Semanas antes de que la fecha límite de traspasos en la NBA fuera una realidad, las salidas de Ben Simmons de Philadelphia y de James Harden de los Nets parecían poco probables.
Las dificultades aumentaban si se pensaba que un intercambio entre dos rivales directos de la Conferencia Este podría llegar a materializarse. Sin embargo, llegó el 10 de febrero y no hizo falta esperar hasta las 3:00pm hora del Este para enterarnos de que ambas franquicias habían decidido ponerse de acuerdo.
Han pasado 14 días desde Harden se convirtió, como él quería, en jugador de los Sixers, mientras Simmons lograba cumplir el deseo de salir del ambiente tóxico que él mismo había contribuido a crear en Philadelphia, para llegar a una organización como la de los Nets que lo recibió con los brazos abiertos.
En el papel, todo luce como un cambio ventajoso para ambos lados, pero no siempre la realidad se lleva de la mano con lo que uno imagina previamente.
Lo cierto es que Daryl Morey, el Presidente de Operaciones de Philadelphia, le abrió las puertas del reino a su jugador favorito desde la época en la que fueron parte de Houston Rockets y, hay que decirlo, la única opción posible para considerar bueno el cambio realizado es que la 'Barba' y Joel Embiid, la estrella que ha cargado con el peso de la franquicia desde hace tiempo, se complementen sin problemas. No hay plan B.
Pero teniendo en cuenta cómo han sido las relaciones que ha mantenido Harden con otras estrellas, el éxito no estaría garantizado. Por el contrario, hasta generan dudas.
El pasado nos dice claramente que Harden ha sido una de las armas ofensivas más implacables que cualquier equipo pueda tener. Su promedio de 25.0 puntos por juego a lo largo de sus doce temporadas y sus cuatro títulos de máximo anotador de la competencia (2014/15, 2015/16, 2018/19 y 2019/20) lo certifican.
Sin embargo, el pasado también condena a James Harden.