Federico Berrueto
A López Obrador no lo va a derrotar la pandemia, la crisis
económica, la inseguridad o la debacle de Pemex. Al Presidente no lo va a
derrotar la Corte, el Congreso o los gobernadores. Al Presidente no lo va a
derrotar el empresariado, los medios, las redes, la Iglesia, el narco, los
grupos de interés o la mafia en el otrora poder. Al Presidente no lo va a
derrotar Joe Biden, la DEA, Wall Street o el FMI. Al Presidente no lo van a
derrotar los ex presidentes Calderón, Salinas, Peña o Fox.
Al Presidente tampoco lo van a derrotar los resultados
adversos, lo avieso del Morena o el pasado o presente ominoso de algunos de sus
candidatos. Aunque pierda el Morena el Congreso, al Presidente no lo va a
derrotar la oposición. Tampoco lo va a derrotar la corrupción que persiste,
crece y se reproduce.
Al Presidente López Obrador lo va a derrotar el tiempo.
Igual que a Carlos Salinas, popular por su abuso y desplantes autoritarios;
igual que a él, al final, 20 años después, un final ominoso, ojalá exento de
tragedia.
Analistas y encuestadores afirmaban que la popularidad de
López Obrador se vendría abajo por el desencanto por los predecibles malos
resultados. No ocurrió así a pesar de que el fracaso ha tocado lo más sensible:
la salud, la seguridad y el bolsillo. Persisten quienes presumen que la
pandemia, el fiasco de la vacunación y el agravamiento de los problemas
mermarán las elevadas cifras de aceptación (no aprobación) de López Obrador.
Los agoreros de su desgracia seguirán esperando, no ocurrirá así y más vale que
no se procediera a la revocación del mandato, expediente en el que el
Presidente juega en su cancha.
Es discutible la tesis esa de que la sociedad tiene el
gobierno que merece. Lo que sí es indiscutible es que las élites tienen la
autoridad que merecen. Un pasado vergonzoso ha abierto la puerta grande a un
gobierno ostensiblemente desastroso, intolerante y autoritario. Empresariado,
clase política, medios, iglesias y muchas organizaciones civiles, con visibles
excepciones, han optado por el silencio y que otros les hagan el trabajo. La
demolición de las realizaciones de gobiernos pasados —que las hubo— no las
defienden ni sus promotores ni sus beneficiarios. El silencio es hijo del temor
y la culpa.
El ciclo del poder es ineludible. López Obrador está en su
plenitud. Por razones propias de la dinámica local es difícil que repita la
mayoría absoluta en el Congreso; allí empezaría una nueva circunstancia. La
revocación de mandato, si ocurre, le dará renovado impulso y quizás le lleven a
enfrentarse con la Cámara. Las dificultades mayores no estarían en el balance
negativo de lo que será su gobierno y algunos escándalos de la cúpula
gobernante, sino en la puja interna por la candidatura presidencial. Desde
ahora se anticipa la ruptura, aun con su muy probable intervención. El
Presidente enfrentará el dilema entre la expectativa de continuidad (solo
expectativa) o el de optar por un proyecto diferente al propio. Cualquiera de
los dos caminos lo conducen, ahora sí, a su verdadera derrota, gane o pierda el
Morena.