Desde el México independiente no había registro de proyectos políticos centrados en la ideología; por fortuna, el pragmatismo había prevalecido, incluso para quienes se concebían a sí mismos como liberales en el siglo XIX, ellos sí sostuvieron un sensato y oportuno sentido de la realidad y la necesidad de ajustar la ideología a la circunstancia. Hasta los positivistas del porfiriato así actuaron.
En el presidencialismo posrevolucionario fueron las condiciones imperantes las que llevaron al poder a transitar hacia el estatismo. Sin embargo, insisto, fueron las circunstancias, no un proyecto ideológico, lo que definió el rumbo.
De la misma forma, la realidad, años más tarde, llegaron otras corrientes como el liberalismo económico y la globalización, impulsores de la democratización y la apertura de los mercados. Como en el cardenismo, las administraciones que abrazaron esas políticas tampoco fueron gobiernos con un proyecto ideológico de origen, por más que despectiva e interesadamente se les llame ahora neoliberales. Con la 4T, en cambio, estamos frente a la ideología pura, dura y al costo que sea.
Para quienes hoy ejercen el gobierno, la Presidencia es la posibilidad de reivindicar causas que ellos estiman históricas. La democracia liberal y la economía de mercado no sólo les salen sobrando, sino que les significan un obstáculo para sus propósitos, les molesta el poder dividido, la representación temporal y ciudadanizada, el estado de derecho y las libertades políticas, las instituciones autónomas o aquello que cuestione su visión de gobierno. Todas ellas razones del desencuentro social existente a partir del arribo al poder de Andrés Manuel López Obrador. La ideología se sobrepone a la urgente necesidad de actuar conforme las circunstancias o la realidad exigen.
Esta polarización alentada desde Palacio Nacional ha sido la gran aliada de una ideología que, en su avance rumbo a 2024, ha logrado exitosamente desdibujar al sistema de partidos. Estamos a tan solo 13 meses de las elecciones y lo que merecerían y podrían exigir los ciudadanos es que los entumecidos partidos de oposición no sólo logren unificarse, sino presentar un proyecto alternativo, la otra cara de la moneda, una ruta distinta al rumbo que lleva y que llevaba el país.