Ni Alejandro Moreno ni Marko Cortés renunciarán a las dirigencias nacionales del PRI y el PAN a pesar de la contundente derrota que sufrieron el pasado 6 de junio. Eso deja a la sociedad una sola alternativa: romper con ellos, romper con una alianza partidista que no va a ningún lado, romper también con Claudio X. González, el elitista titiritero de esa idea fracasada, y construir un movimiento ciudadano de rescate nacional que lance a su propio candidato presidencial.
Para unificarse y tener posibilidades de éxito en las actuales circunstancias, los ciudadanos requieren como candidato a un outsider que no solo esté abiertamente enfrentado al proyecto clientelar, autoritario, divisor y antidemocrático de Morena, sino que también este divorciado de los viejos partidos y sus vicios. Con la bandera del rompimiento por igual con las viejas formas, con los viejos partidos y con los usos que privilegian siempre a los mismos grupos de interés del sector privado, pero también con el gobierno populista y polarizante, los ciudadanos pueden organizar, -apenas están a tiempo-, un movimiento que muestre el músculo suficiente para cambiar los términos de la negociación y hacer un pacto, pero con un solo partido; quizá el PRD por ser el más barato y porque de él solo se requiere su registro.
El acuerdo con el partido que ceda su registro tendría que ser, más o menos: la candidatura presidencial, el 80 por ciento del resto de las candidaturas para figuras de la sociedad y el 80 por ciento de las posiciones en su Consejo Nacional y su Dirigencia Nacional, incluida su Presidencia, para figuras de la misma sociedad. Todo eso orientado a asegurar una refundación del partido, vía la modificación de estatutos y línea directiva, a cambio de conservar el registro y darle a sus escasos dirigentes una puerta de salida hacia el futuro inmediato: una jubilación política digna, pero transformados en miembros y candidatos, no en dirigentes, del Partido de la Sociedad Civil, o de la Sociedad Nacional o de los Auténticos Ciudadanos, listo para enfrentar la cita electoral de 2024.
En otros países, la salida a una situación como la que vive México: un gobierno populista que busca construir un sistema de partido de estado y anular la competitividad electoral, sin contrapeso en los viejos, corrompidos y desprestigiados partidos tradicionales, sería crear un partido nuevo desde la sociedad, como hizo Emmanuel Macron en Francia. En México eso no es posible porque los viejos partidos, y Morena, se agandallaron el monopolio del poder a través de una legislación electoral restrictiva que impide, en los hechos, tanto las candidaturas independientes viables, como la creación de nuevos partidos fuera de la esfera de intereses de la partidocracia establecida.
Tanto Alejandro Moreno y los priistas, como Marko Cortés y los panistas, siguen aferrados al esperanzador resultado electoral de 2021para explotar, en beneficio solamente de ellos mismos, la cantaleta de que Morena no es invencible y López Obrador ya perdió la mitad de sus 30 millones de votos. Lo único que buscan, este PAN y este PRI, es su acomodo para seguir medrando, unos con el cadáver priista y otros con el control del enfermo panista.
El secuestro de los dos viejos partidos por remedos de dirigentes de medio pelo, obliga a la sociedad a replantear sus alternativas, si es que de verdad quiere hacer que su voto pese en 2024. Ese replanteamiento debe partir de una verdad inobjetable hoy: la mayoría de los votos está en la sociedad, que no se siente representada por ninguno de los partidos actuales; Morena incluido a pesar de sus clientelas. Esa sociedad puede y debería, negarle su voto a todos los viejos partidos.
Aunque la tarea no es sencilla, la ecuación es simple si la sociedad se aglutina alrededor de un candidato; de su candidato. No se necesita una alianza de viejos partidos que se monte en el descontento de la sociedad para volver al pasado, sino una sociedad que tome el control y se monte en un partido para detener la destrucción de hoy y romper con la corrupción y la iniquidad de ayer.
De un lado quedarían los dirigentes de la ola lopezobradorista llamada 4T, los militantes activos de Morena y la clientela electoral que, con sus subsidios disfrazados de programa sociales, pero sobre todo con su oratoria populista y polarizante, el presidente ha logrado alinear con él. Ese grupo difícilmente va a decrecer significativamente, a menos que se presente una gran ruptura en el partido del gobierno. Su fuerza es de alrededor de 16 millones de votos, si van unidos a la elección.
Del otro lado están: una enorme clase media agredida diariamente por el presidente; un sector de clase alta y media alta que se siente agraviado hasta por el estilo de vestir de Andrés Manuel López Obrador, y un creciente conjunto de nuevos pobres -se calculan en cuatro millones por lo menos-, que perdieron el empleo y sus principales medios de subsistencia en tres años.
Al día de hoy, ese conjunto de segmentos sociales enfrenta varios problemas que deben resolver para formar un mayoría electoral ganadora:
Solo se identifican entre sí por su rechazo a López Obrador y a su proyecto, pero pertenecen a méxicos diferentes y no saben coincidir. Deben aprender a hablarse, a reconocerse, a no discriminarse, a incluirse, a negociar entre sí y a converger, más allá de sus diferentes realidades.
Ante la ausencia de un registro de partido, vehículo indispensable para competir, en ese conjunto amorfo de grupos sociales, que cuenta con los votos para vencer a cualquiera, prevalece la idea que no se puede postular candidato y se le tiene que rogar unidad a los viejos partidos, esos que ya no representan a nadie: PAN, PRI y el PRD de hoy. Pero con su crisis de credibilidad, los partidos son solo vehículos para competir gracias a su registro. Ninguno, ni Morena, tiene militantes suficientes para ganar y, sobre todo, ninguno tiene las simpatizas, ni la confianza ciudadanas, para ser competitivos. Los votos, en estos tiempos de desprestigio partidista, están en la sociedad. El partido o los partidos que sepan volverse hacia esa sociedad, renunciando a su monopolio de la competencia por el poder, podría obtenerlos. Los ciudadanos organizados pueden negociar y apropiarse del registro del PRD (el más disminuido numéricamente y por lo tanto el más accesible) para lanzar a su candidato y ciudadanizar a ese partido.
Esos ciudadanos que necesitan articularse para negociar y hacerse del control de un partido, también necesitan reunir dinero en grandes cantidades para financiar una candidatura ciudadana competitiva y no solo testimonial. En este punto, el universo Pyme, ignorado por todos los gobiernos y principal perjudicado del capitalismo de compadres del PRI, del PAN y ahora también de Morena, pero responsable de la generación de la inmensa mayoría de las empresas, además de los profesionistas independientes, podrían ser las fuente de financiamiento hormiga si la oferta política del candidato y partido ciudadanos incluye, realmente, piso parejo en la reconstrucción y desarrollo del país.
Tienen el reloj corriendo en contra. No hay tiempo para hacer todo y además construir a una candidata o candidato competitivos. Es necesario ser pragmáticos y buscar entre figuras ciudadanas ampliamente conocidas, y también expresamente preocupadas por el rumbo del país.
Es indispensable un candidato salido de la sociedad y ajeno a los partidos políticos tradicionales, con altos niveles de conocimiento y que no necesite la construcción de una imagen. Nombres existen, pero hace falta ponerlos sobre la mesa para valorar y descartar: Loret de Mola, Aristegui, Colosio, Víctor Trujillo, Gustavo de Hoyos, son solo algunos de varios que podrían integrar una lista de posibles candidatos ciudadanos. Evidentemente, cualquiera de ellos u otros, debería comprometerse con una agenda ciudadana mínima en Derechos Humanos, Democracia Política, Economía, Seguridad, Estado de Derecho, Medio Ambiente y Combate a la Discriminación, para ser una figura digna de ser postulada y de competir por la Presidencia en 2024.
El reloj avanza y el tiempo se agota.