Es propio de todo gobierno generar confianza y tranquilidad. Casi siempre es una manera de contener la incertidumbre para cuidar un buen desempeño de la economía. De cara a los efectos negativos derivados de la invasión de Rusia a Ucrania, particularmente el incremento de los energéticos, el presidente ha salido a ofrecer tranquilidad. Afirma que el gobierno tiene capacidad para enfrentar las dificultades del momento. Para el caso concreto, subsidiar los combustibles a través de diversos instrumentos para no desatar una corrida inflacionaria.
El país ha vivido más de un cuarto de siglo con una economía estable, aunque con bajo crecimiento. Millones de mexicanos, afortunadamente, no conocen la crisis económica. No han experimentado un disparo inflacionario, una abrupta devaluación de la moneda, un incremento en las tarifas y servicios públicos ni elevadas tasas de interés.
A pesar del desprestigio del modelo económico, se ha aprendido a generar las condiciones que dan estabilidad, como el equilibrio en las finanzas públicas y la autonomía del banco central para contener la inflación. Bajo estas premisas, el actual gobierno es tan ortodoxo como el que más y eso se ha traducido en estabilidad macroeconómica no obstante malas decisiones que han ahuyentado a la inversión; una política de gasto distante de lo conveniente, como es el financiamiento a Pemex y CFE, una política social sin controles y asistencialista, y obras de infraestructura de discutible o imposible rentabilidad.
La estabilidad y el equilibrio desde 1996 están sujetos a presión por efectos externos. Desde noviembre se vive una tasa inflacionaria superior a 7% que tiende a prolongarse más allá de lo esperado. La situación no es halagüeña y las circunstancias de la economía internacional no ofrecen condiciones para regresar al escenario proyectado en los Criterios Generales de Política Económica 2022.
El incremento de los precios de los energéticos en el mundo impone una fuerte presión a las finanzas nacionales, a lo que se suma el bajo crecimiento y sus efectos en la recaudación. La realidad es que el gobierno no podrá sostener por mucho tiempo los subsidios y tendrán que venir recortes al gasto. Ante la disyuntiva del incremento del precio de las gasolinas y de las tarifas eléctricas o mantener el subsidio, se ha optado por lo segundo.
Habrá quien así lo recomiende para evitar un disparo inflacionario. La cuestión es que los efectos de la guerra en Ucrania y las sanciones económicas al país agresor han alterado al mercado mundial de los energéticos. Los precios del petróleo están próximos a los $140 dólares por barril y hay pronósticos de que podría rebasar los $180. De ocurrir así, se anticipa una crisis económica internacional de la que México no será excepción.
López Obrador y su gobierno han podido hacer frente a muchas dificultades. El apoyo al presidente es elevado; sin embargo, en el último mes registra deterioro derivado de los escándalos que involucran a su círculo cercano, y también por una percepción de que se ha agravado la inseguridad. La disminución del poder adquisitivo por la inflación puede significar un cambio en ese respaldo.
Bajo la nueva circunstancia económica no hay mucho margen para la retórica a manera de aliviar el golpe. Además, culpar al pasado por las dificultades puede resultar en los primeros años del gobierno, no en el cuarto. El margen de maniobra es reducido y la inflación, moderada en comparación a las crisis de los 80s o 90s, representa una seria amenaza que debe preocupar.
El futuro inmediato obliga a un sentido de prudencia ausente en este gobierno. No hay espacio para la polarización ni para decisiones que generen incertidumbre y desconfianza. Es posible que en este entorno la economía, finalmente, imponga orden a la política.