Segunda parte del texto del periodista José Martínez Mendoza sobre el futuro del título de Concesión de Teléfonos de México que le otorgó el presidente Carlos Salinas de Gortari al empresario Carlos Slim Helú en 1990 y cuyo futuro estará en la decisión del presidente López Obrador de renovarla o cancelarla:
De acuerdo con la teoría de la probabilidad es más fácil que caiga un meteorito sobre la Tierra a que un mexicano vuelva enriquecerse como Carlos Slim. Incluso es más seguro que se registre un terremoto el mismo día y mes como el ocurrido en 1985 y se repitió en 2017. Entre siete mil millones de habitantes en el planeta, existe una probabilidad de que otro mexicano llegue a ocupar la cima como el hombre más rico del mundo. Slim lo hizo y pasará a la historia como muchos lo hacen con los records Guinness, como una simple anécdota, aunque en el fondo la historia de la riqueza de Slim es un drama que descansa sobre la pobreza de un país sumido en la miseria. Para muchos la dimensión de la riqueza de Slim que lo catapultó a la cima de Forbes era inconcebible en un país de agudas contradicciones por su desigualdad social.
En la historia de México como nación jamás ninguna persona había alcanzado una fortuna como Slim y es poco probable que algún día se repita. Al menos que un descendiente de Slim y otro de Salinas emularan los mismos hechos.
La de Slim no fue una hazaña como la que cuenta la Biblia con los israelitas que deambularon por el desierto por más de 40 años hasta que gracias a su fe Dios les hizo llegar el Maná. A Slim le cayó del cielo la Concesión que lo convirtió en el hombre más rico del mundo. Gracias al dedo presidencial Slim se hizo inconmensurablemente rico cuando el neoliberalismo brillaba en todo su esplendor y regía sobre los destinos del país. Muchos años atrás su primo Alfredo Harp Helú adquirió una serie de billetes y se ganó el sorteo de la Lotería, con el dinero obtenido sentó las bases de su riqueza mediante la especulación en la Bolsa de Valores. Pero lo de Carlos Slim fue algo inaudito: en 1990 el presidente Salinas le entregó la Concesión de Telmex, el resto de la historia ya la conocemos: Slim se hizo inmensamente rico y poderoso. Tan grande fue su fortuna, como una ballena en una laguna.
Salinas le entregó por 36 años la Concesión de Telmex y el presidente Obrador decidirá si le refrendará dicha Concesión en 2023 –un año antes de que concluya su mandato– por un periodo de otros 30 años más a partir del año 2026 fecha en que vence, por lo que cuatro generaciones de la familia Slim seguirán explotando comercialmente a la telefónica convertida en algo más que una mina de diamantes. Ahora mismo algunos nietos de Slim ya figuran en mandos directivos del Grupo Carso, como es el caso de Daniel Hajj Slim Jr., quien forma parte de los consejos de la compañía Minera Frisco y de Soinmob Inmobiliaria Española S.A. De hecho los Slim –incluida la generación de sus tataranietos del fundador de esta dinastía– tienen asegurada la Concesión hasta el año 2056.
Durante el gobierno del presidente Peña Nieto –uno de los sexenios de mayor corrupción– el equipo de abogados del magnate Carlos Slim maniobró para anticiparse a la ampliación de la Concesión –obtuvo el visto bueno del Instituto Federal de Telecomunicaciones pero sus integrantes dejaron una cláusula para que la decisión fuera tomada por el próximo gobierno cuya responsabilidad cayó en manos del presidente Obrador. Ahora el tabasqueño tiene frente así un reto de dimensiones políticas.
La interrogante es si Obrador continuará con el legado de Salinas: refrendar a Slim la Concesión de Telmex. O seguir los pasos de Lázaro Cárdenas de expropiar (en este caso cancelar definitivamente) la Concesión de Teléfonos de México.
En ninguna de las etapas en la historia de nuestro país, ni siquiera en el virreinato –cuando la riqueza minera fue saqueada– y mucho menos en el Porfiriato, hubo un hombre tan rico como Carlos Slim cuya fortuna nació de la mano de las “bondades” del neoliberalismo cuando Salinas regía sobre los destinos del país en la transición del siglo XX al XXI.
Obrador que pasó la mitad de su vida –antes de hacerse del poder en unas elecciones sin precedente– luchando contra los fantasmas del neoliberalismo, ahora en su papel de caudillo (tal vez el último) se enfrenta al dilema de seguir los mismos pasos del más odiado de sus archienemigos o sucumbir a sus ideales frente a la historia.
Durante un par de décadas luchó como un Quijote contra molinos de vientos pero una vez revestido de poder se enfrenta a la disyuntiva de actuar como un estadista o terminar como un lacayo ante lo que él llegó a definir como la “mafia del poder”.