Luis Acevedo Pesquera
De las instituciones democráticas
en México, el Congreso de la Unión representado por los diputados y los
senadores, aunque resultan fácilmente identificables, se puede decir que su
labor está muy alejada de la ciudadanía.
Se sabe que sus salarios son
mucho más elevados que los del promedio de los trabajadores más productivos del
país, su nivel de eficiencia y productividad son de los más bajos en el plano
internacional. Muy pocos son expertos en los asuntos que se desarrollan en las
comisiones en las que participan y su labor se mide en su capacidad para estar
presentes en los momentos de las votaciones que interesan no a sus representados
(que es el pueblo) sino a sus líderes y si es la del Presidente, el fanatismo se
desborda.
No hay diferencias por partido o
programa político. Lo importante es estar para hacer valer al sistema o
modificar la estructura, aunque sea perjudicial para la familia misma. Así ha
sido prácticamente desde el siglo XIX y si en ochenta años del siglo XX mostró
algunos matices luminosos ahora, en la segunda década del XXI, se esfuerza por
recrear lo peor del pasado.
La historia bien aprendida
recuerda que el régimen porfirista abrió paso a la consolidación presidencial y
a la disminución de la influencia política del Congreso y era la voz del
Ejecutivo federal la determinante. Durante la Revolución mexicana, el Congreso
recuperó su papel protagónico en la construcción democrática de nuestro país y
dio paso a la Constitución de 1917 que hoy es objeto de mutilaciones aberrantes
a través de un Congreso frívolo e ignorante que con sus acciones irracionales se
diluye en favor de una transformación política centralista y contraria al
progreso nacional y a la democracia.
Así, a lo largo de 24 meses, el
Congreso mexicano ha validado más de un centenar de reformas constitucionales,
muchas más que las impulsadas durante todo el sexenio de Vicente Fox Quesada.
La bancada de Morena y sus aliados
(PT, Verde Ecologista y PES) disponen de mayoría simple en las dos cámaras
legislativas, pero sólo mayoría calificada en el Senado de la República y es
con ese arsenal que han aprobado buena parte de las reformas constitucionales
sin votos de la oposición.
Prácticamente todas las
propuestas del presidente López Obrador han sido aprobadas. De ellas,
sobresalen la reforma educativa, la creación de la Guardia Nacional con la que
se militarizó al país y se incumplió la promesa de regresar al Ejército a los
cuarteles, las reformas sobre extinción de dominio y la preventiva oficiosa
entre otras más que, como las promovidas para el combate a la corrupción, no
han dado resultado pero resultan más eficaces para el control político que para
el bienestar social.
En materia económica si bien se
ha optado por la estabilidad macroeconómica, ha sido en perjuicio de la
inversión privada, la producción y el empleo formal. Se ha privilegiado al
asistencialismo y la informalidad productiva que derivó en la propuesta del
Senado para romper la autonomía del Banco de México a fin de captar divisas
provenientes de la delincuencia organizada y legalizar el lavado de dinero,
entre otras.
A pesar de los nefastos efectos
de la pandemia el Paquete Económico para 2021 se aprobó tal como la mandó el
presidente López Obrador, al grado que en el documento no hay referencias las
consecuencias de la COVID-19, la vacunación, la recuperación o eventualidades
económicas.
La gestión de los miembros del
Congreso, sean diputados o senadores, resulta deplorable por su ignorancia en
el tratamiento de los temas puestos a su consideración y la frivolidad para su
tratamiento y aprobación, al grado que ante la reprobación de la opinión
pública, se han visto obligados a recular en sus decisiones.
Contraria a la popularidad
presidencial, la confianza y el respeto hacia los legisladores es deplorable y,
por la mediocridad o el fanatismo de sus acciones, se deteriora su legitimidad,
lo que es muy grave porque el Poder Legislativo representa la pluralidad de un
país y dar voz a la ciudadanía.
Y eso no ayuda al presidente ni a
su pretendida transformación, más cuando los cambios se basan en decisiones
frívolas y basadas en la ignorancia de los legisladores de la mayoría en el
Congreso, cuya cualidad (si así se le puede llamar a la mezquindad) es su
lealtad ciega.
@lusacevedop