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Libertad y cultura: la eterna disputa entre derechas e izquierdas

por Leticia Montes
25-07-2021

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Si nos preguntamos qué es lo que propicia el desarrollo del pensamiento y de la ciencia, tendríamos que decir, con Stuart Mill, Popper y otros filósofos, que es el intercambio de ideas. Y si nos preguntamos por las condiciones idóneas para que se dé el intercambio de ideas, tendríamos que decir que ello sólo es posible en un ambiente de libertad. La medida en que más se restringe la libertad es el grado de fundamentalismo de una sociedad.

Los sectores dogmáticos (religiones, partidos políticos –de izquierda y derecha por igual–, etcétera) constituyen el conservadurismo. El conservadurismo es contrario a la evolución y al desarrollo; su mismo nombre lo indica. Si por los conservadores fuera, nada cambiaría, o habría muy pocos cambios. ¿Por qué poner en entredicho ideas y valores que siempre han funcionado? ¿Por qué someter a examen los principios que son pilares de una nación, de una sociedad, de un credo, de una ideología política? ¿Por qué cuestionar al gran timonel?

Al conservadurismo de derecha, por ejemplo, le resulta antinatural que las personas homosexuales contraigan matrimonio y adopten, pues sostienen que es contrario al plan de Dios, que hizo al hombre y a la mujer para procrear, y que el matrimonio es sagrado, o por lo menos goza de un carácter sacramental. Al conservadurismo de izquierda, por ejemplo, le resulta aberrante que se cuestione al líder político, al jefe de Estado, y por eso crea el culto a la personalidad: toda crítica es peligrosa y debe ser combatida, porque cuestionar al líder es traicionar a la patria. Conservadores de izquierda y derecha llegan incluso a pensar que sus actitudes retrógradas son actos valientes y revolucionarios (el terrorismo, que es el colmo del dogmatismo y del fundamentalismo, se piensa “heroico”).

Para que exista desarrollo debe existir movimiento de ideas. Eso es la revolución. Por eso, libertad y revolución son términos que molestan a los dogmáticos. Toda vez que el intercambio de ideas genera desarrollo y progreso, la actitud libertaria y tolerante suele conocerse como “progresismo”. La sola palabra “progresista” resulta del todo odiosa a los fundamentalistas porque significa que cualquier idea, por arraigada y sagrada que se crea, debe ser discutida, debatida y, en su momento, desechada, y esto, para ojos conservadores, es el principio del caos. Es más, en un intento desesperado de los dogmáticos por refutar esta idea, se ha dicho que en sí mismo el concepto progresista de libertad es un dogma, y que los progresistas pueden llegar a ser tan o más fanáticos que Torquemada o Fidel Castro (Fidel era tan conservador, que se conservó en el poder toda la vida). Pero esta supuesta refutación en realidad es una prueba de validez: el principio “todo debe ser refutado” (o sea, puesto a prueba, verificado, sometido a escrutinio) se incluye a sí mismo.

Y, ¿por qué hay que refutar todo? No es la actitud naïve de la duda cartesiana. Una afirmación, postura, propuesta, teoría o interpretación que pretenda validez, sólo la alcanzará en la medida en que resista los embates de la crítica y de la refutación. Por eso los gobernantes, de izquierda y derecha, aborrecen la crítica. Aunque se digan progresistas, si tienen esa actitud, son conservadores.

El filósofo austriaco Karl Popper propuso el principio de falsabilidad: es necesario intentar refutar toda teoría; si la teoría resiste la refutación, en esa medida será corroborada. Pero dicha corroboración sólo puede ser parcial, es decir, en tanto no exista un contraejemplo que la destruya. Los casos más impresionantes se han dado en la física y en la política: la visión ptolemaica y aristotélica del mundo fue refutada por la física de Newton, que se pensó entonces irrefutable, hasta que Einstein la contestó con la Teoría de la Relatividad. Si Galileo, Newton o Einstein, o Pasteur o Darwin, no hubiesen tenido esa actitud contestataria, progresista, libertaria, quizá aún prevalecería la visión ptolemaica del mundo y, seguramente, creeríamos que el hombre no es resultado de la evolución. En el caso de los acontecimientos históricos y las posturas políticas, de no surgir la actitud progresista y contestataria de varios pensadores, ni el supuesto derecho divino de los reyes ni los privilegios del clero y la nobleza hubiesen sido sometidos a juicio, y quizá hoy en día habría esclavos en los Estados Unidos.