Federico Berrueto
Para toda autoridad la prensa es problema y tentación. Uno
de los rasgos de la modernidad es el escrutinio —bien o mal intencionado— que
hacen los medios del poder. Napoleón Bonaparte fue un gran militar y quizás un
mejor comunicador. Como pocos, supo utilizar a la prensa y los símbolos del
poder. López Obrador es un comunicador excepcional, aunque a veces conspire
contra sí mismo y su proyecto político.
La política se ha transformado, también los medios de
comunicación, pero esta situación de tensión y conflicto persiste. Los
populismos privilegian la comunicación y asumen una postura muy hostil a
quienes les critican. La descalificación es lo que va de por medio. La
expresión fake news (noticias falsas) la ha vulgarizado Donald Trump para poner
en entredicho a medios que no le son afines.
El presidente López Obrador ha asumido una postura
semejante. El debate entre autoridades y periodistas es positivo, no así que
éste derive en el insulto, la calumnia y el descrédito al otro. La réplica del
Presidente a los medios no va a la sustancia, sino a quien escribe. Además de
estigmatizar y agredir le da por presentarse como víctima, a grado tal que sin
rubor afirma la patraña de ser el presidente más atacado desde Madero. El
populismo lleva a los presidentes a comportarse como peleadores callejeros. En
eso Donald Trump no está solo.
Los gobiernos anteriores gastaron significativamente en
medios y publicidad. Hubo abuso de unos y otros. Al Presidente López Obrador le
va mejor a pesar de una disminución importante del gasto en tal rubro.
El protagonismo mediático del Presidente corresponde a su
estilo político. Así ha sido, es y será. Ahora, como autoridad, no entiende los
límites que le impone la ley, ya no digamos los buenos modos de la civilidad
política. No advierte su condición de poder; su conducta no solo intimida y
atemoriza, también polariza y genera efectos de persecución, como ha sido el empleo
de la UIF en el bloqueo de cuentas, el “balconeo” a periodistas y medios con
acusaciones de corrupción, y el que los criminales se involucren en la defensa
de sus intereses ante la prensa.
El Presidente no es un hombre liberal. Nadie rehén de sus
obsesiones lo es, y menos cuando se potencian desde el poder. Los medios habrán
de librar una larga y difícil batalla hasta el término de lo que, para algunos,
no pocos, ha sido una pesadilla. A los medios les ha faltado cohesión y sentido
de cuerpo. Critican a la oposición por su incapacidad para contener el abuso y
no advierten que proceden igual. También han faltado acciones legales para
obligar al Presidente a mantenerse dentro de la ley. Debe quedar claro que el
Presidente no tiene libertad de expresión, sí derecho de réplica, pero siempre
a partir de su condición de autoridad.
López Obrador fue electo presidente por 5 años y 10 meses.
El mandato y su legitimidad persisten a pesar de la malquerencia de pocos o
muchos, incluso del intento —legal o ilegal— de una consulta de revocación de
mandato.