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La historia y la política

por Santiago López
05-10-2021

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Si atendemos al diccionario del pequeño Larousse ilustrado, la historia es el estudio de los acontecimientos del pasado relativos a la persona y a las sociedades humanas, al relato de sucesos del pasado, especialmente cuando se trata de una narración ordenada cronológicamente y verificada con los métodos de la crítica histórica, es búsqueda, es averiguación, es historia.

La historia es considerada ciencia dentro de las disciplinas sociales, y con esa naturaleza debe ajustarse a rigores metodológicos, donde los hechos y acontecimientos deben ser objetivos y verificables para que puedan ser parte de la historia. Si queremos incluir sucesos que no pueden constatarse de que ocurrieron, de alguna forma, serán cualquier otra cosa, pero no parte de la historia de que se trate.

Lo anterior viene a colación porque la semana pasada se conmemoró el bicentenario de la consumación de la Independencia de México, generalmente señalada el día 27 de septiembre de 1821, aún y cuando la suscripción del Acta de Independencia se hizo al día siguiente, el 28 de septiembre del mismo año. Los Estados Unidos de América celebran cada 4 de julio justamente la suscripción de su acta de independencia. Acá celebramos el 28 de septiembre, pero de 1810, creo que solo los guanajuatenses, la toma de la Alhóndiga de Granaditas de la ciudad de Guanajuato.

Los mexicanos celebramos animadamente el inicio del movimiento independentista con la ceremonia del grito la noche del 15 de septiembre, práctica que impuso Porfirio Diaz, curiosamente coincidiendo con sus cumpleaños, la cual se mantiene hasta ahora, pero el hecho histórico fue la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Sin embargo, se ha descartado, incluso del calendario cívico nacional, la consumación de esta, y tal parece que ese importantísimo acontecimiento se celebra cada 100 años, pues la primera vez que se conmemoró fue en 1921, bajo la presidencia del general Álvaro Obregón, y ahora, el 27 de septiembre de 2021. No se ha dicho nada y seguramente no se volverá a conmemorar, por lo que, tal vez, se celebrará nuevamente hasta el tricentenario, al menos que en ese largo trayecto la visión de la historia oficial llegue a cambiar.

Es lugar común que los gobiernos en muchas partes del mundo, y nuestro país no es la excepción, se utilice la historia con determinados propósitos políticos, según los tiempos y las circunstancias, además de destacar y sobrevalorar a ciertos personajes y excluir o minusvalorar a otros, sino es que de plano arrojarlos al basurero de la historia, despreciándolos y vilipendiándolos.

Es un hecho objetivo que el gran consumador de la independencia de México fue Agustín de Iturbide, un criollo formado en la milicia realista y férreo defensor del virreinato y la monarquía española, pero cuando es restablecida la vigencia de la Constitución de Cádiz en 1820, una constitución liberal y de avanzada para su época, que afectaba los privilegios de la nobleza colonial, además de ciertos agravios personales, se cambia al bando independentista, cuyas huestes se encuentran muy menguadas, y lograr pactar la declaratoria para desvincularnos de la metrópoli española.

Seguramente nunca le han perdonado proponer una monarquía moderada, como forma de gobierno, y autoproclamarse emperador, aun y cuando fue un gusto que le duró muy poco, pues fue destituido y desterrado a Italia, y cuando regresó a México ya lo estaban esperando en las costas tamaulipecas y fusilado en el extinto pueblo de Padilla.


En la segunda parte del siglo XIX, después de una convulsa y muy complicada primera etapa como Estado independiente, se utiliza la historia oficial para construir el sentido de pertenencia e identidad nacional, que no existía, además de conformar los símbolos patrios y destacar de manera sobresaliente, entre los héroes, a Miguel Hidalgo y Benito Juárez. Esta tarea se realiza principalmente durante el largo régimen de Porfirio Diaz, el cual también es otro de los grandes excluidos de la historia oficial.


Álvaro Obregón utiliza los festejos del centenario de la consumación de la independencia como una política nacionalista de conciliación y desarrollo, ante una economía quebrada, con una enorme deuda externa y una secuela de más 10 años de guerra civil. Le urgía el reconocimiento de Estados Unidos y algunas naciones como Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Italia y España; y con ello inicia la construcción de un nacionalismo de estado, de un periodo que es conocido como del Estado Posrevolucionario, el cual se mantendrá la mayor parte del siglo XX. Se organizaron actividades diversas durante varios meses, previas al evento central.

Para el bicentenario de este año solo hubo el evento oficial del Gobierno Federal la noche del 27 de septiembre en la plancha del zócalo capitalino, con discursos, representaciones artísticas alusivas a nuestro pasado indígena, a la entrada del ejército Trigarante y la firma del acta de independencia, además de una cena oficial donde se ofreció comida típica mexicana, como también lo hizo Obregón.


Es claro que cada gobierno interpreta la historia a su manera, y rescata, revalora y difunde lo que considera más valioso para la sociedad y para su visión y misión circunstancial, pero para un estado con una vocación democrática como el nuestro, con derechos e instituciones, con mayor apertura a la expresión, la información y la comunicación, ya es tiempo que tengamos una historia oficial completa, objetiva y veraz, sin filias y fobias,y con el panorama amplio, cada quien le dé la importancia debida o particular a los acontecimientos, los hechos, los personajes y protagonistas de la historia.