Federico Berrueto
La licencia de la senadora Vanessa Rubio es uno de los
signos de la descomposición del PRI. Abandonar las filas previo al combate es
deserción; hacerlo en la batalla, traición. Así de sencillo sin importar los
méritos de la señora en el servicio público o su acreditado talento como
legisladora. La falta es mayor porque con el cambio el adversario gana una
senadora que hace la diferencia en lo cerrado de los números.
Al PRI lo mata la corrupción, todo apunta a dos ex
presidentes, Peña Nieto y Carlos Salinas. La corrupción llevó al desprestigio
al PRI, por lo que se designó un candidato presidencial externo, eso sí, muy
comprometido con las decisiones del presidente Peña y vínculos estrechos con
Felipe Calderón y su grupo. Frágiles lealtades personales, nada institucionales.
La senadora llegó allí no por mérito partidista —el profesional es
irrefutable—, sino por su cercanía con el entonces candidato presidencial. No
debiera sorprender en ella el desapego al partido, mejor la academia, la
consultoría o lo que sea.
Los daños colaterales del testimonio y de las pruebas que el
ex director de Pemex, Emilio Lozoya, aporte a la FGR pueden significar la
pérdida del registro del PRI. Si se hubiera investigado el financiamiento de la
campaña de 2012 por los donativos ilegales de Odebrecht, en estricto derecho
así habría ocurrido. El caso está fuera de término, no así el que lleva el
gobernador de Chihuahua con la investigación de la llamada operación Zafiro y
que obligaría a la Fepade y al INE a actuar. Ya antes el Pemexgate acreditó no
el desvío de recursos para la campaña, sino que el destino del gasto era el
enriquecimiento personal.
Cuestión de pruebas, términos y procedimientos. La suerte
del PRI en riesgo. No son los adversarios ni las leyes la causa del infortunio.
De hecho, López Obrador no apunta al PRI. El mal viene de sus entrañas y aunque
el objetivo del presidente López Obrador es el PAN y Felipe Calderón, los dos
ex presidentes no podrán eludir responsabilidad política, ética y jurídica,
pero tampoco los coordinadores parlamentarios que no fueron ajenos a la
distribución de recursos para la presunta compra de votos de legisladores.
El PRI es más que su cúpula corrupta y corruptora. Tiene
presencia en el territorio como ninguna otra fuerza política, excepto en Ciudad
de México. Aunque el desprestigio es abrumador, no ocurre así en todo el país
ni con todo dirigente o militante tricolor. En la elección de 2021 puede ganar
gubernaturas, muchas presidencias municipales y regresar a la mesa de
negociación nacional con diputados en cantidad mayor a la actual.
El PRI ha marcado distancia de César y Javier Duarte y de
otros otrora encumbrados que cayeron en desgracia por líos con la justicia a
causa de la venalidad. La ocasión llama a hacer lo propio con al menos los dos
ex presidentes; argumentos legales no faltan, el sabotaje de Salinas contra la
campaña de Colosio y el uso de Peña de las instituciones del Estado para sacar
de la contienda al candidato presidencial Ricardo Anaya.
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