Felipe León López
El gobierno de Andrés Manuel
López Obrador se equivoca al estigmatizar y criminalizar las protestas sociales
que han surgido desde que tomó posesión. A cada opositor a sus proyectos o
crítico a sus decisiones no pasa un día sin que sea enjuiciado y condenado por
ese tribunal de ciberactivistas en las “redes sociales”.
Se equivoca porque la autollamada
“Cuarta Transformación” tiene su origen en las movilizaciones que desde fines
de la década de 1980 encabezó el actual presidente de la República: “éxodos por
la democracia” contra el fraude electoral, petroleros contra la pérdida de
derechos, campesinos y pescadores contra las afectaciones de PEMEX, plantones
en el Zócalo y Paseo de la Reforma en la CDMX, entre otros. Está plasmado en la
historia: así como él, desde el poder acusa a intereses políticos detrás, en su
momento ocurrió lo mismo, decían que había otros intereses detrás.
Las movilizaciones de zapatistas
en Chiapas, de ambientalistas en Morelos y Veracruz, tienen saldos trágicos. El
tema es delicado, porque tan solo en 2019 fueron asesinados 15 activistas
defensores del medio ambiente, varios de ellos opositores a compromisos de
obras del gobierno federal. El Centro Mexicano de Derecho Ambiental (CEMDA)
documentó que entre 2012 y 2019 “se cometieron cerca de 500 ataques contra
ambientalistas. El informe señala que 141 de los ataques estuvieron
relacionados con protestas contra proyectos de generación eléctrica, seguidos
de la minería, con 71 casos”.
Hoy enfrentan dos movilizaciones
fuertes y parecen correr libremente sin que haya un funcionario capaz de
entender y atender con filigrana política su escalada: las feministas, las
mujeres víctimas de la violencia y los ciudadanos que defienden el agua en
Chihuahua. En lugar de aplicar el arte de la negociación se ha dejado correr,
como en antaño, el oficio de la difamación, de la estigmatización y
criminalización.
Diversos analistas coincidieron
que uno de los ejes centrales del discurso de Andrés Manuel López Obrador fue
lo antisistémico, y en ese tenor hizo suyas las oposiciones a las reformas
energética, hacendaria y educativa; y en la recta final de su campaña, contra
el Nuevo Aeropuerto Internacional para la Ciudad de México. Pero también asumió
como banderas resolver temas críticos como los desparecidos de la noche de
Iguala y el rescate de los cuerpos de los mineros de Pasta de Conchos. De ahí
que los grupos sociales detrás de estas agendas se alinearan a su candidatura y
desde entonces comenzaron a exigir respuestas sin conseguirlas.
Los temas no son nada fáciles. En
los foros de pacificación las organizaciones pro víctimas de la violencia han
reiterado su oposición al “perdón” como vía para acabar con la inseguridad, el
magisterio disidente descalifica no sólo el coqueteo con el SNTE gordillista
sino el acuerdo con las televisoras comerciales para suplir la educación
presencial. El confinamiento obligado y prolongado ha impedido que el
magisterio disidente salga a las calles nuevamente, por ahora.
Las protestas sociales no se han
presentado y se percibe la “luna de miel”, pero las condiciones pueden cambiar
si las respuestas del presidente no son de la satisfacción para los movimientos
sociales que rebasan a sus propios líderes. Más aún, si la Presidencia de la
República no es capaz de entender la lógica de la agenda de las movilizaciones
sociales en su contra, será su talón de Aquiles y se podría enredar tanto que
mientras no haya alguien con capacidad para desmenuzarla difícilmente podrían
pararlas. Para explicarlo con nombres: cuando AMLO se movilizaba el gobierno de
Carlos Salinas tenía a un Manuel Camacho Solís para negociar. ¿Hay un Camacho
en el equipo?
Anthony Giddens, Scott Lash,
Ulrich Beck y Elizabeth Gernsheim, en “La modernidad reflexiva”, se analizan
los cambios que ha sufrido la sociedad en general, con el paso de la Edad Media
a la Era Moderna y a la Posmodernidad, los cuales inevitablemente generan
movilizaciones sociales. Todo cambio de régimen o imposición de uno nuevo
sucede lo mismo, y eso debe entenderse.
Las amenazas de una escalada de
movilizaciones de grupos organizados para protestar por cualquier cosa y en
montarse en cualquier agenda, en la actual coyuntura de un gobierno que no
logra asentarse ni entender las demandas sociales, despierta muchas preguntas:
¿Está preparado el grupo político de Andrés Manuel López Obrador para saber
negociar? ¿Cuáles son los caminos que tienen los movimientos sociales en México
si las respuestas no son satisfechas? ¿De qué manera afectarán a MORENA como un
partido que en gran parte se nutrió de éstos?; como, por ejemplo, en Chihuahua
donde las elecciones pueden están en puerta y que parecían ganar; ¿Qué pasará
con dos nuevos tipos de movilización social que se manifestó e influyó en las
pasadas elecciones: las redes sociales y la “insurrección social” de los grupos
delictivos?
Al respecto, retomamos que, en
los últimos años, los movimientos sociales han tenido varias orientaciones:
*La irritación social ha llegado
a niveles intolerantes; lo mismo provocan bloqueos de carreteras y oficinas públicas,
que los ciudadanos afectados hagan justicia por propia mano.
*La violencia en las protestas
sociales cada vez es más recurrente, con varios muertos de por medio.
*Los bloqueos tienden al
extremismo hasta la toma de arterias principales o de ciudades y centros
históricos, como ocurrió en Oaxaca e incluso, no olvidar el “megaplantón” del
2006.
*Una situación diferente en
origen y fines, son los “narcobloqueos” o narco protestas, que también alteran
el orden social, el tránsito libre por carreteras y autopistas, y en general,
la movilidad urbana donde se manifiestan.
*Algunos movimientos aprovechan
el fantasma de las represiones del 68 y el 71, que se impone sobre las
autoridades de cualquier nivel y les impide hacer uso legítimo de la fuerza. De
ahí que el esquema utilizado luego de la toma de la UNAM de 1999 se mantenga
vigente para operar en cualquier institución de educación pública.
*Las banderas de lucha son cada
vez menos explicables en la medida en que los objetivos terminan por perderse,
tanto en lo ideológico como en lo pragmático. Las posiciones maximalistas
impiden cualquier avance y la cultura de la derrota es imponente en cuanto
frente se presenta.
*Las protestas sociales son una
mezcla de muchos intereses y modus operandi. La clase política en
ascenso no sabe cómo conducirse ante actores que están acostumbrados a los
esquemas de negociación que tenían con el viejo régimen y esa es una parte de
la realidad que no ha querido cambiarse, ni con los dos sexenios del PAN ni el
priismo de Peña Nieto.
*Ahora, en el terreno de las
redes sociales, el esquema de movilización se hace más anónima, más irritante y
aprovecha cualquier descontento para atizar a través las llamadas “fake news” a
la población, con mensajes de odio, polarización y linchamiento contra el que
piensa distinto.
*Y lo más delicado, “una
insurgencia criminal” que con estructura organizativa y recursos que le
permiten ejercer un control territorial de facto, mediante la violencia y el
apoyo de bases sociales, con el objetivo de consolidar y acrecentar sus
actividades ilícitas
La desigualdad social en México,
así como la ausencia de una distribución justa de la riqueza y las políticas de
empleo excluyentes hacia los sectores más vulnerables, han provocado varios
fenómenos. Esa deuda no ha sido saldada ni en la actual coyuntura del país
pudiera atenderse.
Si a lo anterior se suman los
errores gubernamentales en la construcción de proyectos de desarrollo, la
repetición de viejos esquemas de exclusión y corrupción, así como dirigentes
políticos que polarizan a la sociedad, entonces la mezcla es explosiva.
Por todo lo anterior, existen
esfuerzos por llevar las protestas y movimientos hacia otro lado, lo mismo
dentro de los partidos y los gobiernos, que en las mismas organizaciones. Éstos
buscan que los conflictos se desplacen de la lucha de clases en un sistema
económico-industrial hacia el ámbito cultural: la identidad personal, el tiempo
y el espacio de vida, la motivación y los códigos del actuar cotidiano, así
como en una nueva forma de participación cívica, como sucede en los Estados
Unidos y Europa.
Pero los riesgos de que esto
pueda llegar a buen puerto son altos y obliga a reflexionar sobre el destino
que tendrán las protestas y movimientos sociales en México, mucho más allá de
la molestia que generan los plantones y los conflictos viales. El primer paso
lo debe dar el gobierno: identificar y esclarecer sus manifestaciones en el
ámbito de acción y ello exige mucha empatía y mucha investigación
interdisciplinaria para darles solución.
Contacto: feleon_2000@yahoo.com