Luis Acevedo
Pesquera
Nunca como ahora,
en México se confirma que la confianza es el soporte de toda relación social y que
es imposible sostener o avanzar si no hay certidumbre de que las decisiones del
líder o las acciones de los vecinos tienen un objetivo.
En una frase: sin
confianza es imposible mejorar o crecer.
La terca
realidad y el INEGI nos acaban de confirmar estadísticamente la veracidad de
esa idea.
En la Encuesta
Telefónica sobre Confianza del Consumidor (ETCO) se manifestó una actitud
contrastante de la sociedad mexicana porque con el anuncio de que se relajaría
el duro confinamiento impuesto por la pandemia, en junio se registró un ligero
repunte de 0.9 por ciento respecto de mayo, que frenó las caídas consecutivas de
los cuatro meses anteriores.
Sin embargo, a
tasa anual (junio de 2020 contra junio de 2019) la expresión es de franca desconfianza
hacia el manejo de nuestra economía, ya que la caída en este indicador fue del
orden de -11.7 por ciento que, por la inexistencia de acciones públicas para
reactivar las actividades productivas y el consumo, anticipa que veremos avances
mensuales marginales que no impedirán caídas en sus comparativos anuales.
Remontar la
tendencia no depende de discursos optimistas, por lo que no se puede olvidar
que durante el confinamiento 12 millones de personas perdieron sus empleos
tanto en el sector formal como en el informal y que el panorama político
nacional se ha convertido en un serio lastre para la reactivación de la
economía, de manera muy especial, para el consumo privado.
Con el agravante
de que la inflación empieza a golpear en los precios de los bienes de consumo
generalizado que, como la gasolina y los alimentos, influyen en la pérdida de confianza
de la sociedad respecto a las decisiones del gobierno, que ha centrado su
actividad en política en criticar las acciones del pasado con juicios mediáticos
sin atender los problemas vigentes.
La confianza de
los consumidores, que somos todos y que refleja el sentir social sobre las
acciones públicas, se sustenta en cuatro condiciones fundamentales: la
legitimidad, que representa hacer valer las leyes o normas sin distinciones; el
reconocimiento y la efectividad de las acciones comunes; la responsabilidad de
las partes y la certeza de las acciones de la autoridad. La realidad confirma
día con día que no son suficientes los argumentos de buena fe, sino que se
necesita su demostración cotidiana para tener confianza.
En ese sentido y
a la luz de la crisis económica, que pasa por la sanitaria y de seguridad, no existe
una idea del gobierno con relación a las prioridades en materia de ingreso y gasto
público para 2021 para detonar la inaplazable recuperación nacional y que debería
ser parte del debate nacional en el Congreso una vez que en septiembre inicie
el periodo de sesiones.
De ahí la
importancia del Índice de Confianza del Consumidor que levanta el INEGI.
Por ejemplo, entre
sus componentes con las caídas anuales (junio 2020 contra junio 2019) más
profundas son, primero, la que corresponde a la percepción de situación
económica actual de los hogares respecto a la prevaleciente hace 12 meses, que
arroja un desplome de -13.3 puntos, pero el que describe a la situación
económica actual del país es de -12.6 unidades.
Esto es, de
franca desconfianza sobre las decisiones económicas establecidas por el
gobierno federal.
Todavía más. La
expectativa de confianza de los consumidores para dentro de un año también es
negativa y prevé un descenso de -11.4 puntos, que confirma no solo que estamos
mal sino de malas.
Con su frialdad,
los datos corroboran que no hay confianza en las acciones del gobierno, que no
hay transparencia y que, desde la perspectiva de las relaciones afectivas hacia
el régimen las encuestas tampoco son alentadoras.
En todos los
casos sobresalen señales inequívocas de desconocimiento de lo que representa la
gestión pública y eso se expresa en incertidumbre además de desconfianza.
Ya lo decía
Mafalda: lo único en la vida que no tiene garantía es la confianza.
@lusacevedop