La ideologizada reacción de los opositores de oficio y también de beneficio sobre la asistencia que brindarán 500 trabajadores de la salud de Cuba a México, así como la adquisición de la vacuna Abdala para niños, tiene la virtud de que desnuda en su miserable condición humana a muchos políticos y politiqueros. Y replantea con poco éxito el papel de las universidades en los retos que enfrenta la república.
En la mañanera del martes 17, el presidente Andrés Manuel planteó que los médicos no desean ir a zonas pobres y ejemplificó: “Es como el caso, con todo respeto, de mi alma mater, de la UNAM, enfrentamos la pandemia y en vez de convocar a todos los médicos estudiantes a ayudar se fueron a sus casas. Eso no lo deben hacer las universidades, ni públicas ni privadas, pero mucho menos las públicas y mucho menos la UNAM”. El déficit es de 50 000 médicos con especialidad.
La Facultad de Medicina de la Universidad Nacional intentó, por medio de un video en redes sociales, poner los puntos sobre las íes y defendió que en los dos años de emergencia sanitaria continuó con su misión de formar profesionales altamente calificados, en este lapso poco más de 2 000 estudiantes de licenciatura de médico cirujano presentaron su examen profesional. Además se graduaron 6 312 médicos residentes y 2 024 especialistas concluyeron posgrados de alta especialidad. Medicina tiene una población de 10 000 alumnos en las seis licenciaturas que ofrece, en tanto que en posgrado son 11 000. Y desde el inicio del confinamiento continuó sin pausa sus actividades. Una gran parte de la matrícula docente se capacitó en el uso de las herramientas digitales para impartir 273 877 horas en línea. Un alumno aclaró que fue la autoridad sanitaria federal la que solicitó a los titulares de hospitales y jurisdicciones sanitarias que los estudiantes no acudieran.
López Obrador volvió a la carga el miércoles 20, al denunciar lo que es público, pero casi nadie se ocupa de ello, ni siquiera Carmen Aristegui, que en la Nacional Autónoma de México, con su presupuesto se creó una “burocracia dorada”, a quienes “se les creaban institutos especiales mientras que a los maestros de asignatura –que son la inmensa mayoría– ganan muy poco”.
Más aún, pidió que no se mantengan cotos de poder y no se castigue a académicos que no están de acuerdo con posturas antineoliberales. “No es cuestionar a la UNAM. (…) me interesa mucho que esta institución importantísima, histórica de nuestro país, siga siendo una gran institución, que no se mantengan cotos de poder, influyentismo, que no coopten a investigadores, a maestros, que no castiguen a los que no están de acuerdo con las posturas antineoliberales, porque se llegó al extremo de que la mayoría de los maestros eran aplaudidores del régimen de corrupción, y estoy hablando de las Ciencias Sociales; cundió el derechismo, con todo respeto”.
E insistió en denunciar que la UNAM tardó mucho en regresar a clases presenciales tras el impacto de la pandemia de covid-19, pero –digo yo–, el negocio futbolero se reanudó temprano. Empresa en el que la Rectoría invierte recursos públicos y no gana nada. También denunció una extendida práctica: “¿Cómo es posible que salga una gente cuestionada por un mal manejo en una institución y se va a la UNAM como premio?”
Con tremendos juicios, el rector Enrique Graue “escurrió el bulto” con el lugar común de que AMLO –el séptimo presidente egresado de la UNAM– “tiene todo el derecho de manifestar sus puntos de vista”. Lo tienen todos los mexicanos, señor.
Faltó un tema del que se habla en voz baja, el dominio de la Mafia de la Bata Blanca, desde el rectorado de Guillermo Soberón (1973) hasta hoy, con las excepciones de Jorge Carpizo y José Sarukán.