Un Biden distraído pero imperial y un vecino hablando de otra cosa
El único sentido que tuvo la reunión del pasado martes en la Casa Blanca entre el presidente mexicano y el presidente estadounidense fue darle la vuelta a la hoja del conflicto suscitado por la negativa mexicana de asistir a la IX Cumbre de las Américas que implicaba el sentido de reforzamiento de los intereses de seguridad nacional de Washington en todos los países al sur del río Bravo.
El presidente Biden y la vicepresidenta Kamala Harris mostraron su desdén con el invitado, aunque sin ser maleducados, pero con la certeza del lado mexicano de que los actuales habitantes de la Casa Blanca tienen los días contados, carecen de condiciones para reelegirse en el 2024 y la vicepresidenta cada vez se aleja más del bloque de intereses estratégicos demócrata que suele definir las candidaturas presidenciales.
Lo que se dijo y lo que se acordó no modificó el escenario que ha venido intentando imponer la Casa Blanca después de la victoria apretada de Biden en las elecciones de noviembre de 2020, pero con los mensajes muy directos de que México, América Latina y el Caribe carecen de valor estratégico para la reconstrucción del imperio estadounidense y que China, Rusia e Irán no tienen fondos ni sentido político para intentar la captura del continente americano.
Biden se reunió con el presidente mexicano después de su exitosa gira por Europa donde asumió el liderazgo militar de esa zona del planeta y convirtió a la OTAN en un Portaaviones Terrestre Continental OTAN USS, rompiendo inclusive el equilibrio geopolítico han obligado al fin de la neutralidad de Suecia y Finlandia para definir una nueva línea roja con Rusia y China. Y el mismo martes, después del lenguaje corporal de fastidio ante el presidente mexicano, Biden voló al Medio Oriente para reconstruir dos de sus alianzas de seguridad nacional militar: Israel y Arabia Saudita.
Lo que ha sido considerado como una descortesía en el trato al jefe de Estado de su vecino de más de 2,000 kilómetros de frontera, en realidad deberá ser asumido como una victoria política de México porque redujo la relación a pesos y centavos en infraestructura fronteriza que México seguirá regateando en los hechos y al reforzamiento del muro político y estratégico en la frontera para impedir el cruce simbólico de los intereses de inteligencia y seguridad militar de Estados Unidos que quieren asentarse dentro de territorio mexicano.
En ese sentido imperial de incomprensión de lo que ocurre en México, la Casa Blanca se olvidó que el presidente mexicano tiene los instrumentos para decidir la candidatura del próximo presidente de la República y que ya introdujo el factor antiestadounidense entre los principales precandidatos, mientras el presidente Biden ha sido sometido a un verdadero fusilamiento sin piedad por parte de los grandes medios estadounidenses, sobre todo el The New York Times que lo apoyó en 2019 y ahora le regatea capacidad intelectual para dirigir los intereses estadounidenses, lo cual habla del papel fundamental de ese periódico en el establishment de la geopolítica de intereses imperiales de Washington.
El otro mensaje precario que dejó la comunidad estadounidense fue la reunión de ocho senadores del ala conservadora republicana y demócrata que tenían en las manos un expediente importantísimo para presionar a México por presuntas violaciones a los compromisos de respeto a la inversión extranjera dentro del Tratado de Comercio libre, pero que solo pudieron producir una mediocre nota de protesta por el asesinato de periodistas en México, un problema importante en tanto que revelaría el descuido de seguridad de la política mexicana, pero en cuyos incidentes no han aparecido hasta ahora dirigentes del Estado; es decir, que ese tema es un asunto de seguridad pública, como si de pronto México protestara por los asesinatos de periodistas estadounidenses en la cobertura de guerras imperiales.
De ahí la lectura estratégica de que la reunión López Obrador-Biden tiene interpretaciones para dar y recibir, pero con la única conclusión de que el Gobierno de Estados Unidos no intentó doblegar ni humillar públicamente a México, sino que se quedó en el terreno de las señales del lenguaje corporal de los funcionarios de la Casa Blanca. La reunión con empresarios el miércoles que hubiera podido ser un punto de ruptura en percepciones imperiales fue abandonada por la Casa Blanca y los empresarios americanos tuvieron que lidiar con los empresarios lopezobradoristas.
De ahí que el saldo se puede resumir en un punto: nada para nadie y cada quien su golpe.