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La crónica de una crisis demócrata auto inducida

por Edgar Rodríguez
09-07-2024

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Edgar Rodríguez G.

El efecto nocivo del debate.

A partir de su desastroso desempeño en del debate contra D. Trump, cada respiro, cada paso del presidente J. Biden será escrudiñado con la saña que corresponde a estos tiempos de política identitaria y de empoderados conspiracionistas.

Para efectos de la carrera presidencial en los Estados Unidos, el inconveniente táctico que encuentro de esa persecución política y mediática es que el debate y la disertación pública, ocurre ahora en los límites de una arena definida por una falsa equivalencia de juicios morales.

A partir de ya, la desfachatez y la vejez son equiparables. Se normaliza y entroniza el cinismo, mientras que la fragilidad de la senectud es pretexto suficiente para desgarrar las vestiduras. De tal suerte que los ciudadanos de a pie están atrapados en una conversación en donde mentir, tener el menor respeto por la ley y hacer de la venganza un recurso legítimo, es lo mismo que tartamudear, perder el hilo de la conversación y no levantar la voz.

Para efectos prácticos, no veo cómo la conversación política de este país se sacuda esta trampa de interpretación.

La entrevista que solo atiza el fuego.

Bastó menos de una hora para que la mayoría de la prensa y las redes sociales explotaran después de la entrevista que George Stephanopoulos, el influyente y controvertido asesor de Bill Clinton, le hiciera al presidente Biden el viernes 5 de julio en la cadena ABC.

La entrevista fue diseñada por los estrategas de la Casa Blanca para controlar los daños del debate y construir el beneficio de la duda al intentar posicionar el mensaje de que Biden, solo había tenido un mal día.

Pero en la entrevista, Biden no convenció a nadie, no fue contundente y con ello se generó más material para que el conspiracionismo refuerce dudas y apuntale miedos sobre la viabilidad de un segundo periodo de Joe Biden al frente de la Casa Blanca.

El consenso de comentócratas y opinólogos fue que ya no hay cabida para la duda: Biden es un hombre senil, cuyas facultades están en declive y además se ha convertido el factor de división entre los propios demócratas.

A esta narrativa se sumó la delirante opinión de que los demócratas han mentido desde hace tiempo, pues el presidente de los Estados Unidos ha estado incapacitado meses atrás, por lo que dejó de gobernar hace rato y solo ellos, los agudos analistas republicanos se han dado cuenta.

El síndrome de Cotard.

Jules Cotard fue un neurólogo y psiquiatra francés del S. XIX a quien le debemos el descubrimiento de una condición neuro-psiquiátrica en la cual el individuo niega la existencia de las partes de su cuerpo y/o de la realidad que lo rodea.

Durante la mencionada entrevista, Stephanopoulos trajo a cuenta los resultados de las encuestas, antes y después del debate, para confrontar y exponer a su entrevistado ante el rumor de que no tiene forma de remontar y abandone la contienda con dignidad.

Joe Biden no solo desconoció los datos ofrecidos, sino que además canceló toda posibilidad de un escenario en el cual la clase política demócrata se agruparía para sugerirle que abandone la contienda.

Al momento de escribir esta columna, por lo menos una decena de políticos demócratas, encabezados por Hakeem Jeffries (líder de la minoría demócrata de la Cámara Baja), abiertamente recomendaron la dimisión de Biden a la candidatura. Mientras que un grupo de donantes, en privado (la fuente es de analistas de PBS News y Financial Times) afirmaron tener dudas sobre seguir financiando la campaña de Biden.

Con esta actitud de negación, Biden se puso a la altura del juicio moral que pesa sobre la cabeza de su contrincante. El candidato republicano padece de mitomanía crónica, mientras que el candidato demócrata, de negación de la realidad.

El tiempo se agota y la confrontación entre la élite demócrata se antoja inevitable.

Rendija de oportunidad para Kamala Harris.

Los comentarios post debate también repartieron reflectores para la vicepresidenta Kamala Harris y para un selecto grupo de demócratas -entre los que se encuentran la gobernadora de Michigan y los gobernadores de California y Pennsylvania – como posibles sustitutos a la candidatura presidencial de su partido.

No obstante que el desempeño de la vicepresidenta ha sido gris y pequeño, por decir lo menos, el hecho de que las reglas de competencia electoral de este país señalen que ella sería la única persona que podría utilizar los fondos donados a la campaña (alrededor de USD $100 millones) la convierte prácticamente en el repuesto más viable. Cualquier otro candidato, tendría que comenzar de cero.

Adicionalmente, en el hipotético caso de que compita contra Trump, K. Harris presenta un mejor desempeño en las encuestas que prácticamente cualquier otro demócrata. Mientras que la diferencia respecto a las preferencias que muestra la disputa Biden vs Trump, ella tiene un resultado ligeramente mejor, no más de dos puntos porcentuales.

Sin embargo, las dudas del desempeño de K. Harris para derrotar a Trump, aún persisten principalmente en la clase política de la Casa Blanca. ¿Por qué?

Sin descartar las pifias de la abogada de California, la responsabilidad está en Joe Biden y su círculo íntimo.

La carrera política de K. Harris es relativamente corta como para haber desarrollado el arte de encantar serpientes. Biden siempre lo supo y poco hizo para preparar a Harris.

Hay suficientes episodios que respaldan la hipótesis de que nunca hubo un plan para Harris. Así, el punto más representativo de este desdén fue en el momento que Biden decide acompañar a su vicepresidenta en las negociaciones con los legisladores para aprobar la propuesta sobre la protección a los derechos de votación a finales del 2021. K. Harris se coinvirtió en un acompañante decorativo.

Efectos Colaterales

Se suponía J. Biden sería un puente que facilitaría el cambio generacional en las filas demócratas. Pero su negativa a despedirse de sus aspiraciones de reelección -confirmadas durante la entrevista la cadena ABC y posteriormente en un par de actos de campaña en su reciente visita al estado de Pennsylvania, cierran toda posibilidad para cualquier otro que no sea él.

A estas alturas del proceso electoral, las dudas sobre las capacidades cognitivas de Joe Biden son también un lastre para los candidatos demócratas que compiten para ocupar asientos en el Congreso y las once gubernaturas en disputa. El futuro político del resto de candidatos demócratas se ve ahora impactado por una candidatura presidencial que no encuentra como recuperar el paso. Ese es motivo suficiente para aumentar las filas de quienes piden que el presidente abandone sus intentos por reelegirse.

Aguas someras para la navegación demócrata.

Lo que resta del mes de Julio será de álgidas y numerosas llamadas, correos, reuniones y cuanta forma de comunicación se agregue en la grey del partido del burro. La presión de la opinión pública y la máquina de propaganda republicana no van otorgarles ningún tipo de tregua.

Deben llegar a la convención de su partido que se celebra del 19 al 24 de agosto, con una postura clara respecto de su candidato presidencial. No hacerlo es un acto suicida.

En beneficio de la cultura política del país de las barras y las estrellas, la arrogancia demócrata, sobre todo la de la Casa Blanca, habría de aprovechar la coyuntura para hacer un ejercicio de auto crítica, pues gran parte de lo que está ocurriendo es resultado de equivocadas decisiones y falta de visión. Ellos mismos se han puesto la soga al cuello y solo ellos, la pueden retirar.

Mientras tanto, los soflameros republicanos cierran filas con un candidato a quien le perdonan todo, pues quizá todo el GOP (Gran y Antiguo Partido, como también se le conoce en inglés) padece del síndrome de Estocolmo.