El absurdo: lo malo no fue el plagio, sino quien lo denunció
A partir de su muy nutrido currículum de trabajo intelectual y académico, el escritor Guillermo Sheridan no necesita defensores; si acaso, se le puede echar una mano destacando algo que a veces se malentiende: su extraordinario sentido del humor en sus textos periodísticos que recuerdan aquella irrupción del rey de la ironía, Jorge Ibargüengoitia, en el Excelsior de Julio Scherer García.
En el periodismo del absurdo, ahora resulta que el malo de la película es el que reveló el dato del plagio de una tesis de licenciatura en derecho para titular a la hoy ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Yasmín Esquivel Mossa. Y una vez que se pagó el costo del plagio con la pérdida de la presidencia del poder judicial, ahora se quiere culpar al mensajero.
Sheridan es autor de una de las parodias más brillantes y jocosas de la lucha por el poder en México, la novela distópica El dedo de oro (1996, Alfaguara) que narra a finales del siglo XX el escenario de descomposición del régimen político priista que se perfilaba rumbo a su desaparición en el 2000, aunque ahora Sheridan tiene elementos suficientes para escribir una segunda versión en el escenario del viejo régimen convertido el nuevo y próspero régimen.
En lugar de que el sector público esté discutiendo el significado de que una ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación haya sido descubierta plagiando su tesis de licenciatura en derecho, ahora todas las baterías se quieren enfocar a la personalidad y labores del mensajero que se ha dedicado a la nada noble tarea de encontrar plagios y plagiarios de labores intelectuales o a tratar de desacreditar la denuncia en función del medio en el que se dio a conocer por militancias opositoras al grupo gobernante en turno.
Lo que debe analizarse de fondo no es la labor de Sheridan --por cierto, con una impresionante producción ensayística que lo hace sobresalir en el amodorrado ambiente intelectual mexicano--, sino el hecho de que una profesional del derecho haya llegado a ocupar uno de los once asientos más importantes del Poder Judicial mexicano, pero a partir de las pruebas irrefutables de que plagió la tesis de licenciatura y por lo tanto sus decisiones debieran revisarse de manera rigurosa por ser fruto de un árbol envenenado.
La revelación de Sheridan está llevando a una compleja e impresionante campaña de desviación de la atención nacional hacia el mensajero, como una forma de seguir protegiendo la impunidad de una ministra de la Corte en funciones que fue atrapada en una de las trampas más elementales del sistema educativo nacional: tráfico de tesis.
Si acaso de algo se puede acusar a Sheridan es de ser un típico provocador intelectual, aunque a partir del hecho de que todo trabajo intelectual debe implicar una provocación para cumplir su propósito de sacudimiento de la conciencia de los lectores. Sheridan publicó su novela El dedo de oro en 1996 y puso como personaje esperpéntico de su obra a una figura que tenía como referente inmediato nada menos que al todopoderoso Fidel Velázquez Sánchez, líder durante más de medio siglo de la poderosa Confederación de Trabajadores de México, el sector sindical fundado por el presidente Cárdenas para controlar a los trabajadores como masa y mediatizarlos como clase. En 1996 Fidel Velázquez seguía teniendo todo el control obrero del PRI, aunque murió en 1997 y no pudo ver la debacle que le estaba preparando el presidente Ernesto Zedillo para acelerar la alternancia partidista en la presidencia de la República.
Enfrentarse al líder sindical mexicano vivo aún desde una novela distópica que tenía como personaje a la figura de Fidel Velázquez, llevada a la parodia superior como un personaje de 200 neokilos, no era en ese momento la mejor recomendación, pero Sheridan logró consolidar una novela distópica que ubicó en el año de 2029 --ya falta poco-- y qué ofreció una visión esperpéntica de los más de 70 años de gobierno del PRI. Inclusive Sheridan pareció inventar la frase que funciona como epígrafe de la novela: “llevo 50 años diciéndoles que las cosas no pueden seguir así… F.V.”, típica de los juegos de palabras del líder sindical, porque serían las iniciales del todopoderoso Fidel Velázquez al cual Sheridan le faltaba jocosamente el respeto.
La respuesta de Sheridan a los señalamientos presidenciales -- https://www.eluniversal.com.mx/opinion/guillermo-sheridan/bitacora-de-vuelo-y-respeto-la-unam-- en realidad era innecesaria porque las obras periodísticas se defienden solas, aunque revela la fragilidad del trabajo intelectual frente a acusaciones desde el poder que despiertan pasiones sin control que suelen acabar en tragedias.
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Política para dummies: La política es una novela esperpéntica.