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Inconfesables nexos de AMLO y EPN

por Redacción
20-02-2024

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Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder. Montesquieu (1689-1755) Escritor y político francés. Mi tesis sobre la sucesión presidencial, se basa en los nexos entre el presidente en turno y quien le cuidará las espaldas en el siguiente sexenio. Más que una tradición es un acto de complicidad; una cadena de eslabones que se armó en los gobiernos postrevolucionarios y, concretamente, tras el asesinato de Álvaro Obregón. Los asesinatos eran el común denominador en la política mexicana, hasta que llegó Plutarco Elías Calles e instrumentó toda una trama para mantener la paz institucional, mediante el lenguaje que entendían los militares: el de las armas. No quiero caer en el detalle histórico, pero la Revolución Mexicana fue un pleito que utilizaron pretextos sociales para renovar la clase política y los nuevos “generalotes” se apoderaron de la riqueza de hacendados. Justificado o no, no hubo una justa distribución de la riqueza y sólo nació una nueva clase dominante con Poder y Dinero. Estos generalotes aglutinaron riquezas que no han podido acabárselas varias de sus generaciones. Con Obregón se inició esa cadena de complicidades en la silla presidencial. Impuso a Calles y éste aparentemente estuvo en el magnicidio de Álvaro, a quien quitaron del camino de Plutarco para legar a la Presidencia. De ahí en adelante, en su Maximato i puso a Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L. Rodríguez y a Lázaro Cárdenas. Este rompió la maldición y envió al fundador del PRI al exilio. Así, Cárdenas pudo gobernar sin la sombra de quien era el “rey” de México. Pero la tradición la mantuvo el socialista y fundador del cardenismo, quien también quería dejar su Maximato, pero fue frenado por su sucesor, Manuel Ávila Camacho, otro general emanado de la Revolución Mexicana. Después llegaron los civiles, quien también dejaron a sus sucesores. Ávila a Miguel Alemán; Alemán a Adolfo Ruiz Cortínez; este a Adolfo López Mateos; López (quien se dijo socialista en su gobierno), dejó a Gustavo Díaz Ordaz, de ultraderecha y luego éste dejó a un ultraizquierdista (de dientes para afuera) Luis Echeverría quien endosó el poder a José López Portillo y a su vez dejó a Miguel de la Madrid. Por decisión del presidente quedó Carlos Salinas. Aunque se viera a ojos de los espectadores, una disputa por la sucesión, siempre imperó la voz del presidente en turno. Incluso con la sucesión a opositores, lo que quedó manifiesto, en forma abierta con Enrique Peña y AMLO. Sin embargo, la cadena se rompió con el asesinato de Luis Donaldo Colosio y llegó Ernesto Zedillo, quien impidió la llegada del Maximato salinista. Para evitar que seguidores de Salinas pudieran llegar al gobierno siguiente, Zedillo rompe con el PRI y abandona a su candidato, Francisco Labastida Ochoa. Llega Vicente Fox, quien fue chamaqueado por el entonces líder del PAN, Felipe Calderón, quien gana la Presidencia y necesitó del apoyo de Fox. Calderón, para evitar que llegaran los panistas y en especial los yunquistas. Prefirió regresar el poder al PRI, con Enrique Peña Nieto, quien al ver en riesgo su libertad, por los saqueos en su gobierno, prefirió negociar con López Obrador. AMLO no cuestionó a EPN y no lo metió a la cárcel; heredó el contacto del presidente en ese momento de Estados Unidos, Donald Trump y, por si fuera poco, perdonaron a sus alfiles y torres, como Aurelio Nuño, Luis Videgaray, Alfredo del Mazo y Luis Miranda. A los desechables, como Emilio Lozoya, lo dejó en manos de la justicia y de la cárcel. A sus files, el morenista, les dio impunidad y poder. Aquí están los inconfesables nexos entre AMLO y Peña Nieto. El priista abandonó a José Antonio Meade, el candidato priista y bloqueó a Ricardo Anaya, quien amenazó con meter a la cárcel del de Atlacomulco. La pregunta: ¿será Claudia Sheinbaum quien proteja a López Obrador cuando salga del Poder? La respuesta: seguramente sí, siempre y cuando no trate de crear un Maximato, ya que el carácter de Claudia, seguramente no selo permitiría. De Xóchitl Gálvez, ni hablar. Ni fu, ni fa, como se dice en la adolescencia.