Lo que sucede y su relato —desde el poder o de la sociedad—
se conduce por sinuosos caminos entre la verdad y lo creíble. La verdad
requiere de método y su condición es que sea válida para todos, bajo sus
propios estándares. Verdad y veracidad van de la mano. Cuando la verdad es
subjetiva ésta se torna en opinión, quizá legítima, pero no necesariamente
veraz. Lo creíble es el espacio del prejuicio, pero también de la verdad,
parcial o total. La mayor fortaleza de López Obrador es su singular capacidad,
desde siempre, de manejarse en el espacio de lo creíble.
El relato oficial en estos momentos no tiene contrapeso y
eso significa que hasta la realidad puede ser interpretada a modo, como sucede
con el manejo irresponsable y criminal de la pandemia por el favorito
presidencial. No hay oposición ni escrutinio eficaz a lo que dice u omite el
poder. Si hubiera un momento para aproximarse a la llamada dictadura perfecta
sería precisamente el que ahora se vive. No hay contrapeso, en buena parte, por
lo que con singular acierto y agudeza explicaba ayer jueves, Jorge Zepeda: el
peso de la complicidad y el miedo, y yo agregaría, el de la culpa.
La denuncia de Emilio Lozoya es un hito histórico en la
política nacional. Mucho de lo que dice es cierto y sobre todo creíble. Pero no
todo, incluso hay omisiones e inclusiones que atienden a una clara intención
política. Es lamentable que en el inventario de la venalidad no estén todos los
que debieran y estén quienes sin deberlo atienden al cálculo político del
beneficiario de la delación.
Por salud pública se debe investigar. La denuncia es
trascendente a pesar de las irregularidades que la han acompañado. Es muy
preocupante que la divulgación de pruebas y denuncia comprometa las premisas
del debido proceso. Sin embargo, la FGR debe realizar todas las indagatorias
para llegar a la verdad y consecuentemente a la sanción ejemplar a quienes
incurrieron en delito, tarea complicada porque es materia de pruebas, no solo
de convicciones, dichos o presunciones. Incluso, los mismos señalados debieran
estar interesados en concurrir ante la fiscalía o el juez para expresar su
versión de los hechos y, en su caso, disputar las pruebas en su contra.
Ya se conoce mucho de lo expuesto por el ex director de
Pemex. Pesa la idea, creíble no necesariamente veraz, de que dice lo que su
interlocutor desde el poder quiere escuchar a manera de ganar favor para
obtener los beneficios llamados criterios de oportunidad que le permitan salvar
la detención de su círculo familiar cercano y, desde luego, la propia. Para eso
está el fiscal, quien debe valorar los elementos que aporta el denunciante y
sobre éstos integrar la carpeta de investigación, para presentarlos al juez
para llamar a testigos o a imputados y de allí dictar sentencia, la verdad
jurídica sobre la responsabilidad penal de cada cual.
La sentencia no siempre es creíble ya no digamos justa, pero
una vez que adquiere la condición de definitiva, al ser inatacable también
tiene la calidad de verdad. Estos son los términos de la justicia legal, la
única en una sociedad civilizada.
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