Las palabras del presidente López Obrador durante su comparecencia matutina del 2 de agosto no tienen desperdicio: “yo lo que creo es que es justicia también la no repetición… creo en estigmatizar a los corruptos, porque el peor de los males era que robaban y ni siquiera perdían su prestigio, su respetabilidad. Hemos llegado a extremos en que se ponían de ejemplo a los que de la noche a la mañana se enriquecían, no en todos los casos, pero se llegaba a decir: ‘Estudia, hijo, para que cuando seas grande seas como don Fulano, un reverendo ladrón’, porque lo que querían era que todos nos corrompiéramos”.
Es claro que el presidente confunde justicia con estigmatización. Para una persona que no cree en la única justicia válida, la legal, tiene que transitar a la justicia moral, a la de condena sin procedimiento de por medio, sin presunción de inocencia, sin pruebas, sin posibilidad de defensa del inculpado. Esto, además de ilegal es pernicioso en extremo: corrompe las posibilidades de la justicia real, además de que hace prevalecer la impunidad. Escarnio en lugar de cárcel. Así son las cosas para López Obrador.
El rencor social cobra fuerza con un presidente que hace de la estigmatización recurso para la justicia. Savonarola, el célebre religioso florentino organizador de la hoguera de las vanidades, popular por sus excesos contra el lujo y lo licencioso, en su convicción de estar en lo correcto, es un antecedente de López Obrador. Sin embargo, él no está para estigmatizar, está para gobernar; y si su pecho no es bodega y como ciudadano pretendiera ejercer su responsabilidad, debe ir al Ministerio Público y aportar los elementos de prueba para que el señalado sea objeto de investigación con las formalidades del proceso y, eventualmente, con una sentencia que le haga pagar su culpa.
Al presidente le da por el pleito, algunos son calculados y tienen un objetivo político, como el desacreditar a sus críticos o malquerientes. Sin embargo, el pleito que trae contra la legalidad es estructural, le viene de origen y es parte medular de su formación política. No cree en la ley, en la justicia, en los jueces ni en las instituciones. Problema serio para un líder político, fatal para un gobernante, pernicioso en extremo si es presidente de la República.
Estigmatizar es propio del ángel vengador, no del gobernante, mucho menos de quien aspira a abatir la impunidad. Es cierto que la sanción social tiene su parte en la mejora de una sociedad, pero debe venir no del hombre más poderoso, sino de la base social y como ejercicio responsable de la libertad.
Seguramente el presidente ganará su causa política al estigmatizar al corrupto; sin duda la tiene ganada de calle si se trata de su antecesor Enrique Peña Nieto. Hay convicción generalizada sobre su venalidad y por lo visto la UIF y la FGR andan en ello. Es inevitable cuestionarse ¿por qué le llevó casi cuatro años en el cargo alzar la voz y que las instituciones del Estado avanzaran en sus investigaciones? Por otra parte, ¿qué necesidad de complicar las indagatorias en curso? ¿por qué no dejar que hagan su tarea y que la justicia corra por los cauces que la ley define?
El presidente se regocija en la estigmatización porque personifica el rencor social que tiene como santuario el mundo veleidoso de las emociones, nada que ver con las razones ni con el ánimo de justicia. Se trata de exhibir, del espectáculo, tan común en estos tiempos. Por ello en lo corto decía que Emilio Lozoya era un mexicano ejemplar, porque aportaría todos los elementos para señalar a los corruptos; lo de menos es que sus declaraciones fueran inducidas a la medida de las necesidades políticas y resentimientos del mandatario. Lozoya daría los elementos para ir esencialmente contra el PAN, Ricardo Anaya, Felipe Calderón y los senadores panistas. Peña Nieto y colaboradores eran una baja colateral. Tomó tiempo entender que el dicho del exdirector de PEMEX no conduciría a ninguna parte en un proceso penal. Ni siquiera está en las indagatorias contra el expresidente que anunció la FGR.
Allí sigue y seguirá López Obrador en su campaña de estigmatización. Su tarea no es gobernar ni contribuir a la justicia. Su misión es moral; su moral, puerta a la impunidad.