLO como si el poder fuera dinástico, pase automático por derecho de sangre cuando el mensaje era distinto.
A medida que Claudia Sheinbaum asume un rol más preeminente, el desafío de unificar estas tribus se vuelve aún más crítico. La cohesión interna es esencial para mantener una línea de acción coherente y evitar que los intereses personales o de facción prevalezcan sobre el proyecto común. En este contexto, Claudia deberá demostrar su capacidad de liderazgo, conciliación y firmeza para superar los obstáculos internos y consolidar su posición.
Desde nuestro punto de vista, los flancos en los que deberá trabajar, desde nuestro punto de vista son:
1) Habilitar a un operador político que teja con filigrana las relaciones con los líderes reales del partido, de los opositores, los gobernadores y alcaldes, de los grupos de presión social y político.
2) Depurar el gabinete, el cual no puede ser sólo compañía y no liderazgo en todos los sectores que implican en economía, educación, salud, gobernabilidad, diplomacia en conflictos internacionales y liderazgo regional (por ejemplo, que América Latina sigue huérfana, dispersa y dividida).
3) Intervenir en el partido antes de que la implosión reviente, ya sea por los acuerdos cupulares que quieran debilitarla, el expediente oscuro de varios de los caciques con el crimen y que pudieran ser detenidos por alguna agencia de EEUU, por el futurismo que acelera a muchos estar detrás de “Andy”, por la sordera política de los caciques y su imposición de candidaturas o por la corrupción.
4) Y, como hemos reiterado, comenzar a contar su propia historia, con sus propios íconos, locuciones y narrativas con una transformación a la política de comunicación más ad hoc a su perfil. Es el momento de que Claudia sea Claudia Sheinbaum Pardo, la primera presidenta de México.
Finalmente, y regresando al pensamiento de Norberto Bobbio nos recuerda que el poder político no es solo una cuestión de dominación, sino también de legitimidad y justicia, elementos cruciales para el funcionamiento de una democracia saludable. Y Claudia lo entiende.
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