El domingo pasado fue día de fiesta en Chile: mediante un
plebiscito histórico aprobaron, con gran entusiasmo, crear una nueva
Constitución para sustituir la de 1980 de la dictadura Pinochetista, bautizada
como la “constitución tramposa”. Ni la pandemia fue capaz de impedir la
aprobación de la mayoría por el cambio constitucional.
La experiencia en la mayoría de nuestros países
latinoamericanos muestra lo difícil que es avanzar en la reivindicación de los
derechos ciudadanos frente al poder gubernamental, que se enquista en las
resistencias más conservadoras dificultando moverse en dirección contraria.
Los ideólogos de la Constitución Pinochetista, deficitaria,
le colocaron tales candados con requisitos de extenso quórum, que obliga a
quien logra el poder a ceñirse a lo establecido, haciéndola casi imposible de
modificar. Una especie de encarcelamiento “legal” de la democracia.
En la experiencia chilena podemos observar además, entre
otros temas: las relaciones entre la democracia y el constitucionalismo; los
mecanismos del cambio constitucional; el contenido de la propuesta de cambios;
y los ideales que animan esa propuesta, para lograr legitimidad junto a la
legalidad.
Aún les falta mucho camino por recorrer, pero ya iniciaron.
En abril de 2021 se elegirá la convención constituyente que redactará y
aprobará la propuesta del texto de Nueva Constitución, en un plazo que puede
llegar hasta doce meses. Concluido el término y la propuesta, el Presidente
convocará, en un plazo de 60 días, a un nuevo plebiscito para refrendar la
nueva Constitución. La esperanza es que al final, el país logre salir de esa
crisis que data de finales del siglo pasado, desde el golpe de Estado a
Salvador Allende.
La Constitución obviamente no va a satisfacer las más ingentes
demandas de la sociedad chilena, como son el aumento de las pensiones, mejor
educación o salud; en cambio sí logrará atender a la legitimidad de las
instituciones, hoy por hoy cuestionadas, para que respondan a esas demandas y
muchas más.
Cada país, con su propia historia, su idiosincrasia, con sus
problemas y demandas, con sus recursos y posibilidades, es diferente, pero es
motivo de alegría ver a un pueblo hermano como el chileno, que se levanta con
fuerza de una crisis terrible, que ha dejado secuelas para siempre. Familias
divididas, población que dejó a su país para ir a formar otras familias, sus
desaparecidos, o quienes fueron torturados en las cárceles y muchos más que
perdieron la vida por el abuso de los militares, bajo el mando del dictador Pinochet
y sus secuaces. Que pronto superen esta grave y complicada situación._