AMLO, Morena, Ebrard y vigencia
de las reglas del viejo régimen
Por Carlos Ramírez
El discurso disidente del candidato y presidente López Obrador sobre la reforma del régimen nunca fue una realidad, sino parte de la retórica tradicional del cambio sexenal. Vicente Fox propuso la transición y el cambio y quedó ahogado en su propia incompetencia política intelectual. Ahora Marcelo Ebrard Casaubón será víctima propiciatoria de la continuidad del sistema/régimen/Estado fundado en el ciclo 1917-1939.
Con todo el lastre de su participación en el viejo régimen político, Ebrard tendrá que entender que las reglas de la política son inflexibles y que el sistema priísta vigente con el PAN, el neoliberalismo tricolor salinista y Morena seguirá otro sexenio más porque ha demostrado ser la estructura más confiable de estabilidad en un régimen que carece de sociedad política.
El eje rector del poder presidencial, al margen de populismos, mesianismos y autoritarismos, es muy simple: la capacidad, fuerza y decisión del presidente en turno para designar al candidato sucesor del partido en el gobierno; todos los presidentes han presumido su capacidad de control en el señalamiento de su sucesor, pero casi todos se han encontrado que el poder es indivisible y que se cumple casi como maldición la caracterización de Daniel Cosío Villegas, recordada hace poco por Enrique Krauze: “México es una monarquía, absoluta, sexenal, hereditaria por vía transversal”, con el complemento de que su origen histórico no está en Porfirio Díaz, sino los imperios indígenas que son el origen estructural del sistema político priista vigente.
A Ebrard le tocó participar en los juegos y rejuegos del poder en el pasado y hoy exige el cumplimiento de criterios que responden a la lógica del poder y no a compromisos coyunturales. Por razones de política, a Ebrard le tocó vivir de manera directa esas reglas del poder: el compromiso incumplido de Salinas de Gortari para poner a Camacho Solís como su sucesor, cuando, a la vista de todos, el presidente saliente construyó a Luis Donaldo Colosio como su candidato presidencial, aunque luego fue a reclamarle que por qué no había sido él el ungido.
Sólo los políticos mexicanos son capaces de tropezarse dos o más veces con la misma piedra: Ebrard parece haber creído que López Obrador cumpliría con un acuerdo no escrito de dejarle competir con ingenuidad democrática por la candidatura presidencial, cuando desde el principio de sexenio se tuvieron evidencias sobre las preferencias presidenciales a favor de Claudia Sheinbaum Pardo. Y, aun así, Ebrard aceptó las reglas sucesorias de Morena de las que ahora se sorprende con irritación y decepción.
Ebrard leyó muy mal el escenario político de las decisiones de López Obrador, pero con la circunstancia agravante de que contaba con la información previa de que en política el cumplimiento de compromisos es la esencia de la real politik. Por lo tanto, debió haber renunciado a los dos años de gobierno o después del batacazo legislativo de junio del 2021 y también debió de haber tomado un camino propio para construir una candidatura fuera de Morena, un partido que no es partido, una estructura partidista presidencialista y un espacio político en el que nunca existió Ebrard.
En el ambiente político nacional se han visto con frialdad las actitudes ingenuas de Ebrard suponiendo que el procedimiento de las encuestas iba a ser transparente, sobre todo, como contó Enrique Márquez en su artículo del sábado en El Universal, el proceso de encuestas en 2011 para la candidatura perredista del 2012 nunca cumplió con los compromisos formales de las encuestas y a lo largo de los cinco años de gobierno lopezobradorista tampoco se cumplieron los mecanismos de las encuestas para designación de candidaturas locales y regionales.
Las quejas de Ebrard en los últimos ocho días han sido leídas como un acto de ingenuidad de quien ha sido un hábil manipulador de provocaciones políticas y de quien también ha sido beneficiario y víctima de la manipulación de compromisos políticos para candidaturas. De ahí que Ebrard tenga que pagar el costo político de creer hasta el mediodía de ayer que el proceso de las encuestas pudo haber sido corregido y que se cumpliera el contenido de sus propias encuestas para ser el candidato de Morena.
Al final del día, Ebrard será víctima de su propia credulidad.
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